Redacción (Viernes, 28-02-2020, Gaudium Press) El Cardenal Raymundo Damasceno Assis, Emérito de Aparecida y Comisario, en visita a los Heraldos del Evangelio inició sus trabajos con una reflexión sobre la Cuaresma. Transcribimos el documento íntegro:
Hermanos y Hermanas en Nuestro Señor Jesucristo, ¡Salve María!
Al iniciar el tiempo privilegiado de la Cuaresma, proponiéndoles que, juntos, nos coloquemos en sintonía con la esperanza desde siempre vivida por el Pueblo de Dios: «Atravesar el mar a pie seco e iniciar un camino rumbo a la Tierra Prometida». La Campaña de la Fraternidad de 2020 y también el Año Litúrgico que estamos recorriendo nos llevan a una sintonía particular con la práctica de la compasión, virtud caracterizada como uno de los más sublimes gestos de la vida cristiana.
«Vio y sintió compasión» (Lc 10, 33 – 34).
La reflexión que pretendo desarrollar será dividida en tres momentos:
1 – Lucas, el Evangelista de la Compasión;
2 – La Fraternidad: Don y Compromiso;
3 – La ternura, práctica de la abstinencia cuaresmal.
Esos tres momentos de nuestra reflexión nos ayudarán, por cierto, a vivenciar con mayor intensidad los 40 días que iremos pasar en el desierto cuaresmal.
Recordemos que el camino es largo y arduo, pero que, durante el tiempo en que estemos en el desierto, el Señor, tal y cual hizo con el pueblo de Israel, nos cubrirá con una nube suave de mañana, para que el fuerte sol no nos queme, y, a la noche, con una dulce luz, para que no nos perdamos en medio del camino.
1 – Lucas el Evangelista de la Compasión
Examinándose el evangelio de Lucas en toda la extensión de sus veinticuatro capítulos, percibimos que cada uno de ellos nos presenta el drama humano de un evangelizador que, en diferentes situaciones, se llega a frustrar o hasta incluso fracasar. El propio Cardenal Martini, en su obra El evangelizador en Lucas, describe de forma bastante detallada los pasos dados por Jesús durante todo su camino.
Todo el evangelio de Lucas nos muestra el constante caminar de Jesús en la compasión: Jerusalén – Emaús – Jerusalén.
En el evangelio de Lucas, los discípulos perciben desde el primer momento que el Señor es compasivo y misericordioso. Se podría afirmar que el Salmo 103 expresa todo el sentido teológico que el pueblo judío confiere a los gestos de Misericordia y que el propio Jesús encarna: Él cura todas nuestras enfermedades, redime nuestra vida, nos corona de amor y compasión, hace justicia a todos los oprimidos… El amor del Señor existe desde siempre y para siempre existirá (Sl 103,3.6.9-10.17). Algunos exegetas afirman que, en el salmo 103, vemos reflejados en anticipación trazos del evangelio de Lucas. De hecho, el amor del Señor por todos nosotros existe desde siempre y para siempre.
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Cuaresma es un tiempo propicio para reflexionar sobre ese amor.
También lo es el Año Litúrgico que estamos viviendo. La Campaña de la Fraternidad de este año, que tiene por tema «Fraternidad y Vida: Don y Compromiso», se basa precisamente en esta experiencia de la compasión: «Vio, sintió compasión y cuidó de él» (Lc 10, 33-34).
La compasión como gesto siempre acompaña la vida de la fe y, exactamente por esa razón, nos compromete con nuestro hermano a quien vemos. ¡La compasión impregna cada uno de los capítulos del Evangelio de Lucas, y el hecho de que el capítulo 10 nos sea propuesto a lo largo de esta Cuaresma nos ayuda a vislumbrar la necesidad que tenemos de pasar por la experiencia de la compasión!
Somos, así, invitados a ser compasivos y a sentir la compasión de los otros hacia nosotros. Hoy estamos excesivamente habituados con la eficacia, con los resultados y con todo lo que tenga que ver con la perfección y la calidad del producto. Ver y sentir se tornó algo casi inusitado en nuestra sociedad, hasta incluso en nuestras propias comunidades. El ver exige un grado profundo y exigente de «compasión». (Cf. Benedicto XVI, Homilía en el Miércoles de Cenizas – 1º de marzo de 2006).
«El amor, como Jesús nos está siempre mostrando en el Evangelio, debe transformarse en gestos concretos hacia el prójimo, especialmente con los pobres y los necesitados, subordinándose siempre el valor de las ‘buenas obras’ a la sinceridad de la relación con el «Padre que está en los cielos», que «ve lo oculto» y que «recompensará» todos los que hacen el bien de manera humilde y abnegada (cf. Mt 6,1.4.6.18). La concretización del amor constituye uno de los elementos fundamentales de la vida de los cristianos, que son alentados por Jesús a ser luz del mundo, para que los hombres, viendo sus ‘buenas obras’, glorifiquen a Dios (cf. Mt 5,16). Como nunca, esta recomendación, al inicio de la Cuaresma, llega hasta nosotros de manera muy oportuna, porque comprendemos cada vez más que ‘para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social… sino pertenece a su naturaleza, es expresión irrenunciable de su propia esencia’ (Deus caritas est, 25, a). El amor verdadero se manifiesta en gestos que no excluyen nadie, a ejemplo del buen Samaritano que, con gran apertura de alma, ayudó a un desconocido en dificultad, encontrado ‘por acaso’ al costado de la estrada (cf. Lc 10,31)».
Una de las vías más seguras, si no la mejor de todas, en el camino penitencial es la propuesta de la compasión. En ella, encontramos el tiempo para vivir nuestra espiritualidad, nuestra experiencia de limosna y sobre todo la práctica de las obras de misericordia durante estos cuarenta días que, en un cierto sentido, nos llevan hasta el desierto para, allí, rever nuestra vida interior.
2 – La Fraternidad: Don y Compromiso
Podemos optar, incluso en el tiempo de ayuno y abstinencia, por una vida no comprometida y cómoda, pero esto, simplemente, tornaría nuestro tiempo infértil y sin sentido.
La Cuaresma nos coloca a todos, sin excepción, delante del hermano, de aquel que, de diversas formas, nos habla en la hora en que sufre. No puedo dejar de lado al hermano que me interpela y me interroga con su presencia. La fraternidad nos compromete en todas las dimensiones de nuestra vida cristiana. Ya lo advertía el Apóstol Santiago en su Carta: «Con efecto aquel que oye la Palabra y no la practica, se asemeja al hombre que, observando su rostro en el espejo, se limita a observarse y se va, olvidándose luego de su apariencia» (Tg 1,24).
Muchos piensan que el tiempo de Cuaresma es un tiempo exclusivamente para hacer autorreflexiones y nada más; un tiempo de actitudes cerradas, circunflejas. ¡Vemos tantas personas que viven el tiempo de cuaresma distante de la práctica de la fraternidad, sin comprometerse!
En la Cuaresma, la limosna es compromiso, la oración es compromiso y el ayuno también es compromiso. Todo en ese tiempo nos habla de aquella propuesta que el Señor nos hace de recompensar las buenas obras que son hechas en secreto.
En sus visitas a los diferentes países, sus catequesis y sus homilías, el Papa Francisco ha insistido siempre en esta doble realidad que forma una unidad: Fraternidad y Compromiso. Solo quien es hermano puede comprometerse.
Hay una bellísima catequesis del Papa Francisco sobre la hermandad (18 de febrero de 2015) a la cual podemos recurrir para profundizar esta nuestra reflexión sobre la fraternidad. El Sumo Pontífice, ya al inicio de la Catequesis, nos brinda con estas palabras: «La ligación fraterna tiene un lugar especial en la historia del pueblo de Dios, que recibe su revelación en el vivo de la experiencia humana. El salmista canta la belleza de la ligación fraterna: ‘¡Y cómo es bello y cómo es dulce que los hermanos vivan juntos!’ (Sl 132,1). ¡Y esto es verdad, la fraternidad es bonita! Jesucristo llevó a su plenitud también esta experiencia humana de ser hermanos y hermanas, asumiéndola en el amor trinitario y potencializándola de forma que va bien más allá de las ligaciones de parentesco y pueda superar todo muro de extrañeza».
En la vivencia de la fraternidad hay, no obstante, muchos desafíos. La propia Escritura nos ofrece páginas encantadoras de fraternidad al lado de narraciones dramáticas de envidia y división fraterna. La trágica historia de Caín y Abel nos dice que el bien, entre hermanos, no raramente, en vez de alegrar puede llevar a la tristeza; en vez de suscitar gratitud, puede provocar celos, envidia, rivalidad.
Como conclusión de nuestra reflexión – La Fraternidad: Don y Compromiso – podemos afirmar que mi hermano siempre me interpela, o, mejor todavía, mi hermano siempre me lleva a comprometerme. Vivamos, pues, intensamente esa propuesta de compromiso y conseguiremos ver a aquellos que están a nuestro lado.
3 – La ternura, práctica de la abstinencia cuaresmal
Siempre es bueno recordar el significado del término latino abstinentia como acción de abstenerse de los apetitos. El propio Epíteto ya hablaba en se abstenerse y soportar. La abstinencia propuesta por Jesús nace de una actitud interior que supera el mero apetito. Un corazón arrepentido desde sus entrañas ya es un corazón penitente y agradable al Señor. La ternura no se confunde con el sentimentalismo de quien piensa que al Señor le gustan las «obras de caridad» hechas con la única motivación de hacer algo por hacer. No, la ternura como virtud nace del convencimiento claro y sincero de quien reconoce que hacer el bien es algo exigente y que, antes que nada, quien sufre y padece precisa, al mismo tiempo, de un gesto suficientemente dulce, y de un gesto, por así decir, «viril».
En el Vía Crucis, tenemos dos grandes personajes dotados de ternura. Verónica, que secó el rostro ensangrentado de Jesús pasando en medio de los propios verdugos que azotaban a Jesús, y Simón de Cirene, que, sin medir las consecuencias de su acto, ayudó a Jesús a cargar la cruz. Los dos personajes citados nos llevan inmediatamente a descubrir los gestos de compasión que podemos tener para con aquellos que nos rodean. Aquí está la bella oportunidad de este año litúrgico. Tres verbos nos motivan a vivir la ternura como experiencia de una forma constante de practicarla: ver, sentir compasión y cuidar.
En tiempos tan difíciles como los nuestros, vivir la ternura es mucho más que una forma de socialización o de counseling (asesoramiento) para obtener buenos resultados en las ventas de las grandes empresas. Ser dulce es vivir como vivió nuestra Santa Dulce de los Pobres, con caridad y ternura, con una sonrisa nada convencional, mucho menos promocional. Nuestra sonrisa debe nacer de la necesidad que el mundo tiene de ternura. Vivamos, pues, la gracia de la ternura como una constante realidad de la práctica de la compasión.
Vale la pena recordar lo que, en la Bula del Papa Francisco, por ocasión del Año Extraordinario de la Misericordia, él recordó más de una vez, refiriéndose a San Juan Pablo II y a su Encíclica Dives in Mericordia: «La misericordia cayó en desuso». El hombre contemporáneo olvidó que la misericordia puede ser practicada y se decidió, o mejor, optó por la agresividad y la venganza. Delante de esa realidad, se tornó urgente, según el Papa Francisco, inspirar y motivar a los cristianos a practicar la misericordia.
Se torna, entonces, urgente hacer que la compasión y la misericordia caminen lado a lado, como urgente es hacer que los gestos de ternura sean cada vez más reconocidos por todos nosotros. Por esa razón, un paso concreto que debemos dar es salir de nuestro individualismo y narcisismo constantes. En este momento de nuestra reflexión, podemos preguntarnos: «¿Qué hacer cuando yo, por causa de mis eventuales individualismo y narcisismo, venga a correr el riesgo de perderme en mi propio ser?» Tenemos que estar muy atentos a esa cuestión porque muchas veces pensamos tener todo o todo poseer y que, por eso, nunca nos iremos a ver las márgenes de una estrada peligrosa, donde podremos ser asaltados o colocados en situaciones límites.
El individualismo cierra a cualquier persona en su propio mundo tornándola incapaz de mirar en dirección al otro. Para superar el individualismo, el Papa Francisco instituyó el Año de la Misericordia con la intención de promover una especie de encuentro mundial de unos con los otros y de todos con la misericordia del Padre.
Con el Año de la Misericordia, el Papa Francisco nos hizo la propuesta de ir al encuentro de los heridos, de aquellos que, por alguna razón, se distanciaron del rostro de Dios y precisan sentirse de nuevo amados por Él. La Iglesia, insiste el Papa, tiene la misión de acoger. «Estrechemos aún más nuestras manos para llegar cerca de quien está precisando». Superar el individualismo se tornará una exigencia constante de nuestro ser cristiano, que deseamos vivir siempre en comunidad.
De lo expuesto, se concluye que es de vital importancia la práctica de la ternura porque ella nos direcciona inmediatamente al otro. Eso es lo que podemos ver en la parábola del Samaritano. El cristiano no puede hacer de cuenta toda la vida que no ve a los otros. Esa actitud es propia del sacerdote y el levita, que, tal vez, conociesen mejor que nadie la necesidad de colocar óleo y vino en las heridas, pero prefirieron «cambiar» el camino haciendo de cuenta que no habían visto a nadie.
Estamos acercándonos al final de nuestra reflexión. Este es el momento de elegir una acción a ser colocada en práctica en este tiempo cuaresmal. Propongo vivir este tiempo en compañía de la Madre de la Divina Ternura, aquella que cura todas las heridas. Ella supo caminar de Belén hasta Egipto y retornar a Nazaret sin tristeza alguna.
María sabe muy bien que sus hijos e hijas precisamos de su ternura maternal, de su bondad, de su compañía y de sus gestos concretos que promueven aproximación entre las personas a fin de ser cada vez humanos y misericordiosos, compasivos y generosos.
Les deseo una Cuaresma sustentada en el amor de la Ternura Divina de Nuestro Padre Creador, del Hijo Redentor y del Espíritu, que, con su bálsamo, retira todas las asperezas y durezas de nuestro corazón.
Dios bendiga a todos.
Caieiras- SP, febrero de 2020.
Mons. Raymundo Cardenal Damasceno Assis.
Arzobispo Emérito de Aparecida – SP
Comisario para los Heraldos del Evangelio
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