Redacción (Domingo, 19-04-2020, Gaudium Press) Numerosos artículos de opinión, en periódicos y redes sociales, sea por avance del coronavirus – que va provocando decenas de miles de muertes -, sea por el impacto económico que comienza a producir, se preguntan: ¿cómo será el día de mañana? A todos preocupa el después.
Nadie sabe, cómo, ni cuándo terminarán los efectos de esta terrible pandemia. Destacan que hay un antes y un después, que nada será igual. Históricamente, las pandemias, como las guerras, como también un terremoto, un tsunami, un huracán, modificaron la forma de vida de las sociedades; preocupa la recuperación, la vuelta a la normalidad. Dolor, muerte, desolación, acaban desbaratando el modo de vida que antes se llevaba.
El mundo moderno: un gigante con pies de barro
Se ha sentido la debilidad del mundo moderno, este «gigante con pies de barro», hasta hoy considerado poderoso e indestructible como el majestuoso transatlántico británico Titanic – cuyo lema era: «ni Dios lo hunde»- que, en su viaje inaugural, desapareció bajo las aguas tras haber sido golpeado por un iceberg. Tragedia que nos llena de enseñanzas sobre un estado de espíritu optimista existente, frente a lo que consideraban que no se podía hundir. Hoy muchos temen que…no se volverá atrás, a la normalidad.
Noticias hay, que nos causan profundo dolor. Conmueve lo que ha estado ocurriendo en Guayaquil, la calificada «capital económica del Ecuador». La ciudad se ha transformado en «una morgue al aire libre». Cientos de cadáveres se acumulan en las calles, familias que se ven obligadas a convivir con el cuerpo de sus parientes muertos en sus casas varios días. No hay lugar en los cementerios, se ha producido un colapso por tantos muertos.
Los Estados Unidos no están lejos de los acontecimientos. Anthony Fauci, experto en enfermedades infeccionas y asesor del gobierno, afirmó que entre 100 y 200 mil personas podrían morir por el Covid-19, y llegar a millones de posibles contagios.
El valiente personal sanitario
Los médicos, enfermeros, y todo el personal sanitario en general, están valientemente trabajando sin horarios, y con el peligro de contagiarse. En España y Argentina, hacia el fin del día, la gente que está en cuarentena, en sus casas, hace un «aplausazo» para ellos. Qué linda actitud de agradecimiento a aquellos que están arriesgando la vida por los otros, verdaderos héroes dentro de la pandemia.
En Italia, lamentablemente, ya han fallecido más de 80 médicos; el maléfico y mortal virus, los tomó desprevenidos.
La virulencia es violenta y, al mismo tiempo, se vive la incógnita de cuánto durará esta peste. Delicada situación que pone ante la alternativa de salvar vidas y al mismo tiempo evitar el colapso de la economía mundial.
La catástrofe económica en los Estados Unidos es fuera de serie, en dos semanas se han perdido 10 millones de puestos de trabajo. Especialistas consideran que se perfila la caída de la economía mundial más profunda de los últimos 100 años. El Fondo Monetario Internacional, a través de su directora Kristalina Georgieva, aseguró que la economía mundial entró en una «recesión, igual o peor que la de 2009».
En los Estados Unidos, temores dentro de la pandemia llevaron a un aumento del 58 % de la venta de fusiles y pistolas. En el sur de Italia sospechan de fuertes protestas sociales y saqueos tras de ellas.
Dramático lo que nos muestran las informaciones, que no dejan de venir contaminadas por las «fake news».
La soñada y vivida globalización, ha sido obstaculizada en sus capilaridades por el virus: fronteras terrestres, marítimas y aéreas cerradas, se acabó la comunicación entre naciones. Todo el mundo en casa, ni con los vecinos puede «globalizar» a no ser…por medios digitales.
Todo llegó de improviso, derrumbando la «normalidad» que vivíamos.
¿Qué tan normal era el mundo en que viviamos?
Pero, nos preguntamos: ¿qué era la normalidad en qué estábamos? Vean que estoy hablando en pasado, un pasado que tiene poco más de un mes… Pienso – como no pocos – será difícil volvamos al ritmo de vida de antes, a la «normalidad».
Ocurre que el mundo vivía, en realidad, una situación de «a-normalidad». Si hacemos un recorrido, rápido y superficial, sobre el «vivir» anterior a la cuarentena, quedamos espantados. La familia en crisis, la juventud descarriada, la muerte de los no nacidos, los ancianos y enfermos bajo la amenaza de la eutanasia, los niños sufriendo aberrantes enseñanzas contra la moral, músicas con alabanzas al demonio o incentivando los bajos instintos del hombre, la pérdida del pudor en las vestimentas, una criminalidad galopante, atentados y guerras, etc. ¡Lista alarmante! Materialismo, hedonismo, impiedad. Bien alertaba San Juan Pablo II: «Una vida construida sin Dios y sus Mandamientos se vuelve contra el hombre». (7-6-1999).
Dentro de este panorama, creo que lo más importante a resaltar es la crisis de fe del tiempo considerado como una «normalidad». Ya lo alertaba el Papa Emérito diciendo: «en amplias zonas de la tierra la fe corre el peligro de apagarse como una llama que ya no encuentra alimento» (27-1-2012).
Hasta hace pocos días podíamos ir a la iglesia a rezar, asistir a la Misa, si era necesario confesarse, comulgar; había bautizos, casamientos, confirmaciones, se recibía la unción de los enfermos. Pasamos inesperadamente, por las medidas preventivas, a la terrible situación que nos hace recordar tiempos de los primeros cristianos en las catacumbas durante las persecuciones religiosas, de las grandes guerras o catástrofes naturales, en que la figura del edificio de la iglesia se eclipsa de nuestras vistas. Pasamos repentinamente a estar en casa, en la «iglesia doméstica». Nos vienen a la mente las palabras de San Saturnino de Abitinia y sus compañeros (Túnez, año 304), que fueron martirizados mientras declaraban que no les era posible vivir sin la Eucaristía: «sin el domingo no podemos vivir».
La Iglesia no está muerta
Frente a lo que está ocurriendo, parecería que Dios está indiferente, da la impresión de que la Iglesia está sepultada, está muerta. No nos dejemos engañar por las circunstancias. No puede esta situación desanimarnos. Jesús, Nuestro Señor, resucitó a Lázaro, después se resucitó a si propio. Caminemos para la alegría de la resurrección de la Iglesia, por más que en apariencia parezca muerta.
Lázaro apareció más bello, más fuerte. La Iglesia aparecerá más bella, más fuerte, más militante que nunca. Estos momentos de prueba, debemos aprovecharlos para aumentar nuestra fe, crecer en virtud, en santidad, preparándonos para el momento de la glorificación de la Iglesia. Porque si bien que la iglesia ha cerrado sus puertas, cuando se reabran, será muy distinta. La veremos como un lirio que nace en el lodo del pecado, en la noche tenebrosa de la falta de luz, en medio de la tempestad en que parece todo perdido.
Es el «después» de esta crisis. Nadie sabe bien cómo saldremos, pero, «si alguna vez se puede pensar que la barca de Pedro esté realmente en medio de vientos en contra difíciles – es verdad -, sin embargo, vemos que el Señor está presente, vivo, que el resucitado realmente está vivo y tiene de su mano el gobierno del mundo y el corazón de los hombres» (Benedicto XVI, 4-6-2012). ¡Confianza!, recordemos las palabras de Nuestra Señora en Fátima: «por fin, Mi Inmaculado Corazón triunfará».
(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica, 19 de abril de 2020).
Por el P. Fernando Gioia, EP
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