Redacción (Viernes, 13-03-2020, Gaudium Press) Que San Roque es fuerte contra las epidemias, es algo que no solo atestigua el pueblo fiel, sino la historia. Veamos.
Nació San Roque en Montpellier, Francia, a finales del S.XIII, de buena alcurnia, pues su padre era allí gobernador. Dicen que su designio como hombre de Dios estaba marcado en su pecho y desde el vientre materno, pues una cruz roja ahí claramente se plasmaba.
Desde muy joven quiso separarse de los bienes de este mundo y dedicarse de lleno a Dios, y por eso a imitación de San Francisco distribuyó los bienes que había heredado de sus padres, que habían muerto cuando él tenía 20 años.
Queriendo conocer la cuna y cabeza de la Cristiandad, Roma, Roque emprendió hacia allá el camino peregrino hasta que lo detuvo no la peste, sino el deseo de atender a los apestados, en Aquapendente, ya en Italia.
San Roque cura a un cardenal, y el Papa reconoce el milagro
Óleo de Jorge Leal, Museo de San Roque, Lisboa
La peste, o peste bubónica, o peste negra, ese terrible flagelo que asoló particularmente a Europa en el S. XIV, que venía de Asia, que se estima que mató solo en Europa 30 millones de personas -un tercio de la población-, que tenía ese efecto oscuro y siniestro que era el de ennegrecer la piel, que era transmitida por pulgas que picaban ratas infectadas provenientes también de Asia. Esa peste a la que todo el mundo temía y si podía huía: menos Roque.
San Roque el hijo del gobernador convertido en pobre peregrino, suspende su viaje a Roma para dedicarse a atender a los enfermos, a quienes sanaba con el signo de la Cruz. De Aquapendente pasa a Cesena, llega finalmente a Roma, y «en todas partes el terrible azote desaparecía ante su milagroso poder». 1 Pasa luego a Mantua, Modena, Parma, y se corre la voz de que la peste huye ante su presencia. El poder de un alma inocente, unida estrechamente a Dios, dueño de los elementos.
San Roque se recupera de la peste
Pero Dios quiso que su entrega fuera completa, y permitió que la propia peste le infligiese sufrimiento, pero no derrota final: en Piacenza, empieza a sentir los síntomas de la terrible enfermedad. Caritativo al extremo con sus semejantes, se retira a una choza de un bosque vecino, se diría que a morir e ir al cielo. Pero Roque no muere, se recupera, regresa a Montpellier y allí fallece. Sin embargo su fama de santidad comienza a crecer, y también su eficacia contra la peste.
Las oraciones al santo se muestran fuertes contra la enfermedad. En Constanza se reúne el concilio, en 1414, ese que pondría fin al cisma de Occidente. Pero como que al demonio no le gustaba que terminase la división que hería desde hace décadas a la Cristiandad y estalla la peste en esa ciudad. Sin embargo, para un terrible mal, ahí está la cura: Los padres conciliares ordenan oraciones públicas, diversas rogativas y procesiones a Roque de Montpellier, y cesa la peste. La fama del Santo crece.
Sus reliquias se encuentran en Venecia, adonde fueron conducidas de forma subrepticia. Pero en el mundo entero hay imágenes del ilustre Santo con el perro, del Santo de la peste. Y en el mundo entero hay devotos suyos, que le imploran el alivio de todo tipo de males: también del ágil coronavirus.
Con información de la Enciclopedia Católica
1. https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Roque
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