Redacción (Viernes, 17-01-2020, Gaudium Press) Las perfecciones en los seres no espirituales encuentran mejor expresión en los hombres y su máxima expresión en el Sagrado Corazón de Jesús.
Si elogiamos la agilidad y decisión del vuelo en picada o rasante de un águila a la caza de su presa, mucho más presente esa agilidad y decisión puede estar en por ejemplo un San Ignacio de Loyola enfrentando la animadversión de alguno que otro Papa en la fundación de la Compañía de Jesús.
Si destacamos por ejemplo la habilidad con la que el avispón enfrenta en la lucha a la tarántula, más elogiable es la manera como por ejemplo un Metternich enfrentaba las bravuconadas del frecuentemente irascible Napoleón. Ante el ataque un tanto grosero de la tarántula, el avispón responde con precisión ‘quirúrgica’ y venenosa. Pero lo análogo que ocurre con el ser humano tiene más substancia, habida cuenta que él es un ser más reflejo de Dios. Es claro que al apreciar las cualidades humanas no debemos despreciar las otras presentes en el resto de la Creación: al final, es todo el conjunto del Universo -ordenado y variado- el que mejor refleja al Señor.
Narra Metternich en sus memorias que un día estaban esperando un grupo de embajadores el arribo del corso. Y que apenas llegado, sin mediar con ninguno saludo, inició una serie de invectivas en alta voz contra el imperio representado por el embajador Metternich. Este, sabiendo que en juego estaba la dignidad de su soberano y de su nación, respondía cada una de las agresiones con altura y firmeza sin amilanarse ante la brutalidad del advenedizo. Terminada la discusión, los embajadores entre aterrados, sorprendidos y admirados hicieron los sinceros y discretos elogios al embajador del Sacro Imperio, y hasta el propio Napoleón le mandó decir después que lo apreciaba y que nada de lo ocurrido había tenido carácter personal, sino que se enmarcaba en la rivalidad existente entre Francia y los austriacos.
Si es admirable la agilidad de un avispón, mucho más la de un Clemente Lotario de Metternich en esa situación.
Pero todas las cualidades humanas no son sino meros reflejos de las cualidades del Hombre-Dios, del Sagrado Corazón de Jesús. La admiración de las cualidades humanas nos debe llevar a la Adoración al Sagrado Corazón de Jesús, el Absoluto.
En ese sentido -y como decía el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira- todo el Universo es una Catedral que tiene como centro al Sagrado Corazón de Jesús. El Universo es un Catecismo que nos va enseñando cómo es el Sagrado Corazón de Jesús.
No tuvimos convivio con Jesús en su paso por la Tierra hace dos mil años. Pero tenemos los Evangelios que nos traen la brisa gigantescamente deleitable de su aroma. Y también tenemos al Universo, particularmente la sociedad humana, cuyas cualidades nos deben reportar -quintaesenciadas- a la Sublimidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Por Saúl Castiblanco
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