Redacción (Martes, 24-03-2020, Gaudium Press) La pandemia causada por el nuevo coronavirus (covid-19) favorece reflexiones sobre varios aspectos de nuestra vida cotidiana, como el tema del aislamiento social, ya destacado por la prensa.
Dado que el hombre es un «animal social», [1] destinado a comunicarse, ¿cómo podrá soportar vivir en cuarentena durante tanto tiempo?
La cuestión es muy pertinente, pues la soledad es calificada por algunos estudiosos (de diferentes áreas) como la epidemia más grave de nuestros días. La soledad, de hecho, está en la raíz de los problemas de salud más dañinos, como el riesgo de ataque cardíaco, presión arterial alta, depresión y la sensible elevación de las tasas de suicidio. [2] Las secuelas para la salud de la soledad son equivalentes a fumar nada menos de 15 cigarrillos al día. [3] En el Reino Unido, se creó un «Ministerio de la Soledad» en el 2018, tal era la amplitud del fenómeno.
¿La cuarentena genera otra pandemia?
¿Pero entonces la cuarentena en la que viven muchos países no estará generando una pandemia de soledad?
Solo el tiempo lo dirá, pero la ventaja es que la soledad tiene cura.
Algunos analistas sugieren mantener contactos a través de internet u otros medios de comunicación durante el período de cuarentena. Tal propuesta puede mitigar los efectos de la falta de contacto con las personas, pero probablemente no será una solución de fondo. La razón es muy simple: las amistades, como forma perfecta de socialización, exigen convivencia (física) y cierta reciprocidad, como ya lo apuntaba Aristóteles. Las amistades virtuales no son exactamente reales, aunque puedan contribuir a mantener relaciones amistosas.
Una respuesta en la historia religiosa
Pues bien, si volvemos nuestros ojos al pasado en el ámbito religioso, podemos levantar algunas cuestiones:
¿Cómo sobrevivieron tantos santos en el ascetismo de los desiertos?
¿Cómo tantas monjas soportan el claustro y las rejas de los monasterios?
¿Cómo pudieron tantos mártires soportar el encierro en situaciones de persecución?
La respuesta es única: solo fueron capaces de llevar la cruz de esos aislamientos, porque de alguna manera se «deificaron». Alzándose desde el propio instinto de sociabilidad, se hicieron amigos de la «Amistad» por esencia, es decir, del Amor por esencia (1 Jn 4,8).
En medio de tanto sufrimiento que hoy padecemos, quizás este sea el mensaje de Dios para nosotros: Él quiere llamarnos de «amigos»: «Yo os llamo amigos» (Jn 15,15). Basta entonces aprovechar esos momentos de aislamiento para encontrar esta amistad perfecta en el silencio de nuestro interior.
Por el P. Felipe de Azevedo Ramos, EP
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[1] Aristóteles. Política, I, 2 (1253a2-3)
[2] Cf. e.g. Wilson, R.S.; Krueger, K.R.; Arnold, S.E.; et al. Loneliness and Risk of Alzheimer Disease. Archives of General Psychiatry, v. 64, 2007, p. 234-240. Cacioppo, J.T.; Hughes, M.E.; Waite, L.J.; Hawkley, L.C; Thisted, R.A. Loneliness as a Specific Risk Factor for Depressive Symptoms: Cross-Sectional and Longitudinal Analyses. Psychology and Aging, v. 21, 2006, p. 140-151. Hall-Lande, J.; Eisenberg, M.; Christenson, S.; Neumark-Sztainer, D. Social Isolation, Psychological Health, and Protective Factors in Adolescence. Adolescence, v. 42, 2007, p. 265-286. Schinka, K.; VanDulmen, M.; Bossarte, R.; Swahn, M. Association between Loneliness and Suicidality during Middle Childhood and Adolescence: Longitudinal Effects and the Role of Demographic Characteristics. The Journal of Psychology: Interdisciplinary and Applied, v. 146, 2012, p. 105-118. Holt-Lunstad, J.; Smith, T. B.; Baker, M.; Harris, T.; Stephenson, D. Loneliness and Social Isolation as Risk Factors for Mortality. Perspectives on Psychological Science, v. 10, 2015, p. 227-237.
[3] Lee, Ellen E., et al. High Prevalence and Adverse Health Effects of Loneliness in Community-Dwelling Adults across the Lifespan: Role of Wisdom as a Protective Factor. International Psychogeriatrics, s.v., 2018, p. 2.
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