viernes, 22 de noviembre de 2024
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Bicentenarios de Independencia

Bogotá (Jueves, 04-02-2010, Gaudium Press) En el transcurso de un año (1810) se independizaron de España tres virreinatos (Nueva España, La Plata y Santa Fe) y dos capitanías (Chile y Venezuela).

Fue un fenómeno de emancipación que tal vez no hubiera necesitado guerras sino simples acuerdos. Al fin y al cabo emanciparse de una tutela no implica sino un documento notarial. Pero los virreinatos y capitanías de Iberoamérica no estaban bajo tutela, no eran colonias, ni tampoco unas provincias de ultramar. Ni España misma sabía bien cómo definir la situación jurídica de estas tierras que dependían y no dependían de ella.

La Revolución Francesa a caballo y de botas, se imponía a sangre y fuego en Europa con la artillería de Napoleón, que se hizo Emperador de la hija primogénita de la Iglesia. Y España en manos de Godoy se entregaba en Bayona a José Bonaparte. ¿Qué esperanza le quedaba a la América española?

Todavía en el centro del corazón del pueblo menudo, ardía la llama de lo más valioso que España trajo a América: la fe católica. La tormenta guerrera desatada por algunos de los próceres imbuidos de enciclopedismo, trajo fuego, sangre, rencores y dolor de huérfanos y viudas. Pero en los altares de las iglesias ardían candelitas, se rezaban novenas y rosarios. Padres e hijos involucrados en las guerras, eran encomendados a la Virgen y a los santos por madres, esposas y hermanas. Se hacían procesiones, las Convenciones y Constituciones fueron reunidas no pocas veces a la sombra de los templos católicos, muchos prelados apoyaron los movimientos y casi todos los precursores fueron educados en los colegios de las órdenes religiosas venidas de España por disposición pontificia y con apoyo de los reyes.

La evangelización había permeado hasta los más profundo del alma de este continente suramericano y la causa se volvió santa.
Pero como en todo lo que es humano, hubo siempre dos bandos bien definidos. En uno estaban radicales que querían realizar la utopía Roussoniana y las ideas de Voltaire al pie de la letra, arrasando incluso con los principios cristianos. En el otro los que se oponían a llevar a cabo tan novedoso como arriesgado experimento social. Ese fue el comienzo de muchas guerras civiles, de más dolor y más sangre para las patrias recién fundadas.

De todo este panorama destaca que siempre la religión católica, o era perseguida o era protegida por los gobiernos de los nuevos estados. Quizá el libertador de cinco naciones y que hipotecó su no pequeño patrimonio para llevar a cabo la guerra por la libertad, nos dé una clave de este tema: Simón Bolívar, quien a pesar de su declaración de «Guerra a muerte» contra un gobierno español lejano y desorientado, de su entusiasmo guerrero y sus incansables jornadas a caballo que lo llevaron varias veces desde Caracas a Lima, dejó en su testamento estas palabras: (…) «hallándome gravemente enfermo, pero en mi entero y cabal juicio, memoria y entendimiento natural, creyendo y confesando como firmemente creo y confieso el alto y soberano misterio de la Beatísima y Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, y en todos los demás misterios que cree y predica la santa Madre Iglesia Católica, Apostólica, Romana, bajo cuya fe y creencia he vivido y protesto vivir hasta la muerte, como católico fiel y cristiano, para estar prevenido cuando la mía llegue, con disposición testamental, bajo la invocación divina, hago, otorgo y ordeno mi testamento»… (…) Y el 17 de diciembre de 1.830 a la edad de 47 años, entregó su alma a Dios asistido por Mons. Estévez Obispo de Santa Marta y el cura párroco P. Ujueta de Mamatoco, que le dio le dio el Santo Viático.

Por Antonio Borda

 

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