Bogotá, (Lunes, 28-12-2009, Gaudium Press) Recordamos la feliz expresión de San Agustín, que sentencia que «en el Antiguo Testamento está latente ya el Nuevo, y en el Nuevo se hace patente el antiguo». Una vez más la veracidad de esta aseveración se hace realidad al considerar la celebración del día hoy, la de los Santos Inocentes.
Hoy la Iglesia conmemora como dignos mártires a todos los niños asesinados por orden de Herodes ‘el Grande’ -con ocasión del nacimiento de Jesús- quien a pesar de encontrarse en el ocaso de su vida aun se aferraba de forma desesperada a su poder temporal, y temió que un pequeño infante le arrebatase el trono.
Decimos, pues, que el sentido ‘típico’ del Antiguo Testamento revela mucho de lo contenido en el Nuevo. Así, el libro del Éxodo nos relata la matanza de los niños hebreos en Egipto, prefigura de la de los Santos Inocentes. Viendo al pueblo hebreo crecer, y temiendo por su seguridad, el Faraón dio la orden inicua: «El rey de Egipto también dio orden a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifrá y la Púa, diciéndoles: ‘Cuando asistan a las hebreas, fíjense bien en el momento en que dan a luz: si es niño, háganlo morir; y si es niña déjenla con vida.» Entretanto estas mujeres temieron a Dios y no cumplieron la disposición. «Entonces el Faraón dio esta orden a todo el pueblo: ‘Echen al río a todo niño nacido de los hebreos, pero a las niñas déjenlas con vida’ » (Exodo 1, 15-22). Salvado de este infanticidio fue Moisés, quien -a semejanza preanunciativa del Cristo- liberó después a su pueblo del yugo de la esclavitud.
Los magos constatan la llegada del Mesías
Ya en el Nuevo Testamento, nos cuenta el evangelio de San Mateo que a Palestina llegaron unos Magos venidos de Oriente preguntando por «el Rey de los judíos que ha nacido», lo que mucho inquietó a Herodes. Este pronto consultó a los sumos sacerdotes y maestros de la Ley sobre el asunto. Es así que ellos le indicaron, según el vaticinio del profeta Miqueas, el lugar del nacimiento del Mesías, el mismo lugar del de David: «Pero tú, Belén Efrata, aunque eres la más pequeña entre todos los pueblos de Judá, tú me darás a aquel que debe gobernar a Israel, cuyo origen se pierde en el pasado, en épocas antiguas» (Miqueas 5, 1).
Los magos también le refirieron a Herodes -sin sospechar sus intenciones- que una estrella los estaba guiando. Muy probablemente los maestros de la Ley también le recordaron al Rey perverso que los libros sagrados ya anunciaban este prodigioso hecho: «Cuando aparezca una nueva estrella en Israel, es que ha nacido un nuevo rey que reinará sobre todas las naciones» (Números 24, 17). Aterrorizado pues ante estas perspectivas, y llevado de sus mala naturaleza, Herodes ordenó matar a todos los niños menores de 2 años que en Belén se encontraban, sin no obstante poder tocar al Mesías, cuyo padre putativo había sido avisado en sueños para conducirlo junto con la Virgen a Egipto.
Ya el profeta Jeremías, siete siglos antes de la llegada del Salvador, anunciara el crimen nefando, y así lo asocia San Mateo: «Oigan, en Ramá se sienten unos quejidos y un amargo lamento, es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, pues ya no están.» (Jeremías 31, 15)
Herodes
Cuenta Flavio Josefo que la legendaria crueldad de Herodes fue en aumento a medida que se acortaban sus días. Según el historiador judío, Herodes mandó matar a dos de sus hijos -Aristóbulo y Alejandro- que habían sido acusados por un hermano, Antípatro, de conspirar contra su padre. De la misma manera, Antípatro fue después acusado de intentar envenenarlo, por lo que Herodes obtuvo carta de Roma autorizándolo a matarlo. También asesinó a una de sus esposas, Mariamne, y al abuelo y al hermano de esta, Hircano y Aristóbulo, por celos de su popularidad en medio de los judíos. Estos crímenes domésticos son un reflejo del trato que daba a sus súbditos. La muerte de Herodes fue celebrada por el pueblo hebreo como un día de liberación. No sospechaban ellos que el sucesor, Arquelao, sería tan sanguinario como el padre…
Los muchos crímenes de Herodes tornan comprensible, según reconocidos autores, que la historia pagana no mencione la masacre de los Santos Inocentes: esta se diluyó en medio de las otras crueldades de ese rey. Entretanto las fuentes no cristianas dibujan un perfil de Herodes tal, que concuerda perfectamente con el autor del asesinato de los niños de Belén.
La gloria de los Santos Inocentes
«Éstos fueron rescatados de entre los hombres, como primicias ofrecidas a Dios y al Cordero, y están sin mancha ante el trono de Dios», «Una dicha eterna coronará su cabeza, gozo y alegría los seguirán y se alejarán de ellos las penas y aflicciones»: Son las anteriores antífonas de las lecturas de la Liturgia de las Horas de esta fiesta. Ellas revelan la gran felicidad que por toda la eternidad gozan ya los Santos Inocentes. Su mayor alegría consiste en la semejanza de su sacrificio con el sacrificio máximo de Jesús. Fueron ellas víctimas inocentes, inmoladas cuando se ya se anunciaba presente la salvación de la naciones, por obra del Inocente que murió en la Cruz.
Ellos entraron inocentes al Paraíso. Y nosotros -nos anuncia Cristo- si no nos hacemos inocentes, como ellos, no entraremos en el Reino de los Cielos.
Por Saúl Castiblanco
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