Bogotá (Jueves, 13-05-2010, Gaudium Press) Va esfumándose poco
a poco de la mente infantil, en tiempos de tanto cariño por los
animales, la legendaria estampa del perro San Bernardo, un corpulento
can peludo, grande, cabezón y de mirada triste con su caritativo
barrilito de madera lleno de brandy fuerte, atado al cuello por una
delgada correa de cuero.
By Wanderingnome |
Todavía rústico,se hizo famoso
desde la alta edad media en el paso del escarpado collado alpino entre
Italia y Suiza que hoy también se denomina San Bernardo, monte de piedra
donde se construyó un monasterio cisterciense fundado por este Santo de
Menthon y no el de Claraval, que buscaba un lugar tranquilo para él y
sus discípulos. Sin embargo, bien lejos estaba de imaginar este rebaño y
su pastor que se habían ubicado cerca a un arriesgado paso de caravanas
de comerciantes, tropas y solitarios viajeros.
El viento
seco y frío a casi 2.500 mts. sobre el nivel del mar, había desarrollado
características especiales a un perro rupestre que ayudaba a los
pastores de la región y que ellos apreciaban mucho. Pronto los monjes
verificaron cualidades en ese animalote de Dios que ni los propios
campesinos le conocían. Entendido, diligente, leal y fuerte, bien podría
servir no solo de guardián y ovejero sino también para la guía, el
salvamento y la escolta. No fue cosa de meses y ni siquiera de años
sino de siglos, para terminar perfeccionando un tipo de raza que
solamente la paciencia y la inteligente observación inspirada de los
monjes podía conseguir: nació el auténtico perro de San Bernardo de
Menthon a comienzos del siglo XVII. De allí en adelante el paso de los
Alpes por heladas montañas y precipicios fatales de cortante piedra
maciza, iba a estar garantizado por la presencia y ayuda de este perro
que con su olfato, resistencia y característico aullido pedía auxilio
para algún perdido o intentaba rescatar a alguien bajo una avalancha.
By Nikoreto |
El paso de la montaña por parte de comerciantes y ejércitos,
hizo legendaria la figura de este buen servidor del hombre, y no fueron
pocas las bellísimas historias acerca de aventuras donde el gran san
Bernardo terminaba siendo el propio héroe. Tras el paso de una caravana
en cercanías del monasterio, los monjes soltaban varios perros con su
característico barrilito al cuello para rastrear si había quedado por
ahí algún rezagado en aprietos o a punto de morir.
Otras veces
eran grupos que pedían a las puertas del monasterio la compañía y guía
de los perros, que incluso amedrentaban a los lobos. Cumplido su trabajo
sabían cómo regresar al monasterio a esperar pacientemente otra misión.
Otra prueba más de que la Iglesia, como una hada madrina con
su varita de gracia, lo que toca lo transforma para embellecerlo,
mejorarlo, servir a la humanidad y glorificar a Dios.
Por
Antonio Borda
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