sábado, 23 de noviembre de 2024
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La civilización y los seres posibles en el mundo finito y en Dios

Bogotá (Miércoles, 10-03-2010, Gaudium Press) Sabemos que Santo Tomás de Aquino distingue ‘grosso modo’ entre dos tipos de entes: «El ente es de dos clases, a saber, ente real y ente mental», afirma él en ‘IV Metaphysicorum’.

Sin embargo, el ente mental -o ente ideal- explica el Aquinate, puede ser ‘irreal’ o ‘realizable’:

«Desde este momento es preciso subrayar, frente al ente real, la peculiaridad del ‘ente ideal’, bien como ‘realizable’ bien como ‘irreal’. Porque si desde el modo objetivo hay esencias aprehendidas que pueden tener también un ser extra-mental, éstas solo deberían llamarse ‘entes ideales realizables’, nunca ‘entes de razón’ «, explica Juan Cruz Cruz, en su libro «Creación, signo y verdad – Metafísica de la Relación en Tomás de Aquino». A los entes ideales realizables’ se oponen, pues, los ‘entes de razón’ que son los ‘entes ideales irreales’, los que solo pueden existir en la mente de quien los concibe.

Entretanto, queremos focalizar nuestra atención sobre los entes ‘realizables’, que equiparamos aquí a los ‘posibles’. No son entes reales -pues aún no tienen realidad extra-mental- pero son realizables, como ya quedó dicho. Cruz -quien dirigió hasta el 2006 la mundialmente famosa colección de Pensamiento Medieval y Renacentista de la Editorial de la Universidad de Navarra- habla de que los entes posibles poseen un ser «aptitudinal», tienen la aptitud para ser reales, insinuando así que buscan su realización.

Los posibles en el Ser Divino

Lo anterior son consideraciones que se dirigen al ser finito, al ser creado. Pues, cuando consideramos al Ser Divino, hemos de decir primero que los entes posibles tienen en él su Causa y ello les da una realidad «muy real»: Nada de lo que, por ejemplo, un ser humano llegue a concebir como posible, ha comenzado a existir en su mente finita, sino que ya tenía existencia en la Mente Divina.

Además, sabemos por Santo Tomás que en el Ser divino esencia y existencia se confunden, son lo mismo. Por tanto, existiendo ya los posibles en la Mente Divina, podemos decir que ellos hacen parte de su esencia, y por ello, los posibles en el hombre no son sino participación de la esencia divina. Y si ya existen en la esencia divina tienen una existencia muy real, repetimos.
Lo anterior no es sino un intento de fundamento -es cierto, un tanto en demasía filosófico- para decir que la actividad creadora del hombre, que es la conversión de los posibles en seres con realidad extra-mental, no es sino un acercamiento a la esencia divina.

Posibles y posibles

Existe una «esencia» llamada hombre, que puede ser definida como «animal racional»; entretanto esta definición no agota por entero las que impropiamente llamaríamos características de la esencia humana, pues al hombre también le corresponde, además de la razón, tener una voluntad o apetito racional, tener sentimientos -diferentes a los de los animales, pues se inter-penetran con la voluntad y la razón-, tener sensaciones -diferentes a las de los animales, pues se determinan, además de con elementos meramente animales, por mil factores que son específicamente humanos, etc., etc. Y en cada una de las características esenciales de hombre, como en las accidentales, cabe una mayor o menor perfección, es decir, puede haber una mayor ‘integridad’. Es claro, todos los hombres tienen razón (¡en principio!), pero en unos la razón es más aguda o perspicaz o ‘abarcativa’ que en otros, para un conjunto amplio de temas, o para ámbitos específicos, y esto por una determinación innata o por un desarrollo posterior.

Un Mozart, por ejemplo, tenía una inteligencia muy apta para encontrar las notas que unidas producirían una bella melodía, muchísimo más apta que la de la grandísima mayoría de los hombres. Entretanto, todo hombre tiene lo que llamaríamos una inteligencia musical. Así como todo hombre posee memoria; pero la memoria de Santo Tomás de Aquino tal vez nadie la haya tenido en toda la historia. ¿Qué es lo propio de la memoria, la esencia de la memoria? La capacidad de recordar, diríamos con sencillez para no ahondar en detalles. Esa capacidad todo hombre la tiene. Entretanto, Santo Tomás de Aquino la tenía en un grado excepcional, mucho más cercano a la «memoria perfecta» inexistente en la realidad finita, pero existente en la Esencia Divina, donde todo es perfectísimo.

En Mozart, o en Beato Angelico, o en cualquier hombre

La perfección en las propiedades, o de las capacidades, con frecuencia se va manifestando con el paso del tiempo, a medida que se ejercitan. Mozart a los cuatro años ya era un genio, pero ciertamente su genialidad brilló más a los 10 o a los 20. Un Beato Angelico seguramente fue requintando su capacidad pictórica con el caminar de los días. Ellos convirtieron sus grandes potencialidades en gigantescas actualidades. Sus capacidades innatas se expresaron de manera más perfecta con su uso, con la experiencia que iban adquiriendo, y ellas iban produciendo músicas más cercanas a la «música perfecta», rostros más parecidos al «rostro perfecto».

En otro ejemplo, imaginemos al primer carro tirado por caballos construido por el hombre. Ciertamente muy rústico, tal vez bastante incómodo para nuestros cánones actuales, en la época ese carro representó la materialización de un posible, y constituyó la expresión más perfecta -la única existente- de una esencia, la del carro tirado por caballos. Ciertamente, mirándolo, los contemplativos del carro experimentarían la alegría propia de quien observa un posible hecho realidad. Entretanto, esa realidad no era sino un peldaño de la escalera que lleva hacia el «Carro de Caballos Perfecto existente en la Mente Divina». Después de ese primero, vino un segundo y un tercero, hasta llegar a unos maravillosos, como por ejemplo los existentes en el Museo de Carrozas de Versalles.

Resumiendo, el ser posible no es meramente un ser no real, sino que es un ente que tiene la aptitud para ser real, y esa aptitud es ya como una «tensión», una tendencia a la realidad. (En ese sentido, Plinio Côrrea de Oliveira afirmaba que Dios no hizo el universo de la forma más perfecta posible, para que el hombre pudiese asociarse a su labor creadora perfeccionándolo). Los posibles no existen solamente en la mente del hombre que los concibe, sino en su Causa que es la Mente Divina. En la Mente Divina los posibles tienen una existencia perfectísima. El hombre en su sed de perfección infinita, en su camino hacia Dios, va haciendo realidad posibles cada vez más perfectos, y ellos lo acercan cada vez más a la esencia divina, causa formal y eficiente de todos los posibles creados o no.

La vasija de barro, la de porcelana, la de metales preciosos

En ese sentido, todo posible hecho realidad es un peldaño más alto en el camino que nos lleva a Dios, si él manifiesta más perfección que los anteriores. Una vasija de barro, cuando hecha por primera vez, representó un progreso rumbo a la perfección divina. Después de ellas vinieron las de porcelana, las de metales preciosos.

No decimos aquí que todo deba ser siempre lo más perfecto para que verdaderamente nos encamine a Dios. En la casa del Señor hay muchas moradas, y la escalera que conduce al cielo requiere de muchos peldaños. Entretanto, hay unos más cercanos a la cumbre. Si mañana un hipotético tirano universal decretase la destrucción de todas las porcelanas de Sèvres, y solo permitiese los objetos de barro, habría destruido -de ese camino- un trecho esencial, que ya había sido construido por el hombre, y con ello habría ocasionado un retroceso en el camino que conduce a la Esencia Perfectísima, al Posible Absoluto, a Dios.

¿No hará parte del atendimiento a la invocación cristiana «Venga a Nosotros tu Reino» el que este mundo se vaya poblando cada vez más de posibles cada vez más perfectos, cada vez más cercanos a la Esencia Divina, que nos ayuden a acercarnos a Ella? Parece una interpretación que puede ser válida.

Y no importa que nosotros no seamos los «dueños» de esos posibles más perfectos hechos realidad; lo importante es que tengamos la posibilidad de contemplarlos y que el egoísmo no haya anulado nuestra capacidad de admirarlos.

Por Saúl Castiblanco

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