Ciudad del Vaticano (Martes, 17-03-2020, Gaudium Press) En su iglesia desierta, que fue vaciada por causa de un minúsculo virus que hizo cambiar los ritmos en todo el país, el Padre Martino Gajda, todas las noches, toca las campanas del Campanario de la Iglesia Parroquial de San Silvestre, en Aquila, Italia.
Su sonido llega a las almas, estimula recuerdos,
recuerda verdades olvidadas y, crea: alimenta la fe. Foto Archivo Gaudium Press
La Iglesia del Padre Martino es una maravillosa obra de los años 1300 que el terremoto de 2009 destruyó y que está totalmente reconstruida con la fuerza y la buena voluntad que caracteriza al pueblo de la región Abruzzo, en el centro de Italia.
Después de estar siendo reconstruida por diez años, la Iglesia abrió sus puertas y pasó a recibir sus fieles.
Pero el coronavirus llegó de repente trayendo, además de la epidemia, una serie de cambios y mandó de regreso a los fieles para sus casas.
Incluso después del terremoto, cuenta el sacerdote, «la Iglesia nunca paró». Y no sería el Covid-19 que impediría al Padre Martino de continuar su misión. El Padre Martino aprovecha el silencio del recogimiento de los habitantes y hace sonar las campanas. Todos oyen y de nuevo sienten llegar hasta sus oídos los sonoros acordes de bronces centenarios: «Que sea la voz de Dios que entra en nuestras casas» son sus votos.
El buen ejemplo crea una red sonora
Desde que el Covid-19 encerró los italianos en casa, la decisión del padre Martino fue repetida en millares de campanarios esparcidos por Italia.
Ellos suenan en los monumentos históricos o en torres simples de la actualidad. Muchos párrocos de norte a sur de Italia accionan las campanas de sus iglesias a las 12:00, 19:00 y 21:00 horas todos los días.
Ellos llaman a los fieles a la oración. Nadie sale de casa, nadie se reúne, entretanto, celebran espiritualmente, el Sacramento que fue sustraído al cuerpo, apenas respondiendo a una antigua señal que la modernidad había dejado de lado, por causa de la inevitable «incomodidad» en el descanso dominical. Así, el campanario dejó de ser algo particular y redescubrió su dimensión.
El campanario con la sonoridad de sus campanas dejó de ser una cosa privada de una localidad, sino que se juntaron todos los campanarios y unidos en una red perfecta de campanadas, ellos recuerdan a todos, de las ciudades grandes a las villas más remotas que en esta época de clausura doméstica existe el sonido que viene del corazón, viene del fondo de la historia, viene de la Iglesia y va para más allá del sonido de la televisión.
Campanadas que contagian
El sonido de las campanas se está tornando un poderoso agente de unificación de los italianos. Y con cada día más de aislamiento el sonar de las campanas se amplía hasta donde todavía no había llegado.
Poco importa de qué campanario venga. Puede ser que su sonido parta de un lugar centenario o más moderno. Cada uno de ellos ha provocado un contagio mucho más poderoso que el coronavirus, porque llega a las almas, estimula recuerdos, recuerda verdades olvidadas y, crea: alimenta la fe. (JSG)
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