jueves, 21 de noviembre de 2024
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El renacer de una Venecia arquetípica

Redacción (Lunes, 02-03-2020, Gaudium Press) Si se hunde completamente, algún día emergerá magnífica y resplandeciente la Venecia que quiso Dios en la Europa de su corazón, la obra prima de la Cristiandad.

Las ciudades las construye el hombre, es cierto, pero por eso precisamente son las nietas de Dios, sobre todo cuando el hombre las diseña, funda y erige por amor al Creador, o cuando van naciendo así, espontánea y orgánicamente de acuerdo a sueños y criterios de sus gentes como la mayoría de las ciudades europeas de la Edad Media.

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Pero Venecia fue siempre una ciudad-Estado, una república aristocrática que estuvo regida por su sus fundadores y los descendientes de ellos. Una leyenda dice que fue la manera como los habitantes de ese pequeño archipiélago idearon defenderse de sus enemigos: Cuando estos llegaban a una de las islas, de las otras salían en barcas armadas, los aguerridos venecianos, algunos de ellos descendientes de antiguas gens romanas.

Pueblo de pescadores industriosos, terminaron convirtiéndose en mercaderes navegantes inteligentísimos y arriesgados, que bien pronto llegaron a constituirse en una gran potencia marítima, respetable y profundamente cristiana.

Los Papas siempre contaban con su apoyo contra las agresiones ambiciosas de algunos príncipes o del islam. Pero algo fue minando lentamente esa combatividad veneciana y el afán de mercar y enriquecerse fue tomando cuenta del espíritu explorador y osado de aquel pueblo. El turismo desordenado de estos dos últimos siglos le dio el pistoletazo final en plena sien.

Pero ese proyecto no puede desaparecer así no más de la historia. Venecia fue la muestra de que el republicanismo cristiano puede ser toda una gran realidad confirmando lo que Santo Tomás afirmaba respecto a las formas de gobiernos monárquicos, aristocráticos y democráticos: todos son legítimos mientras primero busquemos el reino de dios y su justicia. Pero algo falló en esta materia.

Además las repúblicas aristocráticas necesitan que sus dirigentes lleven a cabo algo que el Dr. Plinio consideraba una condición indispensable para que un cuerpo colegiado gobierne en paz: Colaboración mental melódica. De lo contrario entra el demonio de la envidia a dirigir con su batuta siniestra y toma cuenta de todo.

¿No será esta la causa más remota de la decadencia de Venecia? De ser así, la solución es fácil: volver al amor de Dios. ¡Qué difícil es para el hombre de nuestros días entender la relación que existe entre la fuerza creadora o destructora de la energía de una mentalidad, y sus efectos en la naturaleza!

Venecia volverá otra vez a emerger esplendorosa con todo el brillo y la belleza que irradió en sus días más maravillosos, cuando otra vez aparezcan almas que la amen como la amaron sus fundadores y la admiren como la admiró Dr. Plinio contemplando sus amaneceres y atardeceres bendecidos por el manso viento marino de la cristiandad que allí anidó. Emergerá con sus atrevidas gaviotas que aquel palomar desplazó sin saberse bien cuándo ni cómo o por obra de quién allí se instaló. Con sus góndolas y otras embarcaciones sin afán ni carreras, surcado silenciosa sus canales al ritmo del suave golpe del remo y del canto alegre del gondolero. Con las campanas de san Marcos tocando el ángelus y llamando a oficios religiosos que el turismo deberá aprender a respetar. Con la misión altísima que la Providencia le dio de hacer apostolado y extender la cristiandad con el ímpetu de su flota marina y la garra de sus navegantes y mercaderes cristianos, que los Polo y los misioneros franciscanos quisieron trasladar a oriente porque Bizancio comenzaba a apostatar de su misión. Esa será la Venecia del reino de María cuando por su Inmaculado Corazón triunfe sobre todo el horror al que nos está llevado la decadencia espiritual de nuestros días.

Por Antonio Borda

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