Bogotá (Viernes, 04-06-2010, Gaudium Press) El croché (o crochet) o punto de encaje, sea con algodón, lana, lino o seda, es una técnica de tejido que discretamente cubre su pasado, para no infundir discordias. La referencia más remota y fidedigna no va más allá del siglo XVI, y esta fijada en la Europa todavía cristiana -a pesar de las revoluciones- concretamente en Venecia.
Inútil que traten de convencernos que nos viene de Oriente, pues en realidad no hay pruebas, excepto la moda que algunos historiadores contemporáneos vienen tratando de imponernos, para negar la fuerza propulsora de la cristiandad en lo estético y en lo funcional. Y si en China había tejidos en encaje, bien se los guardaron en secreto como muchas otras cosas del mundo pagano.
En cambio Europa lo difundió. Croché debió su nombre afrancesado -galicismo en todos los diccionarios-, precisamente al tipo de aguja ganchuda inventada por el ingenio de mujeres del norte de Francia, aguja curva que se usa para sacar ese primor, generalmente de la colaboración mental melódica de esa pequeña herramienta casera y las manos diestras de aquellas hijas del apostolado de la Iglesia, que hicieron famosos el punto Flandes, el punto Colbert, el de Alenzón o el de Bruselas.
Pero el tejer encajes de croché en telas se fue pasando hasta la arquitectura: ¿no parece acaso tejido de croché la ornamentación de las piedras labradas en los rosetones de las Catedrales y los Ayuntamientos, las cornisas, los portales, las bóvedas de crucería y los refuerzos de las agudas torres? Tanto edificio gótico que hoy subsiste en Gante, Colonia, París o Burgos parece tejido a croché por manos de pedreros, los hijos de esas mismas mujeres de la cristiandad.
Otra referencia muy significativa nos remota a aquella Irlanda rústica y católica, a veces tan despreciada por la Inglaterra anglicana -aunque esta también hija muy querida de la Cristiandad- cuando las Ladys inglesas más refinadas llegaron a valorar tanto los tejidos en croché, que convirtieron este oficio en arte y materia obligatoria para la educación de sus hijos hombres y mujeres, no solo por la belleza que iba saliendo de las manos, sino por la calma que producía en los niños trabajar haciendo encaje con aguja o con bolillo, lo que tal vez hizo tan flemático al inglés promedio.
Pero si hay una prenda en que el encaje se elevó hasta alturas celestiales, de modo que es difícil no imaginar bienaventurados y ángeles vestidos así en inagotables variedades, es el roquete eclesiástico, paramento, prenda u ornamento tan hijo de la Iglesia como otros vestidos sacerdotales. Allí no solamente se hizo mucho más hermoso ese tipo de tejido, sino que se unió con el arquetipo primario, la matriz paradisíaca que nos puede dar idea de lo que cubría al hombre antes del pecado original, …antes de que el buen Dios Nuestro Señor tuviera que verse obligado a elaborarle un vestido de pieles, como nos dice el Génesis.
Por Antonio Borda
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