(Jueves, 03-06-2010, Gaudium Press) Un milagro ocurrido hace casi ocho siglos, hizo al Papa Urbano IV extender a toda la Iglesia el culto público a la Sagrada Eucaristía.
En el año 1263 un sacerdote llamado Pedro se encontraba asaltado por una terrible tentación respecto a la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Para fortalecer su fe vacilante, resolvió hacer una peregrinación a Roma.
Relicario eucarístico de Bolsena |
Llegando a las puertas de Bolsena, Italia, decidió entrar a la ciudad para celebrar una Misa. Rogó insistentemente a Dios que lo librase de la duda atroz que hace tiempo lo atormentaba y comenzó la celebración.
En el momento de la Consagración, al pronunciar las palabras rituales – «Esto es mi Cuerpo…»- la hostia santa tomó una tonalidad rojiza y comenzó a gotear sangre, que cayó copiosamente sobre el corporal. Los fieles presentes también pudieron contemplar el maravilloso acontecimiento.
El sacerdote se apuró para comunicar el milagro al Papa Urbano IV que residía temporalmente en la vecina ciudad de Orvieto. Éste después envió a Bolsena una comitiva encabezada por el arzobispo, para examinar la veracidad del hecho y, si fuese confirmado, traer las preciosas reliquias hasta él.
Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura habrían también formado parte de esta comitiva.
Comprobada la autenticidad del prodigioso hecho, la Hostia consagrada y la sábana impregnada de la preciosa Sangre fueron conducidas en procesión hasta Orvieto, donde el Papa se postró de rodillas para recibirlos.
En seguida todos se dirigieron a la vieja catedral y allí millares de fieles emocionados pudieron contemplar y prestar culto a las preciosas reliquias.
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Este espectacular prodigio impresionó vivamente al Pontífice. Él ya tenía conocimiento del famoso milagro eucarístico de Lanciano y, además, fue confidente de Santa Juliana de Mont Cornillon, una mística que recibió de los Cielos el compromiso de transmitir a la Iglesia el deseo divino de ser establecida en el calendario litúrgico una fiesta en honor a la Eucaristía.
Así, el 11 de agosto de 1264 el Papa firmó en Orvieto la bula Transiturus de Hoc Mundo, por la cual instituyó la Fiesta de Corpus Christi. Con esto extendió a toda la Iglesia el culto público a la Sagrada Eucaristía, que hasta entonces era oficiado apenas en algunas diócesis, por influencia de Santa Juliana.
Cincuenta años más tarde otro Pontífice, Clemente V, estableció la Fiesta de la Eucaristía como obligación canónica mundial. Y el Concilio de Trento, a mediados del siglo XVI, tornó oficial la realización de la Procesión Eucarística, como acción de gracias por el don supremo de la Eucaristía, y como manifestación pública de fe en la presencia real de Cristo en la Hostia Sagrada.
Estaba así definitivamente instaurada en toda la Iglesia «la Fiesta donde el Pueblo de Dios se reúne alrededor del tesoro más precioso heredado de Cristo, el Sacramento de su propia Presencia, y lo alaba, canta y lleva en procesión por las calles de la ciudad».
Texto extraído de la Revista Heraldos del Evangelio, de julio de 2005
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