miércoles, 30 de octubre de 2024
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Haití, la oración y la caridad

Bogotá (Jueves, 21-01-2010, Gaudium Press) Con el terremoto que ha asolado a Haití el mundo entero se ha volcado en solidaridad, y particularmente la Iglesia católica, que en el orbe entero ha mostrado con sus obras que la fe que la inspira tiene sublime raíz divina. En ese sentido, el bello espectáculo de innúmeros religiosos en Haití, que -algunos incluso afectados por el desastre- siguen entregando sus vidas en beneficio de sus prójimos, es algo que mueve poderosamente a la admiración.

De entre las muchas palabras que provenientes de eclesiásticos han buscado el alivio y el consuelo de los haitianos en medio de la tragedia, queremos destacar dos, que nos servirán para remontarnos hacia consideraciones teológicas, que creemos iluminan el panorama con la luz que le es propia.

La primera es una expresión de Teresa de Calcuta usada por el rector de la catedral de Lyon, quien está promoviendo la recolección de fondos para reconstruir la catedral de Puerto Príncipe: «Donde Dios no es honrado, el hombre no es respetado». La segunda es del Secretario para las Relaciones con los Estados de la Santa Sede, el arzobispo francés Dominique Mamberti, habida hoy en Roma durante una misa por los afectados del sismo y que reza que «La expresión más sublime de la fraternidad es la oración».

La primera reconoce la primacía del culto a Dios. Dios merece ser honrado y exige su alabanza, que redunda en beneficio del propio hombre. Ella es sinónima de la expresión evangélica que declara «Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia y lo demás os será dado por añadidura». En esta frase el Mesías indica también que nada escapa a su Providencia, a su gobierno. Allí se dice que él vela por todos, pero particularmente por quien de él se ocupa, y que el porvenir y el destino de cada una de sus criaturas está en sus manos. Evidentemente, quien sin visión de fe contempla una tragedia como la de Haití, puede llegar a renegar de Dios. Pero quien tiene la fortuna de poseer esta luz, sabe que ni la propia muerte es un mal definitivo, cuando se espera con firmeza la vida eterna, que es el más profundo anhelo de todo ser humano.

La segunda, requiere también para ser entendida y aceptada una visión de fe. Afirmar que es más elevado, como expresión de solidaridad, el dirigirse con una súplica a Dios por un alma que dirigirse a su cuerpo con el alimento, es saber que la oración -reunidas las condiciones para su buena realización- tiene el poder que una bomba atómica no alcanza, pues la oración mueve el corazón de Dios, que todo lo puede.

Es claro que todas las expresiones de solidaridad no se contradicen sino que se complementan. Por ejemplo, afirmábamos que contemplamos con alegría el movimiento universal de solidaridad que por estos días se dirige hacia Haití. Entretanto, no podemos dejar de ver en todo ese río de generosidad la acción de la Providencia divina, discreta pero efectiva, que ha tornado corazones que con frecuencia son fríos de egoísmo, en llamas de generosidad, de entrega, de verdadera caridad. Ciertamente las oraciones que en todo el orbe se elevan por Haití, han movido a Dios a encender el fuego de la caridad en muchísimos espíritus.

Y entretanto «la expresión más sublime de la fraternidad es la oración». La oración, que es la elevación de la mente a Dios, para alabarlo, agradecerle o pedirle las cosas que nos convienen o convienen al prójimo, tiene en el Evangelio el sustento de su eficacia: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca halla, y a quien llama se le abre (Mt 7, 7-8). Y como dice San Juan, «pedid y recibiréis», para que sea cumplido vuestro gozo (Jn16,24).

Pues al final, todo, absolutamente todo, depende de Dios…

Por Saúl Castiblanco

 

 

 

 

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