viernes, 22 de noviembre de 2024
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Ni el gigantesco Imperio pudo contra la Iglesia

Redacción (Martes, 10-03-2020, Gaudium Press) Roma, año 27 ADC. Se inicia un proyecto de gobierno tiránico, déspota y corrupto como no había existido antes ni en los tiempos de la Monarquía ni a finales de la misma República.

Los años inmediatamente anteriores, Julio César y su banda, con hipotecas y préstamos de quienes manejaban el sistema financiero de la época, se lanza a desestabilizar el sistema republicano para imponer un gobierno totalitario como única manera de controlar a la opinión pública. Detrás de bambalinas estaban farisaicos intereses políticos de quimérica dominación mesiánica, que todavía hoy algunos historiadores quieren ignorar o desconocen totalmente.

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Gruta de la Natividad, en la Basílica de la Natividad en Belén

Los aristócratas del senado estaban sumamente divididos y cada patricio descendiente de las legendarias Gens, manejaba bandas de sicarios a su servicio para protegerse o intimidar adversarios políticos enfrentándose a macana y sica en las calles de la gran ciudad. La inteligencia perversa de una joven mujer ya con tres matrimonios encima (1) y disponiendo de una inmensa fortuna de oscuro origen para comprar conciencias, pagar crímenes y lujos estrafalarios, era el combustible de todo el caos que estaba surgiendo. Los esclavos, la plebe, los legionarios y la mayoría de los políticos clamaban por un estado de orden a cualquier precio. En medio de la anarquía total que se veía ya venir, había sido incluso apuñaleado en el recinto del Senado el propio Julio César, responsable de toda la desorganización. Entonces todo se polarizó y explotó la guerra civil. Teniendo de paso la mitificación de una presunta inmolación de César por el pueblo, que el oportunismo de un Marco Antonio impulsó antes de caer en las garras impuras de Cleopatra.

Los que estaban interesados en esta guerra y disponían del oro para financiar el bando que triunfaría, movían las redes de información entrelazada por sus casas comerciales en toda la cuenca del Mediterráneo. Y aunque el proceso fue largo y doloroso, por fin se logró que el patriciado y el resto del pueblo romano, aceptara que un tirano con apariencia de respetar al senado republicano y una hipócrita restauración moral, se impusiera hasta hacer que lo consideraran un semi-dios. Fue el inicio del imperio que tanto martirio le costaría a la Iglesia de Cristo que precisamente junto con el nacimiento del imperio había nacido en una humilde aldea de Judea.

Estaban lejos de imaginarse los mentores financieros y políticos del imperio romano con sus títeres, que el legítimo emperador, rey y señor del mundo había nacido ya y no a la sombra de las conspiraciones y crímenes de una Fulvia o una Livia de la metrópoli, sino a la sombra del Altísimo y del vientre virginal de una pura y hermosa doncella judía de la estirpe del rey David.

Y comenzó otra etapa más de la lucha entre el bien y el mal, la etapa definitiva que dará la victoria final al Señor de Cielos y Tierra así se pase por duros momentos y pruebas terribles que entre más dolorosas sean, más gloria atraerá para Dios y los hombres fieles.

Roma imperial no consiguió arrebatarle al verdadero mesías el imperio sobre las almas bautizadas. El proyecto, aunque duró poco más de trecientos años salpicados de sangre mártir, intrigas, traiciones, persecuciones y calumnias, no alcanzó su infame propósito: Cristo vence, reina e impera. Y así lo celebraremos toda esta Cuaresma, Semana Santa y Pascua sin temor a nada ni a nadie.

Por Antonio Borda

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(1) Fulvia Flacca Bambalia, (77-40 ADC) Entre sus crímenes está el de Cicerón cuya cabeza se hizo llevar a su casa, para escupirla y cortar la lengua del gran orador.

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