Bogotá (Lunes, 25-01-2010, Gaudium Press) Nació nobilísima y bella, y existe un cuadro de Nuestra Señora llamado La Virgen de los Ojos cerrados porque para el posó Santa Beatriz de Silva e Menezes siendo muy joven y tímida. Considerándose indigna, pero no pudiendo resistir la honra y las presiones, decidió aceptar ser la modelo.
A tanta belleza Beatriz sumó virtud por la gracia de Dios y la esmerada educación que recibió a ejemplo de sus padres viviendo hasta los 23 años en el hogar de la familia. Pero cuando su prima hermana de 19 años de edad se convirtió en la reina de Castilla, como soberana incontestable la pidió como dama de honor para su corte. Comenzó el calvario.
Al poco tiempo belleza y virtud sumadas fueron comidilla infame entre el mundanismo de una corte en pleno siglo XV, que no resistía las tentaciones del Renacimiento. Nadie adivinaba que estar en ese lugar era un tormento para quien desde muy niña tenía la certeza de haber sido llamada para una gran obra religiosa que no sabía cómo comenzar. Sin razones y explicaciones la reina comenzó a humillarla en público, a apartarla de las grandes fiestas y reuniones, a perseguirla por cualquier asunto nimio frecuentemente producto de un comentario insidioso. De la antipatía y la envidia, el sentimiento de la reina saltó españolamente a los terribles celos y al odio mortal creyéndola preferida del propio rey.
Y una noche fría, oscura y silenciosa, la regia señora sin compañía de nadie llegó candelabro en mano hasta la habitación de Beatriz para ordernarle algo: ¡Sígame! Y Comenzaron a bajar y bajar duros y fríos escalones de piedra hasta llegar al más profundo sótano de aquel castillo. Y en ese lugar húmedo, helado, sucio y oscuro, le ordenó abrir un viejo arcón abandonado y meterse en el. Beatriz entendió todo y consta que le dijo: Señora mía, queréis matarme y soy inocente. Dios justo juez sea testigo y os conceda después arrepentimiento. Beatriz cayó de espaldas, la reina cerró con llave el viejo arcón y se marchó.
Hundida en ese arcón por obediencia a su real y soberana señora, inocente pero acusada sotovocce de querer conquistar al rey, Beatriz aceptó tan espantosa muerte segura y tétrica, encomendando su alma a la Inmaculada, su devoción particular desde muy niña. Echándola de menos un tío suyo destacado en la Corte la reclamó a la reina muchos días después ya que nadie quería responderle nada. La altanería y los celos que enceguecen, movió a la reina a hacer un estruendo general llevando al noble y un destacado grupos de cortesanos y damas hasta el lugar donde debía estar ya muerta y descompuesta una indigna traidora con intenciones adúlteras. Pero Beatriz estaba viva, hermosa y radiante, y un agradable aroma de lirios y rosas salía del arcón.
Convertida la reina y conmovida la Corte, Beatriz humildemente pidió dispensa a su señora para retirarse a un convento en Toledo, desde donde iniciaría la formación de la orden religiosa femenina de la Inmaculada Concepción, que la Virgen le había indicado en la aparición del oscuro arcón del que la salvó tan milagrosamente. Desde allí comenzaría otra dolorosa estación de su vida, que ya habrá ocasión de recordar también.
Por Antonio Borda
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