San Pablo (Jueves, 27-05-2010, Gaudium Press) Los niños, en su mezcla peculiar de inocencia y desconocimiento, son como libros donde se escriben, a veces líneas substanciosas, admirables y encantadoras, a veces líneas mediocres, sin sentido y hasta innobles. Ellos constituyen, aunque en germen y potencia, el tan incierto porvenir del mundo.
Por esto, es necesario que las instituciones de familia y pedagogía infantil tengan especial celo, cuidado y dedicación en su formación, nunca permitiendo el ocio -madre de todos los vicios-, en sus principiantes, y sin experiencia existencias.
Presentarles metas a ser alcanzadas e ideas a ser realizadas, manteniéndolos siempre ocupados y ampliándoles de a poco los horizontes del alma, puede ser un inteligente medio de evitar tal desvío, pues, como dice Paul Claudel, «¡la juventud no fue hecha para el placer, sino para el heroísmo!».
Analizando las fisionomías y actitudes de los niños en el cliché al lado, nos viene a la mente una pregunta: ¿cuáles son las primeras líneas de estos libros -sus almas- que apenas comienzan a ser escritos, pero que, en breve, saldrán a la luz? ¿Líneas de heroísmo o placer? ¿Líneas de disciplina o libertinaje? ¿Líneas de ocupación sana o de ocio? ¿Líneas donde brillan el empeño y afán de interesarse y dedicarse por algo sublime, o líneas pardas y grises, de una historia mediocre y vacía de significado?
Para nosotros, generación de fines del siglo XX e inicio del XXI, que vivimos envueltos en dramas y dificultades, muchas veces angustiados en la búsqueda de un poco de paz, probablemente la representación se nos figura inocente, pintoresca, incluso un poco distensiva: algunos niños cantan; otro parece declamar, absorto en algo medio irreal contemplado más allá de la ventana; y, más sobresalientes en la escena, dos infantes mutuamente se arrancan los cabellos, siendo plácida y apreciablemente observados por otros dos compañeros. En total, un cuadro que llega hasta despertar risa.
Entretanto, lanzando una mirada más profunda, no podemos dejar de decir que las primeras páginas de las almas de estos pequeños no están siendo objeto de la debida atención por parte de sus responsables, sean ellos padres -si la escena retrata una reunión familiar-, sean ellos educadores -si los niños están en algún centro de enseñanza-. ¡Claramente se nota en los rostros la despreocupación, el ‘laisser faire, laisser passer’ (dejar hacer, dejar pasar), y hasta un cierto aire de bobera, como si la vida no fuese seria, y no nos esperase Dios en el juicio final, con el premio o el castigo…!
Y de este joven pintado por Velázquez, ¿Qué decir? ¿Qué escribieron sus formadores en las «primeras páginas» de su alma? La mirada parece estar en desproporción con el tamaño: reflexivo, consecuente y profundo; inspira tal seriedad que se diría un varón experimentado, no un niño.
El sombrero, erguido sin simetría, y el revoloteo de los ropajes parecen querer expresar la audacia imparable, el ideal vibrante, el horizonte sin fronteras del alma de aquel que los porta: está determinado a cumplir su deber cueste lo que cueste, duela lo que duela, sufra lo que sufra.
Sin embargo, ante el posible equívoco de considerar como sinónimos heroísmo y agitación, vemos que el equilibrio de su alma es entero; la serenidad de ánimo, completa; la distancia psíquica, total. Este notable autodominio se entrevé mucho en la curvatura calma y elegante de los brazos conjugados a las manos, a la vez firmes al sostener las riendas y el bastón, sin perder cierto aire de suavidad y ligereza. He aquí un excelente resultado de una buena formación familiar y pedagógica.
Vimos en los dos clichés -primeras líneas de la historia de las almas, y en consecuencia el resto del libro- como se pueden divergir de acuerdo con la formación recibida en la infancia. Ahora, es al padre o madre de familia, profesor en el colegio o que simplemente cuida de niños, que en este momento se dirigen los Ángeles de la Guarda de estos pequeñitos, cobrando una actitud a favor de sus protegidos. Solo les resta escoger con que «literaturas» llenarán las primeras páginas de sus vidas…
Por Flávio Fugyama
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