Bogotá (Viernes, 21-04-2010, Gaudium Press) Los aperitivos con vinos -que hoy disfrutan los que saben de buena mesa- son de origen medieval casi todos. Fueron sapiencialmente elaborados por monjes enfermeros que en su monasterio, movidos a la caridad fraterna para mejorarle la salud a uno de su comunidad ya postrado, experimentaban con fe mezclas de vinos con plantas medicinales, cambiándoles la temperatura, recetando las dosis diarias e incluso el recipiente en que debía ser tomado. Muy probable que no faltara en la formulación incluir una avemaría antes o después de beberlo.
Dubonnet es una de esas fórmulas que aunque lleva el apellido de quien lo comercializó y lo hizo famoso en el siglo XIX, posiblemente nació en la alta edad media, y hay quienes afirman que parte de la fórmula venía desde Hipócrates, pero que se perdió después con la caída del imperio romano.
Que era una medicina para bajar la fiebre y mejorar la digestión, no cabe duda, pero a los antiguos no se les ocurrió mezclarlo con una uva especial del Rosellón francés, pequeña, negrita y silvestre que le da ese toque distinguido de hoy día. Humilde y sencilla, macerada y mezclada con yerbas, fermentada y servida caliente, la bebida debió haber sido un aromático remedio en los monasterios que se ennobleció por su generosidad.
El lejano sabor amargo no deja de recordarle al catador que la vida no es un trago dulce de pasar. Y el hecho de sanar como de abrir el apetito, es una prueba más de su bondad, una bondad que habla de un Hombre-Dios que se hizo macerar por nuestra salvación. De hecho bien que podría pensarse encontrar de pronto minúsculas gotitas de la sangre del Redentor, pues es muy probable que sin Civilización Cristiana, el ‘menjurje’ de Hipócrates no hubiera pasado de un vomitivo espantoso que aunque curara no sanaba, ni mucho menos invitaba a disfrutarlo antes de una buena cena.
La polémica de su origen está todavía viva, principalmente porque en definitiva nadie conoce con exactitud sus ingredientes actualmente, ni las porciones, medidas y procesos de la elaboración. Unos hablan de Quinina, otros de cáscaras de naranja, no faltan los que le ponen café negro e incluso cacao tostado. De todas maneras todavía hay derecho al secreto industrial, aunque algunos en la Unión Europea lo estén intentando acabar para igualar las antiguas Marcas de Origen.
Dicen que un tal Joseph Dubonnet, médico de las tropas de Bonaparte, ante una peste infecciosa con fiebre y soltura, hizo la mezcla en grandes ollas y mandó repartirlo en el campamento. ¿Conocía la fórmula? A sus propiedades curativas se sumó la alegría y así les bajó la fiebre a todos los soldados. Que haya sido registrado en 1.846 no da fe que el Dubonnet no sea anterior a este acontecimiento que algunos historiadores -parcializados siempre a favor del denominado siglo de las luces, prefieran ubicarlo allá y no en la «oscura» edad media, ni mucho menos en un piadoso y sencillo monasterio.
Por Antonio Borda
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