Bogotá (Viernes, 26-03-2010, Gaudium Press) El hombre precisa de signos. Por lo demás vive rodeado de signos, de símbolos.
Dice Domingo de Soto, autor clásico de la Escuela de Salamanca, que el signo es «aquello que representa a una facultad cognoscitiva una cosa distinta de lo que él es en sí mismo» (Summulae, lib I, cap. 2. Introd.) Es decir, es algo distinto de lo representado, pero conserva con lo representado una unión -natural o artificial- que le permite esa representación. El humo es signo del fuego (signo natural); una señal de «Pare» representa la orden emitida por la autoridad para realizar una detención (signo artificial).
Constantemente usamos de signos. La propia palabra oral o escrita no es sino un signo de la palabra mental, del concepto concebido por el intelecto. Puesto que no tenemos una comunicación angélica, necesitamos de signos sensibles (vocálicos o gráficos) para entendernos entre nosotros.
Hablando de signos ‘naturales’, afirma Plinio Côrrea de Oliveira que existe un a veces misterioso, ¡pero cuán real!, vínculo entre formas, colores, sabores, olores, figuras, texturas -en fin, elementos sensibles- y bienes espirituales. Constantemente las cosas sensibles simbolizan y nos refieren a valores inmateriales. Por ejemplo, hablamos de una experiencia «amarga», empleando un calificativo primariamente específico para un sabor producido por un elemento material. Ese sabor «amargo», v. gr. el del limón, es o puede ser signo de los sentimientos, pensamientos, y voliciones que experimenta una persona que pasa por una difícil situación.
Entretanto, decimos que esa unión entre elementos sensibles y espirituales a veces no es tan explícita, es misteriosa, pero muy real. Quien entra a un templo medieval -por ejemplo imaginémonos en Notre-Dame de París- tal vez en un primer intento no pueda expresar en palabras porqué el ambiente le habla de algo «sagrado». Sin embargo, y de forma natural, nuestro hipotético turista en Notre-Dame tenderá allí a asumir una actitud recogida que manifiesta la predisposición a lo sobrenatural. Algo de las formas, de las bóvedas, de las esculturas, de los tonos, de la textura de la rocas, de toda la Arquitectura en general de la Iglesia, le ha hablado -y cuán poderosamente- del Creador.
Interior de Notre-Dame by Stuck |
A quien entra a Notre-Dame fácilmente pueden venir al espíritu conceptos como ‘Sagrado’, ‘Sobrenatural’, ‘Dios’, ‘Espiritual’, ‘Trascendente’, ‘Más allá´’, etc. ¿Y quien le dijo todo ello? Las formas, los colores, las texturas, lo sensible, y sin palabras…
Ahí se encuentra en buena parte la explicación de por qué la pintura es con muchísima frecuencia portadora de un mensaje mucho más rico que la fotografía, siendo que esta última representa de una manera más ‘fiel’ la realidad. Es porque, durante horas y horas de labor, el pintor ha plasmado en su obra no solo la realidad de la escena que retrata, sino los múltiples valores que él estima que la escena contiene. La fotografía muestra las exterioridades con precisión casi total. La pintura va más allá: a través de las exterioridades quiere penetrar en lo interior, en lo «espiritual de lo material», en lo «imponderable» que se manifiesta en lo ponderable. Es claro también que todo lo anterior no está enteramente ausente de la fotografía.
La anunciación de Fra Angelico
Celebramos en días recientes la fiesta de la Anunciación, que nos recuerda el hecho más importante de la Historia, el aviso hecho a la Virgen de que sería Madre de Dios y la encarnación real del Verbo en sus entrañas purísimas. Pensando en este magno acontecimiento, el Beato Fra Angelico realizó uno de los cuadros más bellos que conoce la historia del Arte.
La Anunciación de Fra Angelico |
Todo en él es simbólico. Símbolo de lo que el Beato Angélico consideró que allí se dio, con los personajes tal como él los imaginó.
A pesar de no estar ubicada en el centro físico del cuadro, la figura central es la Virgen. ¡Qué rostro el de la Virgen! En él se manifiesta una aparente contradicción ante la llegada del ángel, y es la de una sorpresa que es sin embargo serena. Sus brazos de finas manos cruzados sobre su torso, que antes de la aparición del Ángel estaban asegurando su libro de oraciones, y su leve inclinación hacia San Gabriel acrecientan la impresión de ‘suave-pasmo’ delante del arribo del Mensajero de Dios.
¡Qué rostros puros, inocentes! Manifestando lozanía, juventud, las caras de la Virgen y la del arcángel reflejan al mismo tiempo la profunda capacidad reflexiva de esos dos altísimos seres, facultad que se manifiesta expresivamente en la escena que se está desarrollando. Por tanto, otra aparente contradicción: juventud – profunda reflexión.
Beato Angelico |
Elegancia; en el ambiente principal todo es elegancia, ‘clase’ diríamos hoy. Ella, Nuestra Señora, es verdaderamente una ‘princesa’, con todas las cualidades que el concepto evoca. San Gabriel es un noble vasallo, sumiso, obediente, humilde, pero sumamente digno y consciente de su dignidad. Los delicados tonos pastel de los trajes ayudan a establecer la levedad juvenil de la escena, a la que el oro agrega un brillo singular y discreto. El oro de la orla del manto de la Virgen, de los bordados del traje del Ángel, pero sobre todo el oro sus áureas que aumenta el ilustre relucir de sus personalidades.
El ambiente donde se desarrolla la escena principal es una construcción austera, sencilla, sencillos arcos de medio punto, sencillas columnas, con un trasfondo de un cuarto de ‘monje’ con pocos y sencillos muebles. Ello ayuda para que el que contempla quede ‘capturado’ más fácilmente por los personajes de la escena principal. El delicado rayo de luz dirigido hacia la Virgen desde el cielo, sobre el cual se desliza una paloma, y la mirada atenta del Ángel, conducen también a enfocar hacia Ella lo mayor de la atención, que se maravilla con los valores que expresa toda su figura.
En las líneas anteriores hemos intentado hacer un humilde ejercicio de contemplación, con un objeto sublime que lo facilita, como es el cuadro de Fra Angelico. No obstante, son muchísimas las cosas a nuestro alrededor que merecen nuestra meditación. Para quien en él se adiestra, es ese un ejercicio muy entretenido, un ejercicio espiritual, bastante ajeno al corre-corre de los días hodiernos, pero que realmente alegra y le da ‘picante’ a la vida, pues nos va descubriendo muy interesantes cosas, normalmente ocultas a los ojos de los no contemplativos. Tiene otra gran ventaja, ese ejercicio, y es que podemos desarrollarlo en muchas partes, aún en medio de la acción.
Y al final, como todo lo que «es», no es otra cosa sino signo del que «Es», del Ser Absoluto, de Dios, la recta contemplación de mucho de lo que nos rodea puede terminar siendo un valioso acto de religión, de visión de Dios en las cosas, y por tanto de unión con el Creador.
Por Saúl Castiblanco
Deje su Comentario