Redacción (Lunes, 02-03-2020, Gaudium Press) Tomados por el Espíritu Santo, los Apóstoles hacían milagros espirituales, esto es, convertían a muchas personas para la Iglesia, y también materiales, como curas de enfermedades.
Un Ángel abrió las puertas de la prisión
Enfermos no solo de Jerusalén, sino también traídos de otras ciudades, eran colocados en las plazas de la ciudad santa y «todos eran curados» (At 5, 16).
Los que no podían llegar junto a San Pedro querían que por lo menos su sombra los tocase (cf. At 5, 15). Al saber de esos hechos, el sumo sacerdote y sus partidarios, los saduceos, quedaron llenos de odio y mandaron prender a los Apóstoles en la prisión pública.
Vemos, así, como las autoridades romanas estaban mancomunadas con los judíos impíos para perseguir a los cristianos. Y he aquí que un milagro todavía más grandioso se obró: A la noche, un Ángel abrió las puertas de la prisión y ordenó a los Apóstoles que se dirigiesen al Templo para predicar el Evangelio. «Ellos obedecieron y, al amanecer, entraron al Templo y comenzaron a enseñar» (At 5, 21).
A determinada hora, el Sanedrín se reunió y mandó que fuesen buscar a los Apóstoles. Pero estos no se encontraban más en la prisión, aunque su puerta estuviese cerrada y sus guardias listos. Luego, llegó la noticia de que los Apóstoles estaban predicando en el Templo. Estupefactos, los miembros del sanedrín ordenaron que el comandante de los guardias trajese a los Apóstoles. Él y sus soldados así lo hicieron, «pero sin violencia, pues tenían miedo de que el pueblo los atacase con piedras» (At 5, 26).
Llegando ellos al Sanedrín, el sumo sacerdote interrogó a los Apóstoles: «¿No os prohibimos expresamente de enseñar en ese nombre?» O sea, en Nombre de Jesús. San Pedro y los otros Apóstoles respondieron: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres.» E increparon a los sanedritas diciendo: «El Dios de nuestros padres suscitó Jesús, a quien vosotros matasteis, clavándolo en una cruz.»
Oyendo eso, los miembros del sanedrín «quedaron furiosos y querían matarlos» (At 5, 28. 29. 33).
Cuán bella es la afirmación de los Apóstoles: «¡Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres!»
Hoy en día, muchos que se dicen católicos hacen lo contrario: se sujetan vilmente al mundo y desprecian los Mandamientos de la Ley de Dios. La verdadera alegría de la vida «Entonces se levantó, en el Sanedrín, un fariseo llamado Gamaliel, maestro de la Ley y estimado por todo el pueblo.» Él mandó que los Apóstoles se retirasen y después afirmó: «Os doy un consejo: no os preocupéis con estos hombres y dejadlos ir. Porque si este proyecto o esta actividad es de origen humano será destruido. Pero si viene de Dios no conseguiréis destruirlos. No suceda que os encontréis combatiendo contra Dios.» (At 5, 34.38-39).
Los miembros del Sanedrín aceptaron el consejo de Gamaliel, llamaron a los Apóstoles, mandaron flagelarlos y los liberaron, ordenándoles que no hablasen más en nombre de Jesús.
Los Apóstoles salieron «alegres por haber sido considerados dignos de injurias por causa del santo Nombre. Y cada día, en el Templo y por las casas, no cesaban de enseñar y anunciar […] a Jesús» (At 5, 41-42).
Alegres porque recibieron una gracia especial del Espíritu Santo y estaban compenetrados de lo que había dicho Nuestro Señor: «Bienaventurados sois vosotros, cuando os injuriaren y persiguieren» (Mt 5, 11).
Afirma el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira: «La verdadera alegría de la vida no consiste en disfrutar placeres grandes o pequeños, en tener exceso en el comer y el beber, ni cualquier otra especie de conforto. La auténtica satisfacción de la vida es aquella sensación de limpieza de alma que se posee cuando miramos de frente a nuestra cruz y decimos ‘sí’ a ella.»
Ordenación de siete diáconos
Habiendo crecido el número de fieles, surgieron dificultades en el servicio a las mesas donde se distribuía comida a los pobres, las viudas, etc. Y muchas viudas comenzaron a hacer quejas.
Los Apóstoles, entonces, recomendaron que se escogiesen siete hombres «de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría» (At 6, 3), para cuidar de esas tareas a fin de que los Apóstoles pudiesen dedicarse enteramente a la oración y la predicación del Evangelio. Habiendo sido efectuada la elección, los Apóstoles, por la imposición de las manos (cf. At 6, 6), ordenaron siete diáconos.
Vemos, así, como la jerarquía se va formando en la Iglesia. Hasta entonces había el Papa (San Pedro), obispos y sacerdotes (los otros Apóstoles). En ese momento fueron ordenados diáconos. Posteriormente, la jerarquía se fue desdoblando con otros grados: Cardenales, Monseñores, Canónigos, etc.
Entre los escogidos estaban Esteban, que se tornó admirable mártir; Felipe – no confundir con el Apóstol de mismo nombre -, que convirtió a Samaria y al eunuco de Candace, Reina de Etiopia; Nicolás de Antioquía.
Nicolaítas
A respecto del Diácono Nicolás, conviene hacer una aclaración. El Apocalipsis menciona dos veces los nicolaítas (cf. Ap 2, 6.15), y afirma que Dios los incita a convertirse, sino «les haré guerra con la espada que sale de mi boca» (Ap 2, 16). Eran secuaces de una herejía que, entre otros errores, predicaba la comunidad de mujeres.
San Irineo y Tertuliano afirman que el Diácono Nicolás de Antioquía fue el jefe de esa herejía ignominiosa. Sin embargo otros autores importantes – entre los cuales San Agustín – dicen que ella fue predicada por individuos que deturparon las enseñanzas de aquel diácono.
No obstante, Santo Tomás de Aquino explica que «Nicolás, uno de los siete diáconos», siguió el nefando error de Platón que defendía a la comunidad de mujeres. Es oportuno recordar que en el siglo II surgió la herejía de los apostólicos, la cual negaba el derecho de propiedad.
Vemos, así, que los nicolaítas y los apostólicos fueron precursores del comunismo, el cual predica la abolición de la familia y del derecho de propiedad.
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História da Igreja» – 4)
……………………………………………………………………………………..
1- CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A exaltação da Santa Cruz, em nós e fora de nós. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano III, n. 30 (setembro 2000), p. 19.
2- Cf. DARRAS, Joseph Epiphane. Histoire Génerale de l’Église depuis la Création jusqu’à nos jours. Paris : Louis Vivès. 1869. v. V, p. 330.
3- Cf. Suma contra os gentios. Livro III, cap. 124. 4- Cf. DARRAS, op. cit., p. 320.
Deje su Comentario