viernes, 22 de noviembre de 2024
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"El flagelo de los ambientes negativos": carta de monseñor Juan Rubén Martínez

Posadas (Viernes, 19-03-2010, Gaudium Press) Pocos días faltan ya para la celebración de la Semana Mayor, anterior a ella, y durante la cuaresma, los sacerdotes y fieles se preparan de mente y corazón para vivir la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Precisamente la cuaresma se convierte en un tiempo de reflexión y oración. Así, monseñor Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas – Argentina, comparte con los fieles y personas de buena voluntad su carta pastoral sobre «El flagelo de los ambientes negativos».

Un seminario con buen ambiente: 50% de una buena formación realizada

«Lamentablemente tenemos que señalar que este flagelo no solo es un problema cultural o de los otros, muchas veces también está instalado en nuestras comunidades eclesiales, en nuestro laicado y en nuestros mismos sacerdotes y consagrados (…): Hace algunos años cuando era formador de seminario, el P. González Dorado, un jesuita en el Paraguay que durante algunos años fue Rector del Seminario Mayor en Asunción, me decía que un Seminario con un buen ambiente tiene el 50% de una buena formación realizada. En realidad su reflexión me ayudó durante muchos años a tener en cuenta que en nuestros Seminarios, Presbiterios, Parroquias, Congregaciones, Diócesis necesitamos vivir ambientes asentados en una verdadera alegría espiritual y esperanza. En los ambientes negativos donde por el contrario reina el desánimo, la calumnia, el chisme que siempre habla sin necesidad, el disfrute en subrayar morbosamente el problema de los otros, tarde o temprano terminan llevando necesariamente al cansancio, la pérdida de sentido y al abandono de la misión», expresó Monseñor.

También, y frente a la esperanza Monseñor manifiesta que ésta debe conducirnos no a negar los problemas, sino por el contrario a asumirlos, corregirlos y a cambiar. Aparecida nos dice: «La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión (cf. Lc. 10,29-37; 18,25-43). La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo» (29)», agregó el prelado.

La Pascua nos prepara para asumir los problemas

Por otro lado, es la llegada cercana de la Pascua, la que nos permite superar los problemas y retos que traen consigo las nuevas eras, pues es la presencia de Jesucristo la cual llena de fortaleza al ser humano y le permite caminar en el sendero de la rectitud y amor.

«No es fácil señalar si nuestra época es más o menos compleja que otras, pero los problemas que nos tocan en este inicio de siglo nos deben disponer a asumir las alegrías y las tristezas, las situaciones personales y la de nuestros hermanos internalizando el misterio de la Pascua en el que queremos ahondar durante la cuaresma. Cuando en nuestra vida tenemos la certeza de la esperanza pascual, de la Meta, del abrazo misericordioso de nuestro Padre al final del camino, dimensionamos mejor nuestro presente y esto nos permite no bajar los brazos aún en situaciones de sufrimiento y de cruz (…) Este tiempo cuaresmal nos permitirá prepararnos bien para celebrar la Pascua. Será fundamental que en nuestro corazón tengamos la certeza que nuestra conversión es posible, que podemos mejorar porque Dios obra su gracia salvadora, y tenemos la certeza de su fidelidad. Cuando escuchemos que esto «no cambia más», tengamos conciencia que ese código claudicante no es cristiano, y que todo pecado, tanto personal, como social, por más estructurado que esté puede cambiar, puede ser «pascualizado», concluyó el Obispo.

Con información de AICA.

Gaudium Press / Nathali J. Rátiva M.

 

 

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