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El hombre a quien Dios quiso llamar "Padre"

São Paulo (Jueves, 18-03-2010, Gaudium Press) Una familia bien constituida es condición esencial para la buena formación psicológica y el equilibrio emocional. Tener a su lado a quien simbolice el cariño y la bondad, alguien que ayude a superar las dificultades de la vida y a quien en la hora de las aflicciones se pueda recurrir con toda la confianza es fundamental en la estructuración mental de un niño. Desde el punto de vista natural, tal vez sea ésta la principal función de las madres junto a sus hijos. Pero también es fundamental tener alguien que represente la fuerza, el vigor, el apoyo, la protección y el pilar del hogar. Es la figura del padre.

Pero, si tal es la responsabilidad del padre en una familia común, ¿cómo queda esta misión cuando la Esposa de ese hogar es María Santísima y el Hijo único, la propia Segunda Persona de la Santísima Trinidad?

san-jose-obrero.jpgBien sabemos que Jesús nació de la acción milagrosa del Espíritu Santo en el claustro materno de Nuestra Señora, siendo, por lo tanto, hijo de este divino desposorio. Pero quiso Él venir al mundo en el seno de una familia legalmente constituida, de la cual formaba parte el castísimo esposo de la Santísima Virgen. Conozcamos un poco más a este hombre a quien el propio Dios quiso llamar «padre»: ¡San José!

El Santo del Silencio

De hecho, Nuestro Señor fue llamado «hijo de José» (Jn 1, 45; 6, 42 y Lc 4, 22), el carpintero (Mt 13, 55), pero el Evangelio poco habla de su padre adoptivo. San José es llamado el «Santo del Silencio», pues no conocemos palabras proferidas por él mismo, sino tan solamente sus obras y actos de fe, amor y protección para con su amadísima esposa y el Niño Jesús. Entretanto, fue un elegido de Dios y desde el inicio recibió la gracia de ir discerniendo los designios divinos sobre sí, por ser llamado a guardar los más preciosos tesoros del Padre Celestial: Jesús y María.

San José, Padre adoptivo de Jesús

Patrono de la vida interior, es él un ejemplo de espíritu de oración, sufrimiento y admiración. Siendo el jefe de la familia, admiraba a su esposa virginal, concebida sin la mancha del pecado de Adán, y el fruto de sus entrañas, Dios hecho hombre, mucho mayores que él mismo.

Una misión: ser guardián de la Sagrada Familia

Las fuentes seguras que hablan de la vida de San José son los primeros capítulos de los Evangelios de San Mateo y San Lucas: su genealogía y su descendencia de la casa de David (Mt 1, 1-17 y Lc 3, 23-38) y el hecho de ser esposo de María Santísima, la Virgen Madre del Mesías (Mt 1, 18 y Lc 1, 27).

Pero hay una antigua tradición que cuenta el bellísimo episodio de su desposorio con Nuestra Señora. Dirían los italianos: «si non è vero è bene trovato» (aunque no sea verdad, está bien hallado). Consta que Nuestra Señora estaba en el Templo, ya en edad de casarse.

Ella también pertenecía a la estirpe de David. Entre sus pretendientes, fueron seleccionados algunos, de las mejores familias, de los más virtuosos de Israel. Cada uno llevaba en su mano un bastón de madera seca. En el momento de la elección, el bastón de José floreció milagrosamente, naciendo bellos lirios en su punta, símbolo de la pureza que él había prometido guardar para siempre. Éste hecho dio seguridad a María, que también había hecho promesa de virginidad. El guardián de la Sagrada Familia se encantó con esa decisión de su esposa, una vez que él había tomado igual resolución.

Haciendo justicia al gran elogio que la Escritura cita de él: «José era un hombre justo» (Mt 1, 19), cuando percibió que su esposa esperaba un hijo, sin comprender lo que aconteciera, no desconfió de la pureza de Ella. Por eso decidió abandonarla y no denunciarla, conforme mandaba la ley de Moisés. Entretanto, en la noche en que iba partir fue avisado en sueño sobre la maravillosa concepción del hijo del Altísimo y pasó a amar aún más a Aquella a quien admiraba y veía crecer cada día en virtud y amor al Creador, Aquella a quien el ángel saludó como la que encontró gracia delante de Dios» (Lc 1, 30).

¡Qué familia admirable! a la cual el menor epíteto que cabe es el de «Sagrada», como la llama la Iglesia. Y estamos seguros de que allí el menor de los tres era el más obedecido, y obedecido con amor. ¡Por quién! ¡Por el propio Dios hecho hombre!

No se sabe exactamente cuando murió San José, pero la Iglesia considera que haya sido antes de iniciarse la vida pública de Nuestro Señor, pues en las Bodas de Cana Él estaba apenas en compañía de su Madre.

La devoción a San José a lo largo de los tiempos

A lo largo de los siglos, varios santos recomendaron con empeño la devoción a San José: San Vicente Ferrer, Santa Brígida, San Bernardino de Sena, San Francisco de Sales. Sin embargo, quien más la propagó fue Santa Teresa d´Ávila, la cual obtuvo, por su intercesión, la cura milagrosa de una enfermedad terrible y crónica que la dejaba casi enteramente paralizada. A partir de este hecho, nunca dejó de recomendar la devoción al padre adoptivo de Jesús: «Parece que otros santos tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero Dios concedió a San José un gran poder para ayudar en todo». Con efecto, todos los conventos que fundó Santa Teresa, la Grande, fueron colocados bajo la protección del Santo Patriarca.

La fiesta de San José es celebrada el 19 de marzo desde el pontificado de Sixto IV (1471 – 1484). En 1870 el Bienaventurado Papa Pío IX lo declaró patrono de la Iglesia Universal, y San Pío X aprobó, en 1909, la Letanía en alabanza a él.
En el mundo actual, en el cual abundan las familias deshechas y es raro encontrar la simple armonía del hogar, la devoción a São José emerge como especialmente recomendable.

Por la Hna. Juliane Campos, E. P.

 

 

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