jueves, 21 de noviembre de 2024
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Intercediendo por pederastas de otrora…

Bogotá (Jueves, 29-04-2010, Gaudium Press) A medida que trascurren estos conturbados días, es cada vez más claro que buena parte de los que hoy atacan al Papa por el infundado ‘mal manejo’ del tema de la pederastia en la Iglesia, provienen de las filas de quienes siempre se han opuesto a la doctrina moral católica, y no pocos de quienes disienten también de su doctrina social.

Hoy, ellos truenan contra los horrendos crímenes del abuso a menores (que son verdaderamente horrendos) e insinúan que esos delitos casi que harían parte esencial de la institución eclesiástica. Por lo menos, cuando hablan de la Iglesia, es sólo para mostrar sus falencias reales o ficticias, y para denigrarla, intentando hacerla a los ojos de muchos incautos como una organización siniestra.

Entretanto, como ya se viene apuntando también con cada vez mayor frecuencia aquí, allá y más allá, realmente poca autoridad moral tienen ciertas fuentes anti-católicas, que son en buena medida instigadoras de la corrupción generalizada en nuestra sociedad, donde la pederastia es sólo uno de sus capítulos. Sí, pederastia es un sórdido elemento más, de un conjunto inmundo donde tienen entrada la pornografía, el libertinaje sexual, la degradación de la figura femenina en la publicidad, y demás factores de desintegración familiar.

El «Prohibido prohibir» de mayo del 68 fue el grito para muchos alucinante que retumbó en el mundo entero, y que invitaba a liberarse de todas las «ataduras», de todos los «tabúes», que impedían la ‘expansión’ de la persona, que limitaban sus goces, que eran obstáculos de su verdadera felicidad. Coherente con estas ideas y actitudes, y aún bajo el vaho ‘liberador’ del mayo francés que hoy no entusiasma a nadie, algunos personajes en Francia emitieron un documento, que ha sido recordado recientemente por Camille-Marie Galic en el semanario Rivarol, que a algunos pondrá sobre aviso:

«… en Enero 1977, en petición publicada en Le Monde, Jack Lang, Bernard Kouchner, Daniel Cohn Bendit, André Gluckmann, Pascal Bruckner o aún Georges Moustaki, habían solicitado clemencia para pedófilos que debían comparecer en el Tribunal de Yvelines. Es verdad que estos florones de la comunidad no eran los únicos en estimar que «el deseo y los juegos sexuales libremente consentidos tienen su sitio en las relaciones entre niños y adultos», pues Louis Aragón, Louis Althusser, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir también habían firmado la petición. Con el retroceso del tiempo es divertido pensar que la Señorita Beauvoir se envanecía de haber sido (brevemente) inquietada por el Régimen de Petain (Vichy) a causa de sus juegos sáficos con sus jóvenes alumnas, a las cuales remitía a continuación a su amante Sartre. Si ella hubiese enseñado en un Colegio Católico y enseñado hasta nuestros días, ella se encontraría en el 2010 en el banquillo de los acusados».

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El Papa siempre ha sido el abanderado de la política de tolerancia cero con la pederastia al interior del clero. Esa actitud firme y coherente viene dando claros y moralizantes frutos, como -por ejemplo- demuestran las estadísticas en los Estados Unidos. Eso también, con el favor de Dios, está siendo cada vez más claro para la opinión pública.

Entretanto, el problema no es solo en la Iglesia, ni mucho menos, como por lo demás también lo muestran las estadísticas. Y el problema no es solo la pederastia, sino un crítico cuadro generalizado de degradación moral. A los moralistas improvisados de hoy, pues, los convocaríamos a una reforma bien profunda y amplia en la sociedad.

Por Saúl Castiblanco

 

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