Redacción (Domingo, 12-04-2020, Gaudium Press) En el momento, en que los cristianos conmemoramos la Resurrección del Señor en medio de difíciles circunstancias, nuestra mirada se dirige confiante y filial a la Madre del Crucificado y del Resucitado.
Aún viendo a su Hijo morir en la Cruz, la Reina de los Mártires siempre confió. Sus lágrimas eran de compunción total, de dolor casi infinito, pero no de desesperanza.
Jesús resucitado aparece a la Virgen
Catedral de Santa María la Real, Pamplona, España
Cuando ya muerto y bajado de la Cruz lo sostuvo en su regazo para limpiarle las heridas, la Virgen no pensaba solo en un cuerpo que había sido flagelado al máximo, sino en un cuerpo que contendría una luz que ni siquiera se manifestó en el Tabor, el Cuerpo del Resucitado. En su corazón atravesado por las espadas de dolor, también tenía sede la mayor de las esperanzas, la certeza del triunfo de ese cuerpo divino llagado. Y esa esperanza y esa certeza que emanaba de todo su ser sostuvo a la Iglesia naciente.
Hoy, cuando el mundo recibe el Cuerpo Resurrecto del Señor también en medio de temores e incertezas por las diversas crisis que cubren el horizonte, nuestra mirada se dirige una vez más a la Sede de la Esperanza, María Santísima.
Que Ella nos sustente, que Ella no permita ni por un segundo que nuestra Fe en el triunfo de Cristo y de su Iglesia vacile. Que Ella nos una a sí, que nuestro corazón sea el de Ella, que todo nuestro ser sea de Ella, que seamos uno con Ella, para que podamos enfrentar el futuro con su decisión, con su serenidad, con su seriedad y con su esperanza total en la victoria final.
Equipo de Gaudium Press
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