Redacción (Martes, 21-01-2020, Gaudium Press) Cuántas almas infelices cuántas deprimidas, y en número creciente. Y esto porque no viven en el Reino en que deberían vivir, que hoy llamaremos el Reino de la Buena Utopía.
Decía el profesor Plinio Corrêa de Oliveira que vivir en esta tierra con Dios, en cierto sentido era como vivir en el Reino de la Buena Utopía. Adentrémonos un tanto en estos fabulosos territorios.
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Nuestro instinto del ser quiere unirse con ansia al Infinito, a Dios, lo que puede darse en la contemplación de los ‘vestigios’ de Dios, de los reflejos de Dios en el conjunto de la Creación. Por ello al niño, cuando abre su espíritu al conocimiento y contemplación de los seres creados lo atraen particularmente las cosas más perfectas, las más preciosas, pues ellas le ‘hablan’ más de Dios. Es lo que el Dr. Plinio llamaba el instinto hacia lo maravilloso.
Por ejemplo, si el niño algún día tuviese la ocasión de ir a un museo de carruajes, y conociese uno como el de la foto abajo, en el Garaje imperial del Palacio de Schonbrunn en Viena, es normal que este chico quedase encantado, pues la magnífica carroza le habla de perfección, de cielo, de maravilloso, en el fondo de Dios y Reino de Dios, y son solo los pecados acumulados de nuestra vida los que han obscurecido esta visión pura que había en la infancia.
Sin embargo, y aquí vamos adentrándonos en el imperio de la utopía, aún en presencia y contemplación de los seres más maravillosos nuestra sed de Infinito sigue presente, pues el Infinito solo puede ser saciado por el Infinito.
¿Significa lo anterior que al final debemos despreciar los ‘vestigios’ de Dios presentes en los seres de la Creación, en un colibrí, en un león, en un gran hombre? En absoluto pues son estos algo a la manera de ‘tarjetas de presentación’ del Señor. Y no se puede tirar a la basura la tarjeta sin que comporte algo de desprecio del Personaje.
¿Significa que hasta ahí llegamos en la contemplación de Dios en el Universo, cuando alcanzamos con admiración las cosas más maravillosas existentes en esta tierra? No. Ahí podemos empezar a transitar el dorado camino hacia el Reino de la Utopía, imaginando un mundo inexistente a partir del mundo existente.
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Vamos por la calle y vemos un gesto caballeroso de un distinguido señor que cede el puesto a una dama en el banco de un parque.
Ahí hay un vestigio de Dios y debemos proporcionadamente admirar a Dios en este noble gesto. ¿Terminó en ese momento nuestro camino hacia Dios? No necesariamente. Podemos intentar con ayuda de la gracia imaginar cómo ese gesto podía haber sido hecho de una manera aún más elegante, más noble. Así nació la cortesía en la Civilización Cristiana, cuando los hombres enrumbaron sus espíritus hacia el reino de la Utopía cortés celestial.
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Un día tenemos la alegría de conocer un magnífico castillo, tal vez pináculo en su género; imaginemos que sea el deslumbrante Chambord, que es realmente una super excelente ‘tarjeta de presentación’ del Reino Celestial.
Lo primero es dejarse ‘empapar’ por la maravilla; que sus formas, sus torres, sus óleos, toda la perfección que allí se contiene, toque e impregne nuestros espíritus, vehiculada por nuestra desinteresada admiración.
Pero – es forzoso – en algún momento la maravilla nos será común, habrá ‘ingresado’ en nuestras almas, no producirá las primeras maravilladas impresiones. ¿Habremos así ‘asesinado’ el noble deleite de la contemplación del Castillo de Chambord? No, porque del Castillo de Chambord podemos partir al Castillo Utópico de Chambord, no existente en la realidad material, pero que comienza a habitar en las almas contemplativas sedientas de utopías de cosas que habiten en el Reino Celestial.
Lo anterior es… ¿imaginación febril? No; es imaginación utópica bañada por la gracia de Dios, por lo demás super eficaz, tanto, que dio origen a las maravillas de construcciones que nacieron en el seno de la Civilización Cristiana, y que aún hoy en estos tiempos de lo horrendo reciben las visitas de millones y millones aún sedientos de maravilloso.
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Decía el Dr. Plinio que el terreno elevado de esta utopía tiene un papel moralizante único. Esas construcciones espirituales elevadas constituyen una repulsa al mal, porque en la construcción de este utópico la persona ni imagina el mal, allí no existe el mal: en el Reino de la Maravillosa Utopía no entra el mal.
Es claro, la verdadera y celestial utopía puede ser construida cuando amamos desinteresadamente lo maravilloso por ser maravilloso, no por los placeres que ese maravilloso nos puede dar. Pero dicho esto, no hay nada más deleitable que vivir en el Reino de la Desinteresada Utopía, por la gracia de Dios.
Por Saúl Castiblanco
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