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La fundación de las Dominicas Hijas de Nuestra Señora de Nazareth

Bogotá (Miércoles, 28-04-2010, Gaudium Press) El 12 de septiembre de 1.902 en plena Guerra de los Mil días, un hogar profundamente católico de Bogotá recibe su decima tercera hija como una bendición más del Señor. Se trataría de Sara Alvarado Pontón, quien era portadora de una gracia fundacional a la cual ella sería fiel a pesar de las turbulencias y de las contradicciones que tendría que enfrentar.

Aunque el mundo le ofrecía muchos atractivos, y en la temprana adolescencia se vería envuelta en serios combates espirituales que la intentaron sumir en la disipación y la superficialidad, Sara terminaría superando las tormentas, de las que salió más robusta y madura.

En 1.920, graduada como bachiller maestra elemental, se dedica a ser institutriz de sus sobrinos, y de niños y niñas de casas honorables de Bogotá, pues su familia era medio emparentada políticamente con la del General Francisco de Paula Santander. Para ese entonces Sara ya sentía un llamado intenso al apostolado que la pondría en camino a buscar una orden religiosa para ingresar en ella.

Una vocación que insiste por realizarse

Madre María Sara.jpgSara no consiguió que sus elecciones en tres órdenes religiosas respondieran a su inquietud espiritual. Quizá esto habría bastado para hacerla desistir si no se tratara de un llamado de Dios al que se sentía impelida intensamente. A finales de noviembre de 1.922, todavía joven y atractiva, esta «niña» de la sociedad bogotana consignó entre sus frecuentes escritos estas bellas palabras: «Dios mío ¿cómo puede un alma decir que te ama, sin trabajar incansablemente por el bien de las almas de sus hermanos?»

En Bogotá, Mons. González Arbeláez había creado una congregación femenina con un carisma especial denominadas «Deificadoras», a las que se vincula Sara haciéndose cargo de la catequésis con las empleadas del servicio integradas al Sindicato Doméstico, apostolado de la Iglesia del que el P. Dominico Eliécer Arenas Santos era el asistente eclesiástico.

Muchas de ellas eran mujeres jóvenes y huérfanas desplazadas a las ciudades por causa de la violencia partidista de esos tiempos. Para ellas Sara necesitaba un hospedaje y un lugar donde prepararlas práctica y moralmente. Entonces con tres empleadas que estaba ayudando a formar hace un recogimiento espiritual en una finca de su familia en Bosa para planear el funcionamiento de ese proyectado hospedaje.

A comienzos de l.938 Sara toma la resolución firme y definitiva de consagrarse a la Obra de las Sirvientas y es en la capilla del monasterio de la visitación de Bosa, frente al Santísimo Sacramento, donde ella esboza los primeros trazos de su proyecto ciertamente inspirado por el Divino Espíritu Santo. Es por aquellos días que escribe tras una meditación frente al Santísimo: «Me has puesto en una obra en la cual mi actuación es decisiva. Si no me apoyo en Ti o si me niegas tu auxilio, todo se derrumbará dirigido por mí. Oh Jesús Sacramentado, compañero, hermano y amigo verdadero de mi alma, reina dulcísimo maestro aquí en Nazareth, desde el Sagrario manda, gobierna, corrige, enseña, habla y penetra toda nuestra humilde casita».

Colombia entraba en un período de su vida política y social amenazada por la hostilidad de doctrinas materialistas revolucionarias y anti-cristianas infortunadamente apoyadas desde algunos sectores del propio gobierno que se sentía respaldado por potencias extranjeras. El odio de clases y el resentimiento era el combustible para envenenar las relaciones obrero-patronales. La Iglesia intentaba detener esta estrategia. Sara llegaba en un momento simplemente oportuno. Sus dotes y su procedencia social la ameritaban. Era una niña de clase alta que se entregaba a servir a las humildes mujeres que trabajaban como mucamas del servicio, a veces abusadas, humilladas y sub-valoradas dramáticamente.

Los «Nazareth»

Como no se trataba solamente de albergar e instruir en el oficio sino de formal espiritualmente, Sara va delineando la idea de los «Nazareth», casas para desarrollar el carisma creciendo en el amor a Dios y al prójimo. Para ese entonces ya había agregado a su nombre de pila el de María.

La percepción de que se trataba de una obra inspirada va haciendo aparecer donantes, benefactores y colaboradores. El apoyo y la orientación de sacerdotes que fueron sus directores espirituales, especialmente desde la Comunidad de los Padres Dominicos, fue fundamental para María Sara. A ellos siempre abrió su corazón y su alma consultándoles y revelándoles los pálpitos espirituales que la Divina Providencia le iba colocando poco a poco, no sin contrariedades, renuncias y mortificaciones que dejó consignados en sus cuadernos, documentos preciosos para conocer el itinerario de santificación de una alma inocente, generosa y que no procuraba los aplausos del mundo.

En el barrio bogotano «Las Cruces» comenzó la empresa espiritual con el nombre sencillo de «Obra de Nazareth auxiliar del servicio doméstico». Eran tres mujeres reunidas en la carrera primera No. 7-40 que junto María Sara se llamaran propiamente Nazarenas mientras que a aquellas que se vinculan para ser formadas y trabajar por fuera las denominará Asociadas.
En el año 1.939 se toma en arriendo una pequeña casa de las Hermanas del Monasterio de la Visitación de Bosa a la que se llamará «Villa Sales» (en honor a S. Francisco de Sales) con la finalidad de formar en la vida cristiana y en los oficios hogareños mujeres que se dedicarían al servicio doméstico. Poco tiempo después pasarán a otra casa más grande donde antes funcionaba el Colegio de las hermanas de Santa Catalina.

Terciarias dominicas

El crecimiento de la obra se extiende hasta una nueva modalidad de servicio a las ancianas que pertenecían al Sindicato Doméstico. Es precisamente por estos tiempos que las Nazarenas dan el paso a ingresar como terciarias de Santo Domingo.
Al serles pedida la casa de Bosa, las Nazarenas ya Dominicas se trasladan con sus ancianas y jóvenes en formación para una casa en Chapinero prestada por unas benefactoras de la obra de María Sara donde algunas dificultades hacen imposible continuar, lo que obliga a la Sierva de Dios a trasladarse otra vez con sus ancianas, jóvenes y Nazarenas a la casa de «Las Cruces».

Tras una piadosa peregrinación a el Santuario de Nuestra Señora de Chiquinquirá, Patrona de Colombia, vendrá la solicitud de los Padres Dominicos para que la mujeres de este apostolado les colaboren en su convento Ecce-Homo de Villa de Leiva, en lo referente a los servicios domésticos y la atención de una escuelita de primaria. En aquel lugar las Nazarenas Dominicas instalan el Postulantado de su obra. Tiempo después estarán también en Usaquén ayudando de la misma forma a los padres Eudistas en su seminario de Valmaría.

El 15 de junio de 1.945 la obra de Nazareth es reconocida por la Iglesia como Pía Sociedad. Al año siguiente ellas estarán ayudando a los padres dominicos en el Colegio Santo Tomás del Barrio Marly, en Bogotá. En 1.947 el postulantado y noviciado estará definitivamente en Chiquinquirá.

Bien a comienzos de 1.948 en Asamblea general, se decide redactar definitivamente las Constituciones de la obra para conseguir la aprobación canónica. Los servicios se van diversificando de manera alentadora no solo para formar jóvenes para el servicio doméstico y preparar otras como religiosas, sino para seguir atendiendo ancianos, servir en casas religiosas, auxiliar con enfermeras a domicilio, hospedajes, catequesis e incluso secretarias para la Oficina del Sindicato Doméstico.

Afectadas por el «Bogotazo»

El año del tristemente célebre bogotazo fue una prueba para la obra de María Sara. Si bien su casa de «Las Cruces» no fue tocada por la turbamulta embriagada y embrutecida, las constituciones fueron calcinadas en el fuego destructor del Palacio de Justicia de aquella época que fue quemado en la revuelta junto con la Nunciatura apostólica. Ese año la obra de la madre se ve amenazada por una división interna que felizmente se supera no sin dejar amargos recuerdos y cicatrices en María Sara que se vio en la necesidad de renunciar por un tiempo. Sin embargo la propia Virgen de Chinquinquirá viene en auxilio y una feliz idea nace en el seno de la fundación: Consagrar a Ella toda la obra y declararla reina y fundadora. Así aceptan todas, incluso las disidentes. María Sara retoma su función de Superiora General.

En 1.950 la obra de María Sara se separa del Sindicato Doméstico pero continúa con la prestación abnegada de servicios de hospedería especialmente para muchachas del campo. En el año de 1.953 se abre otro campo de apostolado con la dedicación a labores educativas. El año anterior había recibido el ancianato de Facatativá.

La obra se extenderá por otros lugares de Colombia como los Santanderes, Boyacá, Valle del Cauca, Antioquia y por supuesto Cundinamarca, incluso llegará a Ecuador y Argentina; todos estos lugares recibirán el consolador rocío de caridad y entrega generosa que las religiosas Dominicas Hijas de Nuestra Señora de Nazareth han esparcido no sin una cuota de sacrificio y contrariedades asombrosas.

En 1975 la Aprobación Pontificia

La obra de la Sierva de Dios María Sara Alvarado Pontón recibe la aprobación Pontificia definitiva el 5 de febrero de 1.975. Cinco años después, a la edad de 77 años ya cumplidos, la Madre María Sara entrega su alma a Dios para toda la Eternidad dejando abierto un camino que todavía no llega a su fin, puesto que la obra destella en varias facetas de caritativo apostolado como un diamante a la luz del sol.

Registrar las fechas en las que transcurrió el apostolado de la Madre María Sara, es necesario para hacernos una idea somera de lo que fue la lucha espiritual de esta inspirada mujer, ya que Colombia por aquel entonces eran un hervidero brutal de apasionados odios políticos heredados, con la Iglesia siendo estrujada de lado y lado sin ninguna consideración de parte de los propios dirigentes partidistas que intentaban manipularla.

La obediencia absoluta, incondicional y total, parece haber sido la virtud que más brilló en la vida de la Madre Sara María. Obediencia a sus directores espirituales que a veces no acertaron con su autoridad para imponerle caminos que no eran exactamente los del carisma y vocación que había recibido del Divino Espíritu Santo. Obediencia a la Iglesia, que veía representada en los sacerdotes y obispos que la aconsejaban y no pocas veces la desorientaron y la llenaron de angustiosas dudas e incertidumbres, como consta en sus escritos. Hija fidelísima de la obediencia y el sometimiento a la autoridad eclesiástica, así viera en ella frecuentemente contradicciones respecto al carisma de su obra, que la dejaban perpleja pero jamás resentida ni obstinada. Este aspecto de su vida, aunque manejado prudente y caritativamente por sus hijas espirituales, revela el secreto de una virtud en la soledad y el silencio solamente comparable tal vez a la vida de la Santa Juana Jugan, canonizada recientemente por Benedicto XVI, fundadora de las Hermanitas de los Pobres, a quien un confundido sacerdote le arrebató la obra y la mandó a vivir aislada en un noviciado de sus propias religiosas con la prohibición expresa de hablarle a las novicias.

Por Antonio Borda

 

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