jueves, 21 de noviembre de 2024
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Meditación en torno a una oración a la Grandeza de la Virgen María, de Plinio Corrêa de Oliveira

Redacción (Domingo, 26-04-2020, Gaudium Press) Un día hurgando en libros encontramos un separador con una imagen de la Virgen realmente preciosa.

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Se trataba de una Virgen de Oriente, un ícono, que creemos ser una adaptación o versión de la Virgen de la Ternura, maravillosa en todo caso.

Estas imágenes de Nuestra Señora de la Ternura, se caracterizan por la confianza con que el niño se coge del cuello de su Madre, y por la dulzura y el amor con que Ella responde al afecto de su Niño, cuyos rostros se tocan. En la línea de lo que ocurre con Nuestra Señora del Buen Consejo, que hoy celebramos.

Conmovido por la imagen, acrecentamos la emoción cuando leímos la oración debajo, del Profesor Plinio Corrêa de Oliveira:

Oración de la Grandeza de María

Oh Madre indeciblemente grande;
oh Reina inexpresablemente dulce y accesible;
oh arco iris que reune en una síntesis incomparable
los dos aspectos de la grandeza,
esto es, la superioridad y la dadivosidad:
os suplico humildemente me ayudéis a observar,
a analizar, a comprender y a enlevarme con vuestra grandeza.

Concededme que por la meditación de vuestra grandeza,
vuestras cogitaciones y vías sean las cogitaciones y vías de este tu hijo.

Atended esta súplica, oh Corazón Regio,
Sapiencial e Inmaculado de María.

Amén

La advocación de la Ternura para ilustrar la oración de arriba no podía ser más apropiada.

Nuestra Señora es de una dadivosidad, de una generosidad que llega hasta la ternura, hasta el afecto cálido de la mejor de las madres. Solo que es la ternura y el deseo de dar nada más ni nada menos de Aquella que es la Madre de Dios, la Omnipotencia suplicante y la Esposa fidelísima del Espíritu Santo, el Cual -como afirma Mons. João Scognamiglio Clá Dias, en su más reciente obra Maria Santíssima! O Paraíso de Deus revelado aos homens– se complace en realizar sus más altas obras en materia de bien a las almas por medio de su Esposa fidelísima, Nuestra Señora.

¿Y qué pide el Profesor brasileño en su oración, cuál es la dádiva que implora de esa Omnipotencia intercesora? Varias cosas.

Grandeza de María

Primera, que pensemos en Ella, que la tengamos siempre presente en nuestras mentes, pero no disminuyendo lo que Ella es, sino contemplándola en su grandeza, que no es nada más ni nada menos que la de ser la Obra perfectísima de Dios, y la Medianera Universal de todas las gracias, es decir el vaso comunicante dorado por medio del cual nos llegan todos los favores de Dios.

Segundo pedido que hace el Dr. Plinio en su oración: que esa meditación de los dones gigantescos de María, haga que nos unamos tanto y tanto a la Virgen que los pensamientos de Ella sean los nuestros, y también que los caminos de Ella sean los nuestros. Es decir, que esa sea la primera obra de su colosal poder en nosotros, tras percibir nosotros lo gigante que es la Virgen: que Ella haga que nos unamos a su mente, a su corazón y a sus caminos. Que nuestros caminos no se separen ni un solo milímetro de lo que Ella quiere para nosotros. Que muestre su poder transformándonos, haciendo que nuestra mente sea la de Ella, y nuestros deseos sean los de Ella, que es la Reina de la Grandeza. Es un pedido osado, pero dirigido justamente a aquella que lo puede conceder.

La Dueña del Banco

Y para que nos movamos a hacer ese pedido, el Dr. Plinio ya había descrito a Nuestra Señora con una grandeza que es «inexpresablemente dulce», «inexpresablemente accesible», es decir, que casi no vive sino para esperar el pedido de sus hijos y luego atenderlo. Eso es algo más maravilloso que si nos contaran que hay una persona que es amiga del dueño del Banco más rico de la Tierra, y ese potentado le dijese al amigo que lo único que tiene que hacer es pedir oro del que allí hay, que él se lo concede. Loco el que no lo haga.

Pero los ‘amigos’ de la ‘Dueña’ del ‘Banco de los favores divinos’ somos nosotros, la Dueña quiere darnos el oro, y nosotros con frecuencia no se lo pedimos…

Sin embargo, a pesar de nuestro desprecio, ahí sigue la Dueña que es Madre, confiante en que su ternura vencerá el hielo de nuestros corazones, porque al final, somos sus hijos.

Por Saúl Castiblanco

 

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