Redacción (Miércoles, 04-03-2020, Gaudium Press) ¡Rescatadme en vuestra mirada Madre, que me pierdo!
Porque solo son vuestros ojos, que reflejan sin par la luz divina, los que pueden hacer que brille en mí la luz. Porque ellos son la puerta cristalina de ese cielo que Dios se hizo para sí, pero que también quiso que fuera nuestro cielo, el lago de diamante líquido en el cual se anegasen nuestras miserias.
Salvadnos en vuestra mirada, Señora; porque vuestros ojos han llorado de pena y compasión por nuestros desvaríos y desvíos, porque ya os hemos costado, porque vuestras lágrimas no pueden ser en vano, porque Dios no puede despreciar el llanto de su Madre.
Salvadnos en vuestra mirada, Rosa Blanca de pureza sin igual; pues fueron vuestros ojos los que primero vieron al Dios humanado, y con su caricia él recibió la más cálida bienvenida posible mientras entraba tal cordero en este valle de lágrimas.
Salvadnos en vuestro mirar, Reina del Absoluto y de las Arquetipías; que él no solo nos purifique sino que nos eleve hasta las culminancias de vuestros pensamientos, de vuestros horizontes y de vuestras imaginaciones, de vuestros sentimientos y vuestros deseos, verdadero mundo celestial donde no es fácil distinguir qué es Dios y qué eres Vos, porque todo está impregnado de Dios. Que vuestra mirada sea nuestra entrada a tu cielo interior.
Salvadnos en vuestra mirada Señora; esa que se alegraba con los primeros pasos del Infante-Dios, que lo seguía solícita cuando salía de casa, aquella que se encantaba con la creciente manifestación de la divinidad en la humanidad, que lo ansiaba cuando no lo tenía a su lado. Esa mirada que enjuagó su sangre carmesí, aquella que lo recibió primera ya resurrecto, que lo despidió cuando ascendió a los cielos, y en la cual los apóstoles siguieron viendo la mirada del Hombre-Dios.
Salvadnos en vuestros ojos Señora; que son vírgenes porque sois la Virgen Absoluta, que son confesores porque sólo Vos creísteis cuando todo desfallecía, que son mártires porque ofrecisteis las más preciosas entrañas a la inmolación, que son cruzados porque siempre vencisteis al demonio, que son profetas porque su serenidad anunció siempre el triunfo final. En vuestros ojos, Señora, está toda la gloria de la Iglesia, la pasada, la presente y sobre todo la futura, que el futuro solo será si es el resplandor dorado de vuestra mirada.
¿Y qué hay aquí, contemplándoos? Sólo un hijo, Madre, indigno de teneros como Madre, pero al fin de cuentas vuestro hijo. ¿No salvaréis a vuestro hijo en vuestra mirada?
Por Saúl Castiblanco
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