Bogotá (Jueves, 08-04-2010, Gaudium Press) Un muestrario de dolor y gloria, un ramillete de flores tintas en sangre, una prueba del odio que en ocasiones despierta la fe: siete jóvenes colombianos, cuatro de Antioquia y los otros tres de Huila, Caldas y Boyacá. Promediaban los 25 años, hijos de familias campesinas y eran Hermanos de la Orden de San Juan de Dios, que los había enviado España a aprender a manejar enfermos mentales como parte su noble vocación.
Pensaba la Orden traerlos de regreso a nuestro país para trabajar a favor de aquellos extraviados mentales que sufren y hacen sufrir, mientras se hunden en la oscuridad de una alma errante por los caminos de una imaginación enferma, no pocas veces infestada por la acción de un demonio.
Sin embargo el odio pudo más que la caridad: Habían sido expulsados de Madrid, del propio sanatorio donde prestaban sus servicios y sacrificaban la vida, por un gobierno que proclamaba su adoración por la libertad. Confiscado el lugar y dado en posesión a ineptos burócratas del régimen, los siete Hermanos colombianos, protegidos por el embajador de nuestro país el Dr. Manuel Uribe Echeverry, que les había dado brazalete con nuestra tricolor nacional y un pasaporte visado por el propio gobierno republicano y liberal de aquel año de 1.936, fueron detenidos después en Barcelona y asesinados a tiros y culatazos de fusil por milicianos de la Federación Anarquista Española sin respetar su calidad de extranjeros. Extranjeros que pertenecían a un país cuyo gobierno de aquel entonces se declaraba simpatizante de las ideas de extrema del propio gobierno español. Mucho menos iban a respetar su calidad de religiosos, si era precisamente eso lo que los republicanos liberales de uno y otro lado del atlántico, odiaban con hipocresía «ecuánime».
Ni las gestiones del Cónsul colombiano en Barcelona, pudieron impedir el crimen del que todavía hoy no se ha hecho justicia en una España que arde festiva y liberal, proclamando a los cuatro vientos que es igualitaria, equitativa y civilizada.
Heridas abiertas en el Cuerpo Místico de Cristo, su Santa Iglesia. Cicatrices que aunque ya sanaron, vuelven hoy a ser hostigadas por el mismo odio que no cesa y ruge alrededor del Papa todavía.
Esteban Maya, Rubén de Jesús López, Juan Bautista Velásquez, Melquiades Ramírez, Arturo Ayala, Eugenio Ramírez y Gaspar Páez fueron beatificados en 1992 por el Papa Juan Pablo II, legándole a Colombia y a la abnegada Comunidad de San Juan de Dios, la gloria de convertirse en intercesores de nuestra patria. Con ellos contamos, no hay duda.
Por Antonio Borda
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