Redacción (Martes, 24-03-2020, Gaudium Press) Cuando la pandemia del coronavirus parece tocar las puertas de nuestras casas, y el temor y la incertidumbre comienza a paralizarnos, vale la pena traer al presente luces de esperanza que en el pasado brillaron, y que aún hoy iluminan toda tiniebla.
Las enfermedades, las epidemias no son asuntos solo de hoy. Santos, a lo largo de la historia, también vivieron tiempos similares; sus vivencias nos traen para nuestros días muchas esperanzas. Como las de Santa Teresita de Lisieux, quien a finales de 1891, junto con sus hermanas carmelitas, debió enfrentar una epidemia de gripe que atacó a su comunidad.
En 1891 una fuerte epidemia de gripe atacó al convento de Santa Teresita, quien en medio del ambiente desolador, sintió la presencia de Dios / Foto: Archivo. |
La santa, en Historia de un Alma -su autobiografía-, narra en detalle el ambiente desolador de su convento en medio de la epidemia:
«Al terminar el año 1891, una epidemia de gripe atacó nuestra comunidad: yo la pasé muy leve, de modo que pude mantenerme en pie con otras dos hermanas. Es imposible imaginar el cuadro desolador que ofrecía nuestro convento en aquellos días de duelo. Las enfermas más graves eran cuidadas por la que apenas podían arrastrarse; la muerte reinaba en todas partes, hasta tal punto que apenas exhalaba el último suspiro alguna de nuestras hermanas, forzosamente teníamos que abandonarla en seguida».
El ambiente era muy difícil para su comunidad. Santa Teresita, incluso cuenta que se cuestionaba cómo era posible que ella hubiese podido atender a sus hermanas en medio de tales circunstancias:
«El día que cumplí 19 años fue entristecido con la muerte de nuestra venerada Madre Subpriora, a quien asistí en su agonía junto con la enfermera. A esta muerte siguieron dos más. Hallábame sola en la sacristía, y me pregunto hoy cómo pude atender todo».
Un día una de sus hermanas, a quien apreciaba mucho, Sor Magdalena, también había fallecido. Teresita del Niño Jesús la encontró postrada en su habitación, tomó luego un cirio, se lo llevó a la difunta, a quien también le hizo una corona de rosas para colocarla en su cabeza. Mientras oraba, la santa sintió una especial presencia de Dios, que de inmediato dio paz a su corazón.
Así relató este momento en su autobiografía: «Una mañana, al despertar, tuve el presentimiento de que Sor Magdalena había dejado de existir. El dormitorio estaba sumido en la más completa obscuridad; nadie salía de las celdas. Me decidí entrar en la de Sor Magdalena, y, en efecto la encontré vestida y acostada en su jergón, con la rigidez de la muerte. No me causó ningún temor; corrí a la sacristía y traje al punto un cirio y le coloqué en la cabeza una corona de rosas. En medio de aquel desamparo sentía la mano de Dios, su Corazón que velaba por nosotras».
La santa también tuvo la bendición, que no muchas tuvieron: recibir la Comunión. Teresita del Niño Jesús este especial hecho:
«Durante aquellas largas semanas de aflicción, tuve el inefable consuelo de comulgar diariamente. ¡Qué felicidad tan grande! Jesús me prodigó sus mimos durante largo tiempo, más tiempo que a sus fieles esposas, porque, después de la epidemia, continuó dándose a mí varios meses, sin que la comunidad compartiera mi dicha».
Con información de «Historia de un alma» de Santa Teresita del Niño Jesús.
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