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La "loca de la casa", Chambord y la búsqueda de la felicidad

Bogotá (Viernes, 19-03-2010, Gaudium Press) La imaginación, la «loca de la casa» como la calificaba Santa Teresa la Grande, también puede ser un eficaz instrumento en la búsqueda de la felicidad.

‘Loca de la casa’ es cuando empieza a crear imágenes que perturban la paz del alma, cuando sus sugerencias atraen las borrascas interiores, o cuando llanamente vaga «sin ton ni son», exactamente, como una pobre alma desquiciada.

Entretanto, esa maravillosa capacidad de crear ‘imágenes’ -sean ellas auditivas, visuales, olfativas, etc.-, esa facultad de combinar las que ya tenemos en nuestro espíritu, siempre con la posibilidad de notas de originalidad sublimes, es un grandísimo don de Dios no dado en vano, sino para que haciendo de él buen uso lo glorifiquemos.

¿Qué es un cubierto? Un tenedor, por ejemplo, no es un mero instrumento para mejor alimentarnos, no es simplemente un ‘utensilio’, sino que es un paso en la línea de la afirmación de la superioridad del espíritu sobre la materia, de nuestra alma racional, espiritual y trascendente sobre nuestras tendencias meramente animales. ¿Cómo surgió? No conocemos su origen, si, por ejemplo, hubo alguien que lo ‘inventó’. Entretanto podemos decir que antes de existir en la realidad, los cubiertos existieron en la imaginación de alguno o algunos, y de la imaginación progresivamente pasaron a la realidad, para beneficio de todos.

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Por Egaldu

«Algo para que la comida -rica en el paladar, pero normalmente fastidiosa en las manos- vaya directo a la boca. Algo que nos ayude a degustar en trozos no grandes un buen plato. Algo que nos permita no solo alimentarnos, sino poder conversar al mismo tiempo, algo que conceda hacer de una necesidad física la ocasión para un grato esparcimiento», todas ellas son cuestiones que consciente o subconscientemente ‘alimentaron’ la imaginación de los ‘creadores’ de los cubiertos. Parabienes para ellos, que hicieron real un posible, hoy indispensable. Ese posible hecho realidad constituyó un paso a más en la línea de la perfección.

El Mont Saint Michel

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Por Seb Neox

Lo anterior, que predicamos de algo sencillo como es un cubierto, lo podemos decir de muchas otras cosas, sencillas o más elaboradas.

Antes de ser una realidad, la abadía del Mont Saint Michel en el norte de Francia fue un «fantasma» en mentes monacales privilegiadas. Una bella fantasía, que nació primero en un espíritu, en una imaginación, para después ser piedra, arcos y puntas, alegría del mundo entero. Y cuando el mundo admiraba esa belleza, y cuando muchos la pensaban insuperable, hubo otra imaginación y otros «fantasmas», esta vez en el S. XIX en la mente del arquitecto Petitgrand, que colocó en esa obra ya sublime, aquello con lo cual la construcción daría lo mejor de sí, la cubierta de flecha en punta de la abadía del Mont-Saint Michel.

Chambord

O pensemos por ejemplo en el castillo de Chambord, también en Francia. Chambord no ha dejado nunca de suscitar la admiración de todo aquel que lo contempla, particularmente cuando es por vez primera. Combinación de todas las cualidades de la elegancia francesa, en donde aparece también el sello inconfundible del genio italiano, todo en él nos encanta.

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Por Baloulumix

La correcta simetría que establecen las dos fuertes torres de los extremos, es amenizada y «espontaneizada» por el bouquet de torrecillas graciosas y variadas del cuerpo central.

Es causa de maravillamiento, al caer de una tarde de primavera, contemplar el velo dorado de sol que cubre sus pétreos muros, dándole un brillo y una calidez extasiante. Incluso a ese auge de belleza llamada Chambord, se aplica aquel verso «¡Oh sol sin el cual, las cosas no son sino lo que son!» Con el oro del sol reluciente en sus piedras, hasta Chambord es más de lo que él mismo es.

Entretanto, antes de existir Chambord en piedra, existió Chambord en la imaginación.

En esa maravilla llamada Chambord, no podía faltar el agua.

Rodeado de fosos y canales, el reflejo ondulante que

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Chambord produce en sus aguas nos da la sensación de otro Chambord, un Chambord medio «fantasma», un lindo fantasma, un Chambord más perfecto, a medio camino entre la realidad y la irrealidad. Un Chambord que aún no ha nacido, ni siquiera en la imaginación, pero que ya se ha insinuado en el Chambord existente.

Un Chambord que no existe aquí en la tierra, pero que tal vez hallemos en el cielo empíreo – ese cielo material del que nos habla Santo Tomás -, un Chambord que podemos buscar con la imaginación, un Chambord que en todo caso hallaremos como posibilidad en la mente omnisciente de Dios, cuando, por el auxilio de la Virgen, le contemplemos cara a cara por toda la eternidad.

Por Saúl Castiblanco

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