Redacción (Domingo, 09-02-2020, Gaudium Press) Afirmaba el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira que el complacerse con un deleite temporal no es un acto de voluptuosidad cuando en ese deleite se procura el absoluto. 1 Ejemplifiquemos el anterior altísimo y necesario teorema.
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Un vol-au-vent relleno de bien condimentados camarones en buena salsa es una delicia para la grandísima mayoría de paladares.
Cuando se tiene un primer contacto con este encanto, el alma se regocija, los sentidos se agradan, todo el ser encuentra un especial gozo.
Pero este gozo es de dos tipos: el primero llamémoslo un poco impropiamente ‘espiritual’ y el segundo titulémoslo como ‘meramente sensible’.
El gozo ‘meramente sensible’ es muy perceptible, todos entendemos qué es. El gozo ‘espiritual’ es el que sentimos porque de alguna manera esa deliciosa comida nos habla de una comida perfecta, que no sirve sólo para reponer fuerzas, sino que es símbolo de perfecciones más elevadas: cuando decimos que una comida es exquisita estamos diciendo algo análogo a cuando afirmamos que tal pensamiento es exquisito, es decir, un pensamiento cuya exposición causa deleite escuchar, sea por su fuerza, por su sutilidad, por su belleza propia. Y si hablamos de un pensamiento exquisito, podemos decir que esa cualidad se encuentra de forma arquetípica en el Creador de todas las cosas, es decir, que Dios es exquisito, que el contacto cercano con él produce deleites inenarrables.
Entonces, aplicando el teorema arriba del Dr. Plinio, quien goza temperantemente de un exquisito vol-au-vent, y percibe en él lo exquisito del Creador -es decir, realiza la procura del Absoluto- no solo no realizó un acto malo, sino que en sentido lato hizo un acto de religión natural, de unión con el Creador. Bien sé que las anteriores tesis pueden sonar demasiado profanas a oídos educados en una cierta piedad de ‘alejamiento de las cosas del mundo’, pero bueno, así son las cosas, y no de otro modo.
Sn embargo, no sólo están los gustos ‘espirituales’ del vol-au-vent, sino los ‘meramente sensibles’: Si el degustador se deja avasallar por ellos, si en determinado momento lo único que le interesa es el placer que siente su paladar en contacto con los camarones, con el hojaldre, la plenitud de su estómago lleno de las viandas, el primer gusto ‘espiritual’ -ese que lo pone en contacto con el Creador- se irá apagando, y se va pavimentando la vía que lo lleva a todos los vicios, y por tanto al infierno. Vemos que no es fútil la cuestión.
Coloquemos otro ejemplo, este del propio Dr. Plinio.
«Vamos a decir, baño de mar. Él puede dar toda especie de deleites físicos y espirituales al mismo tiempo. Pero hay un momento en que el deleite propiamente físico del baño de mar, de la respiración cutánea, en fin, del movimiento, de la aventura en las olas, del pulchrum [belleza] del mar se presentan diferenciados de aquello que sería lo ‘transesférico’ [ndr. el gusto ‘espiritual’ donde encontramos a Dios]». 2 Puede ocurrir ahí que la mera fruición sensible ocupe todo el horizonte. «Y ahí entra una especie de opción, que marca toda la vida».
La persona no siguió teniendo el gusto espiritual que le producía el mar reflejo de la grandeza de Dios, de la magnificencia de Dios, de la amplitud de Dios; ese ‘contacto espiritual’ con el Absoluto en el que percibía la infinitud de Dios, el poder de Dios, y solo se ocupó de los deleites sensibles: está abierto entonces el camino para la desregulación de las pasiones, para la quiebra de todos los mandamientos, para el infierno.
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Entonces, dada la anterior doctrina, ¿qué ayudas prácticas para nuestra vida debemos sacar?
La primera, cuidado con los placeres meramente sensibles, digámosle animales: todo placer debe reportar al Hacedor de todos los seres que dan deleites.
Y por ello la importancia de la templanza, del refrenarse o abstenerse, sobre todo cuando se siente que el potro se desboca. Pero por encima de todo, para que el potro siempre camine hacia el Absoluto.
Y el meditar, por ejemplo, en la magnificencia del mar reflejo de Dios, lo que ya ayuda a refrenar el placer meramente ‘animal’ de un baño de mar, es decir, el privilegiar el placer espiritual ya sirve de vacuna para no dejarse subyugar por el placer meramente sensible.
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Y como el Dr. Plinio era un mar de sabiduría, tenemos que enunciar aquí otra importantísima tesis de él en esta línea: Una forma de hacer que el placer sea más espiritual y menos animal, es, por ejemplo en el caso del mar, imaginar unas aguas más ‘transesféricas’, es decir, más lindas, más perfectas, más cercanas a lo que sería un mar del cielo: esta imaginación ‘trans-esférica’ sería mucho más ‘vacunante’ contra el placer meramente animal, y nos uniría más a Dios. Esta es una doctrina que hay que desarrollar mucho más, profundizar más.
Por Saúl Castiblanco
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1 Cfr. Revista Dr. Plinio Abril de 2016 – A procura do absoluto e o perfeito convivio – I
2 Ídem.
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