sábado, 23 de noviembre de 2024
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Ateísmo y eutanasia

Redacción (Lunes, 24-02-2020, Gaudium Press) Tuvo que surgir la generación de la mal llamada «Ilustración» desde el siglo XVIII a nuestros días, para que apareciera también el ateísmo, tanto el teórico como el práctico. Que se sepa ninguna cultura o civilización anterior al también mal llamado «siglo de la luces» se declaró atea.

Por avanzados conocimientos científicos que tuvieran -y que hoy día impresionan a los investigadores que estudian las ruinas de Egipto o de los Mayas, por ejemplo- esos pueblos nunca negaron la existencia de un ser creador al cual se debe rendir culto y que nos recibirá después en la vida de ultratumba para convivir con él en su reino por siempre. Tres nociones fundamentales que eran como que restos de la religión natural que existía en el Paraíso Terrenal antes de la catástrofe del Pecado Original, nociones que nos llevaban a un conocimiento admirativo, agradecido y amoroso de Dios Nuestro Señor.

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San Juan Bosco discutía sobre el más allá con Cavour

En los pueblos paganos de antes de la Redención es cierto que esos conceptos fundamentales estaban salpicados de horrorosas creencias, cultos abominables y terribles nociones acerca de la divinidad. Sacrificios humanos, rituales orgiásticos y mitos grotescos, pero nunca negaron que hay un más allá después de la muerte y que un ser creador nos espera para hacer justicia definitiva acerca del bien o del mal, así estos dos conceptos estuvieran trastocados y confundidos monstruosamente en la costumbres y la vida cotidiana.

Pero la arrogancia y autosuficiencia de estos dos últimos siglos ha producido un tipo humano prepotente que desprecia lo divino y exalta lo humano con la ilusión de que -según la mentira de la serpiente- algún día seremos dioses en la Tierra, si es que ya no lo estamos creyendo con estaciones espaciales, internet y whatsApp siempre a mano.

Como la realidad de este siglo XXI -que apenas comenzado agoniza ya, nos ha demostrado que la fragilidad humana es evidente por más que el cine nos ilusione con superhéroes indestructibles, el hombre de nuestros días, que no pudo detener la muerte, resolvió suicidarse tan pronto algunos bonzos de la medicina -la nueva casta sacerdotal, le diagnostica una enfermedad terminal o llega a una vejez para la que no estaba preparado, porque ningún antibiótico ni medicina le obrará ya en su cuerpo totalmente gastado y con el alma disecada en la incredulidad.

El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira decía alguna vez que los achaques de la vejez, las contrariedades y el cansancio permanente, son la gran oportunidad que la Divina Providencia nos da para reparar pecados, purificar intenciones, corregir desvíos y faltas de la vida, sabiendo ofrecerlos no con simple resignación sino con alegría y gratitud pues se trata de una preparación para nuestro encuentro definitivo con nuestro Creador en la Eternidad.

Es claro que este argumento no convence al ateo, sea el teórico que ya ha elaborado todo una doctrina sofistica para auto-engañarse, o sea el práctico que vive como un animal racional para comer y gozar la vida al máximo sin pensar en Dios. De todos modos los dos van para la tumba y la descomposición fétida y horrorosa de su cuerpo, sea en el fondo de la fosa o en el horno crematorio es inevitable.

Está comprobado -y la Iglesia Católica lo acepta completamente- que los pastorcitos de Fátima tuvieron contacto con lo sobrenatural.

Y para mayor prueba quedó evidente que existe el mundo angélico pues antes y después de las apariciones de la Virgen María, los pastorcitos tuvieron contactos innegables con ángeles, la Virgen les dijo que Ella venía del Cielo, les habló del Purgatorio y finalmente les hizo ver el Infierno. Después vendría él famoso milagro del sol aquel 13 de octubre de 1917 ante más de setenta mil personas.

Tampoco este acontecimiento persuade a un ateo sea de la especie que sea, incluso lo encontraría demasiado pueril. Si un ángel -fuere celestial o caído- se le apareciera, probablemente diría que es un ser de otro planeta porque entre el ateísmo y el materialismo no hay diferencia. Hoy día se prefiere creer que existen seres en otros astros y construir toda una especie de cosmovisión que incluya esta hipótesis como algo absolutamente cierto, a reconocer que hay algo más allá de este mundo. De hecho existe el inframundo y todos los pueblos de la tierra de todos los tiempos lo han reconocido. No son pues unos personajes soberbios e hijos del liberalismo decimonónico los que vengan a dogmatizar negándolo y a veces con agresividad.

Dicen que alguna vez el ministro Cavour queriendo burlarse de San Juan Bosco le dijo que tal vez la sorpresa que este buen cura se iba a llevar cuando muriera y verificara que no existiera nada sería enorme. Sería una sorpresa muy grande, respondió Don Bosco, pero tal vez la suya sea mayor cuando muera y vea que sí existe Eternidad. Hasta ahora Cavour no ha hecho ningún milagro ni probablemente lo hará. San Juan Bosco ha hecho varios, dejó una obra maravillosa y todavía hay millones de creyentes a la espera de encontrarse algún día con él.

Por Antonio Borda

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