Redacción (Lunes, 19-04-2010, Gaudium Press)
¡HABEMUS PAPAM!: Hace 5 años Benedicto XVI sucedía a Juan Pablo II en la Cátedra de Pedro
Por José Messias Lins Brandão
«Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, para que sea Él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia». Así se expresó el Santo Padre Benedicto XVI en la homilía de la Misa inaugural de su pontificado, en la Plaza de San Pedro.
Bastarían esas sabias palabras del nuevo Papa para mostrar el acierto de los Cardenales que lo eligieron Pastor Supremo del rebaño de Cristo.
Durante los breves días en que la Cátedra de Pedro quedó sin ocupante, los Cardenales se impresionaron con el modo en que Mons. Ratzinger condujo los asuntos eclesiásticos. El Sacro Colegio supo ser rápido y vigilante, no dejando que el timón de la barca de Pedro quedara sin piloto. Todavía resonaban en el orbe terrestre las palabras «el Papa ha muerto», cuando ya empezábamos a oír el eco de la proclamación «¡Habemus Papam!»
En el amor a Cristo está la fuerza del Papa
La actitud del entonces Cardenal Ratzinger durante la misa fúnebre de Juan Pablo II, el 8 de abril, causó una primera impresión favorable no sólo a los demás Cardenales, sino también a todos los que lo vieron, ya sea en la misma Plaza de San Pedro o apretados frente a las pantallas de televisión en todos los rincones de la tierra. Se vislumbraba cierto brillo en él, como varios comentaristas lo señalaron en la ocasión. Tal vez ya era un soplo del Espíritu Santo para mostrar al mundo quien sería el próximo Papa.
Las palabras de su homilía llamaron especialmente la atención; en ellas, haciendo referencia al llamado del Señor a Juan Pablo II, señaló que en el centro del Papado está una renuncia radical y un amor sin límites a Cristo, cabeza de la Iglesia:
‘Sígueme’. En octubre de 1978 el Cardenal Wojtyla escucha de nuevo la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro narrado en el Evangelio de esta ceremonia: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Apacienta mis ovejas’. A la pregunta del Señor: ‘Karol, ¿me amas?’, el arzobispo de Cracovia respondió desde lo profundo de su corazón: ‘Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te amo’. El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro amado Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo arraigo en Cristo pudo llevar un peso que supera las fuerzas puramente humanas: ser pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal.»
Debemos tener una fe adulta
No obstante, de acuerdo a una gran parte de los analistas, lo que parece haber decidido la elección de Benedicto XVI fue su homilía en la Misa del día 18, en la apertura del Cónclave, cuando abordó con valentía y discernimiento los males que la Iglesia debe enfrentar en nuestro tiempo.
Comentando la carta de san Pablo a los Efesios, Mons. Ratzinger apuntó «la maduración de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, como condición y contenido de la unidad del cuerpo de Cristo».
¿En qué consiste esa maduración de la fe? ¿Qué jornada debemos emprender a camino de la «madurez de Cristo»? Debemos ser adultos en la fe, respondió el futuro Papa.
No podemos permanecer como menores de edad, apenas con una fe infantil. ¿Y en qué consiste ser niños en la fe?, se preguntó, para responder en palabras de san Pablo: significa ser «llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina…» (Ef 4, 14). «¡Una descripción muy actual!»- exclamó Joseph Ratzinger.
Prosiguiendo su agudo y ponderado análisis del gran problema de nuestros días, afirmó sin rodeos: «¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14)».
Dictadura del relativismo
Ahondando todavía más en su diagnóstico sobre los males de nuestro tiempo, Joseph Ratzinger apuntó el que quizás sea el mayor embuste del mundo presente: «A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse ‘llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina’, parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales».
Y el futuro Papa denunció entonces el gran peligro para la Iglesia: «Se va constituyendo una dictadura del relativismo, que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos».
Al final de su homilía pudo asegurar sin vacilaciones, y sin temor a ser desmentido:
«No es ‘adulta’ una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad.»
Un solo rebaño y un solo Pastor
En el primer mensaje luego de ser elegido, al final de la misa del día 20 en la Capilla Sixtina, el Santo Padre Benedicto XVI señaló que, desde el súbito agravamiento de la salud de Juan Pablo II, vivimos «un tiempo extraordinario de gracia», que pudo observarse en «la multitudinaria oleada de fe, de amor y de solidaridad espiritual que culminó en sus exequias solemnes».
El nuevo Papa comprobaba con eso la alentadora novedad que ya señalamos en nuestra Editorial: gracias excepcionales derramadas sobre el mundo en abundancia. Y sigue hablando de ese fenómeno: «El funeral de Juan Pablo II fue una experiencia realmente extraordinaria, en la que, de alguna manera, se percibió el poder de Dios que, a través de su Iglesia, quiere formar con todos los pueblos una gran familia mediante la fuerza unificadora de la Verdad y del Amor».
Expresándose de ese modo, Benedicto XVI indicaba una de las tareas que considera prioritarias en su pontificado: poder reconstruir la unidad que un día existió entre los cristianos, trayendo al rebaño de la Iglesia de Cristo a todas las ovejas que deben hacer parte de ella.
Retomó esa temática en la homilía del día 24, cuando comentó el simbolismo del pallium, hecho con lana de cordero. Recordó la parábola de la oveja descarriada, socorrida por la solicitud del pastor, que sigue su rastro aun a costa de mucho sufrimiento .
Benedicto XVI expresó su deseo de seguir el ejemplo del Buen Pastor, pidiéndonos: «Rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos».
Enseguida, con breves y claras palabras trazó el programa de un ecumenismo auténtico y bien definido para su pontificado, al repetir con Jesús: «Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor» (Jn 10, 16).
Hacer brillar a los ojos del mundo la luz de Cristo
En la homilía de la misa del 20 de abril, Benedicto XVI, muy conmovido, se refirió al episodio en el que Jesús instituyó el Papado: «En estos momentos vuelvo a pensar en lo que sucedió en la región de Cesarea de Filipo hace dos mil años. Me parece escuchar las palabras de Pedro: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’, y la solemne afirmación del Señor: ‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. (…) A ti te daré las llaves del reino de los cielos».
Podemos hacernos una idea de lo que ocurría en el alma del Santo Padre, si prestamos atención a la misma homilía: «¡Tú eres el Cristo! ¡Tú eres Pedro! Me parece revivir esa misma escena evangélica; yo, Sucesor de Pedro, repito con estremecimiento las vibrantes palabras del pescador de Galilea y vuelvo a escuchar con íntima emoción la consoladora promesa del Divino Maestro. Si es enorme el peso de la responsabilidad que cae sobre mis débiles hombros, sin duda es inmensa la fuerza divina con la que puedo contar».
Y el Santo Padre, con una muestra de completa y serena conciencia de su misión universal, sabiendo que billones de personas del mundo entero fijaban sus ojos en él, se expresó sin ambigüedad: «El Señor ha querido que sea su vicario, ha querido que sea la ‘piedra’ en la que todos puedan apoyarse con seguridad. A Él le pido que supla la pobreza de mis fuerzas, para que sea valiente y fiel pastor de su rebaño, siempre dócil a las inspiraciones de su Espíritu».
El Papa Benedicto XVI conservaba en su memoria las imágenes todavía frescas de la imponente manifestación despertada por la muerte y los funerales de Juan Pablo II, y recordó que «en torno a sus restos mortales, depositados en la tierra desnuda, se reunieron jefes de naciones, personas de todas las clases sociales, y especialmente jóvenes, en un inolvidable abrazo de afecto y admiración».
Y su conclusión -llena de convencimiento en la fuerza de la Santa Iglesia- la expresó del siguiente modo: «A muchos les pareció que esa intensa participación, difundida hasta los confines del planeta por los medios de comunicación social, era como una petición común de ayuda dirigida al Papa por la humanidad actual, que, turbada por incertidumbres y temores, se plantea interrogantes sobre su futuro».
Vemos al Santo Padre dispuesto, como el Buen Pastor, a sacrificarse y ayudar a todas sus ovejas, fieles o descarriadas, para cruzar en medio de las tempestades que dominan el inicio del tercer milenio. Consciente de lo que el mundo entero espera de él, y más que nada, de lo que Cristo espera de él, Benedicto XVI, en la misa del mismo día 20, condensó en pocas líneas la esencia de su programa:
«La Iglesia de hoy debe reavivar en sí misma la conciencia de su deber de volver a proponer al mundo la voz de Aquel que dijo: ‘Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida’ (Jn 8, 12). Al iniciar su ministerio, el nuevo Papa sabe que su misión es hacer que resplandezca ante los hombres y las mujeres de hoy la luz de Cristo: no su propia luz, sino la de Cristo «.
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