Bogotá (Jueves, 18-02-2010, Gaudium Press) ¿Qué es la belleza, entendida como un trascendental?
Vamos primero al Doctor máximo del cristianismo, nuestro caro Santo Tomás. En la Suma Teológica (I, q 39 a8) el Aquino afirma que la «integritas» o perfección es el primer requisito de la belleza. Siguiendo al Pseudo-Dionisio él ya había establecido que ésta tenía dos características, como son la proporción y la claridad. Entretanto, él quiso destacar la integridad, en el sentido de perfección, pues en su mente lo bello agrada porque es perfecto.
Algo perfecto es algo bueno. En este sentido de perfección, belleza es idéntica al bien: «Cuando algo apetece el bien, por la misma razón apetece la belleza y la paz» (In de Div Nom c4 lect5 n339).
Entretanto, la belleza también se relaciona con la verdad. La belleza se nos manifiesta por una aprehensión, por un conocimiento que nos deleita. Este conocimiento capta una «verdad» en el objeto bello, puesto que el intelecto aprehende las cosas bajo la razón de verdadero, ‘sub ratione veri’ (STh I q82 a 4 ad1). Por tanto, belleza y verdad, en la aprehensión deleitable, también se identifican.
Entretanto, este conocimiento deleitoso se relaciona nuevamente, por la vía de la verdad, con la bondad. Ya Platón lo había insinuado cuando hablaba de la belleza como imagen del bien. De acuerdo a Jan Aertsen en «Filosofía Medieval y los Trascendentales», al comentar las Sentencias de Pedro Lombardo Sto. Tomás distingue «dos grados en el conocimiento. En el primero, el conocimiento intelectivo está dirigido a la verdad; en el segundo, el conocimiento entiende la verdad como ‘conveniens’ (conveniente) y buena». Es este segundo tipo de conocimiento del que se sigue el deleite, el agrado. Es así que, cuando el conocimiento de «lo verdadero se extiende a lo bueno» (In I Sent d 27 q2 a1), ahí se produce la aprehensión de la belleza. Por tanto, habría belleza cuando hay unión entre verdad, perfección y bondad.
De ahí se sigue una aplicación práctica de invaluable valor, que nos evitará transitar caminos tortuosos: es verdaderamente bello -y su aprehensión, su conocimiento, será deleitosamente legítimo- solo aquello que es verdadero y bueno; bueno porque ha alcanzado la perfección, porque es completo, porque no le falta nada de aquello que es llamado a tener, y esto lo tiene en un grado de intensidad notable. Lo demás… lo demás es fealdad u oropel engañoso, también feo por engañoso.
Esta idea, de que la belleza es una forma de bien que se capta racionalmente, es el origen de los estudios de autores contemporáneos, quienes -como afirma María Antonia Labrada en su ‘Estética’- «ahondando en la noción de belleza descubren ahí nuevas perspectivas para la metafísica y la gnoseonología». Algunos de ellos son Kobach, Pöltner, Czapiewski o Von Balthasar.
¿Por qué Santo Tomás de Aquino no mencionó a la Belleza como un trascendental?, es la pregunta de muchos. Czapiewski parece dar una respuesta cuando afirma que «la unidad de lo bueno y de lo verdadero que lo bello personifica, no puede ser un ‘además’ añadido a ambos elementos, sino una posibilitante unidad originaria de ambos en su comunicabilidad (…) Por ello no pasa nada cuando el ‘pulchrum’ permanece sin nombrar en la cuenta de los trascendentales, pues ello no impide que lo sea» (Das Schöne bei Thomas von Aquin, 39). Vemos por todo lo anterior, que la aprehensión de la belleza no es un conocimiento ‘superficial’: por el contrario, él se introduce en lo más profundo de las cosas.
El encanto
Para terminar estas líneas, que han estado un tanto demasiado filosóficas y por ello ya largas, concluyamos con el tema del «encanto», del atractivo de la belleza.
«El acontecimiento de la belleza despierta en el hombre la ‘passio’ amorosa, el amor por lo inteligible». Esta frase contenida en la Estética de Labrada, es -más que el fruto de un silogismo- una clara constatación psicológica: La belleza engendra el amor, entendido este como la inclinación del apetito hacia lo que conoció como apetecible. «Lo bello no es lo más manifiesto y lo más amable, sino lo más luminoso, y en tanto que tal, de un atractivo y de un arrebatamiento irresistibles».
Si en las anteriores consideraciones visábamos la relación entre belleza e intelecto, al hablar del amor estamos considerando el papel de la voluntad en el camino de la belleza.
Recordábamos con Von Balthasar en anterior nota sobre el tema, que «la figura bella nos atrae porque en ella presentimos la luz y la promesa de una belleza perfecta, sin amenazas». La belleza habla de la Belleza. Así, se habla del carácter anagógico o ascendente de la belleza. De esta manera, «la belleza despierta el entusiasmo por lo que está más allá y arrebata la voluntad del que la percibe, poniéndole en marcha hacia lo mejor, aunque sea costoso. Lo bello es difícil, no en el sentido de dificultad intelectual, sino en el de lo arduo desde el punto de vista moral, ya que supone el abandono del mundo de la naturaleza, en el que el hombre no puede satisfacer la profunda nostalgia que la aparición repentina de la belleza ha dejado en su espíritu», continúa con propiedad Labrada.
La belleza es atractiva, pero a su vez evocativa. Sus laderas floridas nos invitan a subir a su cima luminosa. Al mismo tiempo que la ladera deleita, crea la saudade de la cumbre, y nos llama a escalarla, aunque en ese ejercicio suframos. Vemos aquí otra diferencia entre la falsa belleza y la verdadera. Los incansables deleites que produce la última, se obtienen después del sacrificio. Los placeres de la falsa, son primarios y hastían rápidamente…
Por Saúl Castiblanco
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