Redacción (Jueves, 26-03-2020, Gaudium Press) El próximo 15 de abril se cumple un año de la casi desaparición de uno de los mayores símbolos cristianos de siempre, la Catedral de Notre-Dame de París.
Desde la tarde del 15 hasta la madrugada del 16 de abril del año pasado, centenas de bomberos lucharon contra las feroces llamas, poniendo valientemente en riesgo su integridad, pero coronando al final con éxito sus esfuerzos en salvar la esencia de las estructuras, especialmente las dos torres, muchos muros y el tesoro de la catedral. Tras el incendio, y el dolor del orbe, el presidente francés anunció que en cinco años Notre-Dame estaría restaurada por completo, anuncio que tal vez sea revisado hoy por hoy, si se mantienen por buen tiempo las restricciones de movilidad a causa del coronavirus.
Notre-Dame se ubica en lo que se llamó la Île de la Cité en París, o isla de la ciudad, o como algunos llamaban, la isla del asentamiento. Desde que Clodoveo, el primer rey franco cristiano, ubicó su capital en París, esta diócesis adquirió relevancia, y así igual la sede catedralicia de la diócesis, que primero fue la Catedral de San Esteban y luego la Catedral de Notre-Dame.
Es Notre-Dame, por tanto, símbolo de la Iglesia en el primer país cristiano de la historia, el Reino Franco. Y eso la hace también, símbolo de la Iglesia Católica para el mundo entero.
Notre-Dame comienza a ser construida desde 1160, insuflada por la energía del Arzobispo, Maurice de Sully. En ella se concretizan las nuevas tendencias de arquitectura, de ese estilo que desde el S. XVI se llamaría ‘gótico’. A Notre-Dame el famoso Abad Suger -uno de los ‘creadores’ del gótico- le regala un vitral, simbolizando también ese deseo maravilloso del gótico de «introducir la luz en las iglesias», de ‘jugar’ con la luz coloreándola para que ilumine cual piedras preciosas el interior de los templos. Notre-Dame es símbolo del gótico, ese gótico que como ninguno es un arte católico. También en su arquitectura, pues, Notre-Dame es símbolo del arte de la Iglesia católica, y por tanto de la Iglesia Católica.
Ese simbolismo de Notre-Dame, a la par de su belleza, era reconocido y admirado por los millones de personas que la visitaban año tras año.
Pero es probable que el próximo 15 de abril, cuando se cumpla el primer año del incendio de Notre-Dame, el mundo no se acuerde tanto de la paradigmática iglesia, ocupada como está su mente con la epidemia que cubre el globo.
Pero… ¿no se debería meditar en esos días -aunque fuera por unos momentos- en Notre-Dame de París?
¿Es demasiado arrevesado pensar hoy que el incendio de Notre-Dame fue un aviso para la humanidad? ¿Un aviso de que se preparara para tiempos difíciles? ¿Un aviso tal vez de que el deterioro de la fe en muchas almas, comportaría duras consecuencias para la cristiandad? ¿No sería el incendio de Notre-Dame un llamado a restaurar la fe, la piedad, a buscar la práctica de la ley de Dios, la paz con Dios? Son esas preguntas que creemos no es loco plantear.
Notre-Dame no sucumbió. Por el esfuerzo generoso de muchos, por las oraciones de muchísimos que imploraron a Dios fuerzas para quienes combatían las devoradoras llamas. Por las oraciones de muchos que también pedían misericordia al Creador. ¿No será también esto un mensaje para nuestros días del incendio en Notre-Dame de París?
Nos resta decir: Nuestra Señora de París, Virgen gloriosa y bendita, ruega por nosotros, ten misericordia de nosotros.
Por Saúl Castiblanco
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Con información de Notredamedeparis.fr
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