Redacción (Viernes, 07-02-2020, Gaudium Press) ¿Cómo nos aproximamos a Dios viviendo todavía en este mundo?
La respuesta a esta pregunta nace de las clases de catecismo; sin embargo ellas son apenas el inicio de algo que puede llevarnos lejos.
Veamos, entonces la continuación de algo que iniciamos a entender todavía cuando niños, pero que el tiempo… Dejemos de lado el tiempo y veamos más elementos para responder esta pregunta: «Se difundió a su sabiduría en todas sus obras» (Eclo 1, 10).
La sabiduría divina está reflejada en las criaturas
En primer lugar, porque por la meditación sobre las obras podemos admirar de algún modo y considerar la sabiduría divina: las cosas realizadas por el arte son representativas del arte, porque son realizadas a su semejanza.
Ahora, Dios, por su sabiduría dio el ser a las cosas, razón por la cual es dicho: «Todo lo hicisteis con sabiduría» (Sl 103, 24). De ahí poder, por la consideración de las obras, remontarse hasta la sabiduría divina, que está como que espejada en las criaturas por cierta comunicación de su semejanza.
Así es dicho en la Sagrada Escritura: «Se difundió su sabiduría en todas sus obras» (Eclo 1, 10).
Por eso, cuando el salmista dice: «Maravillosa arriba de mí se muestra vuestra ciencia; sublime es ella, y no la podré alcanzar»; y cuando agrega el auxilio de la iluminación divina dice: «La noche se convirtió en claridad», etc., se confiesa auxiliado por el conocimiento de las obras divinas para el conocimiento de la sabiduría de Dios, con las palabras: «Maravillosas son vuestras obras y mi alma bien lo sabe» (Sl 138, 6, 11 e 14).
Admirar las obras de Dios produce reverencia hacia Él
En segundo lugar, esa consideración nos hace admirar la última virtud de Dios y, consecuentemente, produce en los corazones de los hombres la reverencia para con Dios. Con efecto, conviene que la capacidad del artista sea tenida como superior a las cosas que él hace. Donde ser dicho: «Si quedan admirados (los filósofos) de su potencia y sus obras (esto es, del cielo, las estrellas y los elementos del mundo) comprendan que quien las hizo es más poderoso que ellas» (Sb 13, 4).
Es dicho también por el Apóstol: «Se penetra en las realidades invisibles de Dios por medio de ellas. De esa admiración proviene el temor de Dios y la reverencia. Donde decir la Sagrada Escritura: «Grande es en poder vuestro nombre; ¿quién no os teme, oh rey de los pueblos?» (Jr 10, 6-7).
Deleitarse con las criaturas inflama de amor por la bondad de Dios
En tercer lugar, esa consideración inflama los ánimos humanos de amor para con la bondad divina. Con efecto, todo aquello que de bondad y perfección está distribuido parcialmente en las diversas criaturas, está en Dios unificado de modo pleno y universal, como en la fuente de toda bondad, conforme fue visto (1.I, cc XXVIII e XL).
Si, pues, la bondad, la belleza y la suavidad de las criaturas ya atraen de tal modo los ánimos humanos, la bondad fontal de Dios, cuidadosamente comparada con los riachuelos de bondad encontrados en las criaturas, atraerá para sí aquellos ánimos totalmente inflamados. Donde ser dicho: «Me deleitasteis, Señor, por vuestras obras y exultaré por causa de las obras de vuestras manos» (Sl 91, 5).
Y en otro salmo es dicho respecto a los hijos de los hombres: «Se embriagarán en la abundancia de vuestra casa» (esto es, de toda criatura) «y os haréis beber en el torrente de vuestras delicias, porque está en vosotros la fuente de la vida» (Sl 35, 9-10).
En el libro de la sabiduría es dicho contra algunos: «Por las cosas buenas que ven» (esto es, por las criaturas, que son buenas por cierta participación) «no consiguieron conocer aquel que es» (esto es, lo verdaderamente bueno, antes – la propia bondad, como fue dicho 1.I, c XX-XVIII) (Sb 13, 1).
Asemeja a los hombres con la perfección divina
En cuarto lugar, esa consideración asemeja de cierto modo a los hombres con la perfección divina. Fue demostrado (1. I, cc XLIXss) que Dios, al conocerse, contempla en sí mismo todas las cosas. Como la fe cristiana aclara al hombre principalmente a respecto de Dios y, por la luz de la revelación divina, lo hace conocedor de las criaturas, se realiza en el hombre una cierta semejanza de la sabiduría divina.
Sobre esto dice el Apóstol: «Todos nosotros, al contemplar con el rostro descubierto la gloria del Señor, somos transformados en la misma imagen» (2 Cor 3, 18). Así, pues, se evidencia que la consideración de las criaturas pertenece a la aclaración de la fe cristiana. Y por eso dice la Sagrada Escritura: Me acordaré de las obras del Señor y anunciaré lo que vi, que en las palabras del Señor están sus obras (Eclo 42, 15).
(Santo Tomás de Aquino, Suma contra los Gentiles, l. II, c. II) – 3 (JSG) (Fuente: Revista Arautos do Evangelho)
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