Redacción (Miércoles, 15-01-2020, Gaudium Press) Nuestro Señor había aparecido dos veces a los Apóstoles, reunidos en el Cenáculo: la primera en el día de la Resurrección, y la segunda en el domingo siguiente.
Luego después, los Apóstoles, obedeciendo a la orden de Jesús, se dirigieron a Galilea, donde permanecieron hasta las vísperas de la Ascensión.
‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’ (Jn 21, 15ss) Foto: Archivo Gaudium Press
Sobre las brasas había pescado y pan
Cierto día, San Pedro, acompañado por seis Apóstoles, fue hasta las márgenes del Lago de Genesaret, también llamado Mar de Tiberíades, y dijo que iba pescar. Todos lo acompañaron y entraron a una barca cuando el Sol ya desaparecía en el horizonte.
Narra San Juan: «En aquella noche nada atraparon. Llegada la mañana, Jesús se presentó en la playa, pero los discípulos no conocieron que era Él. Jesús les dijo: ‘¿Jóvenes, tenéis alguna cosa para comer?’ Le respondieron: ‘Nada.’
«Les dijo: ‘Lanzad la red para el lado derecho de la barca y encontrareis.’ Lanzaron la red y ya no la podían arrastrar, por causa de la gran cantidad de peces.
«Entonces, aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ‘¡Es el Señor!’ Simón Pedro, al oír decir que era el Señor, se ciñó con la túnica, porque estaba desnudo, y se lanzó al agua. Los otros discípulos, que estaban distantes de la tierra a unos cien metros, vinieron en el barco estirando la red llena de peces.
«Luego que saltaron a tierra, vieron unas brasas encendidas, pescado encima de ellas, y pan. Jesús les dijo: ‘¡Traed dos peces que atrapes ahora!’ Simón Pedro subió a la barca y arrastró la red a tierra, llena de ciento cincuenta y tres grandes peces. Y, siendo tantos, no se rompió la red.
«Jesús les dijo: ‘¡Venid a comer!’ Ninguno de los discípulos osaba preguntarle: ‘¿Quién eres tú?’, sabiendo que era el Señor. Jesús se aproximó, tomó el pan y lo dio, haciendo lo mismo con el pescado.
«Fue ésta la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de haber resucitado de los muertos» (Jn 21, 3-14).
San Juan fue el primero en reconocer a Nuestro Señor
Es interesante observar que San Juan, el Apóstol más amado, fue el primero en reconocer a Nuestro Señor. Por la convivencia sagrada con la Santísima Virgen, él adquiriera el don de discernimiento de los espíritus y progresara enormemente en unión de alma con el Redentor.
En cuanto a la actitud de San Pedro, comenta Monseñor João Clá:
«No obstante, al que más amaba, debido a su temperamento impetuoso y audaz, fue el único a lanzarse en las aguas. El dolor por la falta cometida, el entusiasmo por Jesús, la red pesadísima, etc., lo hicieron optar por vías más rápidas y decididas.
«Sin embargo, por estar usando una ropa común de los pescadores de aquellos tiempos, debido a ser calientes los aires del Lago de Genesaret en aquella época del año, se vio Pedro en la contingencia de ceñirse con la túnica, para nadar los cien metros que lo separaban de Jesús. El ‘porque estaba desnudo’ no significa que estuviese del todo desnudo, sino más bien con el traje de pescador.
«Curioso es de notarse que en la época de Jesús se nadaba ceñido de túnica.»
Alegrías del cuerpo afines con los júbilos del alma
Apenas desembarcaron, los Apóstoles vieron unas brasas sobre las cuales había pescado y pan (Cf. Jn 21, 9). «Según San Juan Crisóstomo y muchos otros autores, fue intención del Evangelista hacer notar la evidencia del milagro obrado por Jesús. Comentan ellos la nueva manera de actuar sobre la naturaleza, después de la Resurrección. Antes, el Señor se aprovechaba de materia existente, ahora ya no, la realización es todavía más maravillosa, o sea, ciertamente de la nada sacó Jesús las brasas, el pescado y el pan.»
Como había sucedido en el Cenáculo (cf. Lc 24, 42-43), Jesús comió con los Apóstoles a las márgenes del Mar de Tiberíades. ¿Cuál la explicación para ese hecho, una vez que el cuerpo resucitado no tiene necesidad de alimento? Hay una profunda unión entre el alma y el cuerpo, de tal modo que Santo Tomás afirma ser el alma la forma del cuerpo. Después de la resurrección de los muertos y el Juicio Final, los condenados serán precipitados en el Infierno, donde padecerán terriblemente también en sus cuerpos: verán escenas espantosas, oirán ruidos asustadores, tragarán materias sólidas asquerosas, beberán líquidos repugnantes, sentirán calores y fríos terribles.
Y los bienaventurados irán al Cielo, en el cual disfrutarán alegrías estupendas, inclusive en sus sentidos externos.
Afirma el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira: Algunos estudiosos sustentan que los cuerpos de los bienaventurados «tendrán sus funciones fisiológicas comunes, sin con todo – y de una forma misteriosa – producir cualquier especie de podredumbre. «Pero, una vez que el estómago tiene placer en comer, el hombre se alimentará de manjares inigualables; una vez que los pulmones tienen alegría en respirar, ellos respirarán los aires más límpidos que jamás sorbieron. Y así por delante, nuestro cuerpo tendrá alegrías inmensas, afines con los júbilos del alma inmersa en la visión beatífica.»
Reparación de San Pedro por sus tres negaciones durante la Pasión
Continúa el Evangelista San Juan: «Después de comer, dijo Jesús a Simón Pedro: ‘¿Simón, hijo de Juan, me amas más que estos?’ Él respondió: ‘Sí, Señor, Tú sabes que te amo.’ Jesús le dijo: ‘Apacienta mis corderos.’ «Volvió a preguntar por segunda vez: ‘¿Simón, hijo de Juan, me amas?’ Él respondió: ‘Sí, Señor, Tú sabes que te amo.’ Jesús le dijo: ‘Apacienta mis ovejas.’ «Por tercera vez le dijo: ‘¿Simón, hijo de Juan, me amas?’ Pedro quedó triste porque, por tercera vez, le dijo: ‘¿Me amas?’, y le respondió: ‘Señor, Tú sabes todo; Tú sabes que te amo.’ Jesús le dijo: ‘Apacienta mis ovejas'» (Jn 21, 15-17).
Esos versículos «nos muestran la reparación de Pedro junto al Salvador, por sus tres negaciones durante la Pasión, y más especialmente el recibimiento del poder directo y universal sobre todo el rebaño, de las manos de quien lo perdona, conforme el define el Concilio Vaticano I: «Solo a Simón Pedro confirió Jesús, después de su Resurrección, la jurisdicción de sumo pastor y rector de todo su rebaño, al decir: ‘Apacienta mis corderos, apacieta mis ovejas’ (Jo 21, 15ss).»
Pidamos a San Juan Evangelista que nos obtenga, por intercesión de la Santísima Virgen, la gracia de alcanzar la plenitud de la unión de alma con Nuestro Señor.
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada -222)
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CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2013, v. V, p. 302-303.
Cfr. Suma contra os gentios. Livro IV, cap. 79.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. E seremos repletos de grandeza…In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano V, n. 49 (abril 2002), p. 16. DENZINGER, n. 1822.
CLÁ DIAS, op. cit., v. V, p. 307.
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