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Apostolado en sistema de avalancha

Redacción (Viernes, 14-02-2020, Gaudium Press) Con la venida del Espíritu Santo, los Apóstoles se convirtieron totalmente. Ellos, que habían huido cuando fue la Pasión, se transformaron en ardorosos propagadores de la Persona y la doctrina de Nuestro Señor.

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En el atrio del palacio de Caifás, San Pedro hizo un discurso
diciendo que venía a predicar a Jesucristo que «matasteis» (At 2, 23),
«a Quien vosotros crucificasteis» (At 2, 36). Foto Archivo Gaudium Press

Primeros caballeros de Nuestro Señor Jesucristo

Afirma Dr. Plinio Corrêa de Oliveira: En Pentecostés, hubo «la transformación completa de la mentalidad de ellos, de hombres que habían mostrado un espíritu tan diferente del caballero, huyendo cuando Nuestro Señor fue preso, y que recibiendo el Espíritu Santo se tornaron los primeros caballeros de Nuestro Señor Jesucristo, que fueron sin duda los Apóstoles, verdaderos héroes de la fe».

Por medio de Nuestra Señora, ellos recibieron el Espíritu Santo «bajo la forma de lenguas de fuego, transformando sus mentalidades y santificándolos. A partir de entonces, los Apóstoles pasaron a comenzar ese fuego – o sea, la acción de la gracia divina y la expansión de la Iglesia Católica – en el mundo entero, y hasta hoy él se difunde entre nosotros, fruto del milagro de Pentecostés».

Antes, sin embargo, de lanzarse en la lucha por la difusión del Evangelio, los Apóstoles se reunieron para formular un resumen de la doctrina católica, que pasó a ser llamado «Símbolo de los Apóstoles»: es la oración «Creo».

Entusiasmo que proviene de la plenitud de la templanza

Los Apóstoles quedaron tan alegres, contentos, con tanta fuerza, que muchas personas pensaron que estaban embriagados (cf. At 2, 13). «Es lo que el lenguaje de la Liturgia llama de ‘la casta embriaguez del Espíritu Santo’: un entusiasmo que no viene de la intemperancia, sino de una plenitud de la templanza, que hace que el alma, enteramente señora de sí y dominada por Dios, profiera palabras tan sublimes y diga cosas tan extraordinarias, con tanto fuego, que muchas de esas cosas ni son adecuadamente captadas por los otros. Pero son cosas que arrebatan a todo el mundo.

«Comienza, entonces, la expansión de la Iglesia con una plenitud del Espíritu Santo, que nunca la abandonará. Desde aquel momento, donde haya auténticos católicos habrá una presencia del Divino Espíritu Santo que se hace sentir por la infalibilidad de la doctrina, por la continuidad de la santidad, por el vigor apostólico, y por un cierto ambiente indefinible que es la alegría del alma del católico, por donde se sabe que la Iglesia Católica es la única verdadera, eternamente la Iglesia verdadera, independiente de pruebas o de apologéticas.»

3.000 personas se convirtieron y fueron bautizadas

Dirigiéndose a la multitud reunida en torno del Cenáculo, San Pedro – que había temblado de miedo delante de una criada en el atrio del palacio de Caifás – hizo un bellísimo discurso en el cual dijo, entre otras cosas, que él venía a predicar a Jesucristo a quien «vosotros matasteis» (At 2, 23), y repitió: «a quien vosotros crucificasteis» (At 2, 36). Después, atendiendo a las personas que preguntaban lo que deberían hacer, el Apóstol declaró que necesitaban convertirse, hacer penitencia y recibir el Bautismo.

Y agregó: «¡Salvaos de esta generación perversa!» (At 2, 40). O sea, alejaos de las personas y los ambientes que os llevan a practicar el mal.

Movidas por la gracia divina, unas 3.000 personas se convirtieron y fueron bautizadas (cf. At 2, 41). Comenta Monseñor João Clá: «Era el inicio del apostolado en sistema de ‘avalancha’, que se multiplicaría cuando los Apóstoles comenzasen a hacer milagros. En breve iban a extender la evangelización por todo el mundo antiguo, y llegaría un momento en que el Imperio Romano entero estaría cristianizado.»

Extinguir la Revolución sobre la faz de la Tierra

Volviendo nuestros ojos para la humanidad actual, la cual se encuentra en una situación religiosa y moral mucho peor que la del tiempo de los Apóstoles, preguntamos cómo sería hoy un milagro semejante al de Pentecostés.

Dr. Plinio Corrêa de Oliveira responde: «Un dato fundamental distingue nuestra época de aquella. En el tiempo de Jesucristo existía el mal, como lo prueba la Pasión y Muerte de Nuestro Señor tramada por sus adversarios, que habían sido reprobados por el Redentor con vehemencia en sus predicaciones».

«Había el mal, no sin embargo la Revolución. Esta es una forma organizada, articulada, estructurada del mal, como si fuese un país invisible. Existe por todas partes, trama contra el bien y busca atacar todo cuanto lo represente».

«Si en nuestros días sobreviniese fenómeno parecido como el de Pentecostés, tendríamos que imaginar – ¡con cuánta alegría! – los Ángeles aplastando la Revolución por el mundo afuera. Sería, entonces, nuestro Grand Retour, una conversión completa, un total repudio a todo el mal que habíamos hecho, y un amor entero a las virtudes y a todo el bien que éramos llamados a practicar y realizar».

«En suma, un vuelo a la santidad que abarca el perfecto amor a Dios y al prójimo, con el deliberado propósito de extinguir la Revolución sobre la faz de la Tierra.»

¡Enviad, oh Jesús, el Divino Espíritu Santo y todo reflorecerá!

«Debemos presentar, por medio de Nuestra Señora, esta oración a Nuestro Señor Jesucristo: ‘Enviad para este mundo revolucionario, corrupto, desviado, ciego, abobado, el Divino Espíritu Santo, y todas las cosas serán como que nuevamente creadas; todo reflorecerá. Y vos, mi Dios, habréis renovado la faz de la Tierra’.»

Después de la gracia de Pentecostés, los que fueron bautizados buscaban a los Apóstoles para oír sus consejos, participar de las Misas – la «fracción del pan» (At 2, 42) – y rezar en conjunto. «Vendían sus propiedades y sus bienes y repartían el dinero entre todos, conforme la necesidad de cada uno» (At 2, 45).

Aclara el gran exegeta Fillion que esa práctica solo existía en Jerusalén, y no en las otras localidades donde se constituyeron grupos de cristianos. Y no era obligatoria como lo demuestra el episodio de Ananías y Safira (cf. At 5, 1-11). Por no haber tenido éxito, fue luego abandonada.

Por Paulo Francisco Martos

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