sábado, 23 de noviembre de 2024
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La ecología del Papa y la ecología del ‘ecopanteísmo’: dos cosas muy distintas

Bogotá, (Viernes, 18-12-2009, Gaudium Press) Quien acompaña el amplio cubrimiento noticioso que por estos días se enfoca hacia Copenhague, en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, puede constatar que no están ausentes las referencias a los pronunciamientos de los representantes de la Iglesia y del propio Sumo Pontífice al respecto: «Benedicto XVI ha hablado con frecuencia de la necesidad de cuidar el planeta», «El Pontífice abogó por ‘estilos de vida sobrios y responsables’ «, «Benedicto XVI ha pedido que la cumbre acabe con lo que él llama «Iniciativas de Desarrollo Solidario», son algunos textos rápidamente recogidos en diversos órganos informativos.

Entretanto no son muchos los medios que profundizan en los motivos de cuño antropológico y teológico que fundamentan los pronunciamientos de la Iglesia, los cuales caracterizan su perspectiva, y que también se hallan al alcance de quien los quiera encontrar. Una excelente exposición de ellos fue realizada por el Papa en el mensaje dirigido con ocasión del próximo Día Mundial de la Paz, a celebrarse el próximo 1 de enero, pero cuyo contenido fue revelado en días pasados.

En primer lugar, para la Iglesia, como para la recta filosofía, existe un abismo infranqueable entre el hombre y el animal irracional, diferencia que hace solo al primero sujeto de derechos. Y si existe esa diferencia substancial entre hombre y animal, mucho más entre hombre y naturaleza vegetal o naturaleza inanimada: «[Hay una] diferencia ontológica y axiológica entre la persona humana y los otros seres vivos». «Una visión correcta de la relación del hombre con el ambiente impide de absolutizar la naturaleza o considerarla más importante que la persona», afirmó el Sumo Pontífice en el documento referido.

Un nuevo paganismo: el ‘ecopanteísmo’

Una concepción del medio ambiente inspirada en el ecocentrismo o en el biocentrismo -explica el Papa- conlleva a «realmente eliminar la identidad y la función superior del hombre, favoreciendo una visión igualitaria de la ‘dignidad’ de todos los seres vivos».

Esta visión, en definitiva, hace parte de un «nuevo panteísmo con acentos neopaganos que hace derivar apenas de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista, la salvación del hombre».

Entretanto, para la Iglesia, el hombre sigue siendo el administrador de los bienes de la creación: «Al contrario, la Iglesia invita a colocar la cuestión de modo equilibrado, en el respeto de la ‘gramática’ que el Creador inscribió en su obra, confiando al hombre el papel de guardián y administrador responsable de la creación, papel de que ciertamente no debe abusar, pero también no puede abdicar», reafirma Benedicto XVI. El hombre debe ser administrador, responsable, pero administrador.

¿Responsable ante quién? Claramente no es ante la «vida», o frente a «Gaia», como ciertas ONGs del ecologismo radical sugieren o afirman de manera explícita. La primera responsabilidad es ante Dios, autor de la Obra de la Creación, y a quien daremos cuentas al final de nuestros días de todas las acciones realizadas. Y derivada de la anterior, una responsabilidad ante la sociedad humana, la actual y la futura, de donde a su vez, se deducen las obligaciones con el ambiente: «Los deberes para con el ambiente derivan de los deberes para con la persona considerada en sí misma y en su relacionamiento con los otros».

«La persona considerada en sí misma». Es esta otra de las claves para entender rectamente la visión de la Iglesia con relación al medio ambiente. Es decir, al pensar en la relación naturaleza-hombre, se debe considerar al ser humano como él verdaderamente es, en toda su realidad y dignidad trascendente, espiritual y también material, en su necesidad de progreso, y en sus derechos a lo necesario para alcanzar sus fines, naturales y sobrenaturales. Bastante lejos estamos ya aquí del ‘ecopanteísmo’.

Bastante lejanos nos encontramos ya también de ciertos grupos de la ecología radical -que propugnan por la disminución del número de seres humanos sobre la tierra debido a los supuestos insolubles perjuicios que ellos causan- cuyas doctrinas Benedicto XVI reprueba en el documento citado.

El problema termina siendo de raíz ético-moral

Entretanto, la Iglesia no deja de constatar el uso abusivo que el hombre ha hecho de muchos de los recursos puestos por Dios a su alcance. Sin embargo, el diagnóstico lleva al Papa a ver una raíz moral en esos males y a plantear para ellos una solución del mismo tipo: «En efecto, la degradación de la naturaleza está íntimamente ligada a la cultura que moldea la convivencia humana».

¿Cómo es esa cultura que trae perjuicio a los recursos dados por el Creador para que el hombre administre?: Es aquella «que considera la técnica y el poder humano como absolutos» y que termina atentando no solo contra la naturaleza, sino también contra la propia dignidad humana. En suma es aquella cultura que considera al hombre como Dios.

Por el contrario, una cultura impregnada de «valores [que] tengan su origen y estén inscritos en la ley moral natural, que es el fundamento del respeto de la persona humana y de la creación», esa cultura constituirá la salvaguarda de la Creación. Es la cultura donde Dios es considerado y ocupa el puesto de Dios, pues ‘ley moral natural’ no es otra cosa que la ley divina, eterna, impresa en los corazones de los hombres. En palabras del Papa «no se puede pedir a los jóvenes (por ejemplo) que respeten el ambiente, si no son ayudados, en la familia y en la sociedad, a respetarse a sí mismos: el libro de la naturaleza es único, tanto sobre la vertiente del ambiente como sobre el de la ética personal, familiar y social.»

En definitiva, la solución de fondo a los problemas ambientales, (como a los problemas económicos, políticos, etc.) termina siendo de carácter ético y moral: un uso racional, inspirado en los valores de la ley natural, que no desconozca sino que realce el papel del ser humano como administrador de la creación, pero que entretanto le imponga los límites de la moderación, de la moral, de la solidaridad y de la responsabilidad hacia Dios, hacia la sociedad presente y hacia la generaciones venideras.

Por Saúl Castiblanco

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