Bogotá (Miércoles, 09-06-2010, Gaudium Press) El cementerio o campo santo es un terreno a veces de más de 50 hectáreas (como Père- Lachaise, en París) donde se desarrolló encerrada en muros, una forma de arte que solamente podría haber nacido en el seno de una civilización capaz de aceptar la muerte con una mezcla de serenidad, confianza y esperanza, pero sin dejar de manifestar el dolor de la separación y el respeto por el cuerpo humano: en suma, la Cristiandad.
Foto: Ignacio Guerra |
Hoy existen muchos en el mundo, especialmente en Europa y naciones católicas de América como Argentina, Brasil o Ecuador donde los cementerios decantaron con belleza impresionante el hoy mundialmente famoso arte tumulario o fúnebre, que ha hecho de esos lugares un atractivo que sería irrespetuoso llamar turístico, pero de visita obligatoria para quienes todavía aprecian la cultura de los pueblos, quieren repasar su historia y conservan el sentido de lo estético.
Son campos santos donde reposan verdaderas reliquias de virtud y restos de testimonios de vida, que nos hacen comprender las efemérides de esta paso por la tierra. Allí vemos túmulos y mausoleos, auténticos monumentos familiares que reflejan muchas veces la grandeza de una familia que se fue y solamente dejó esa huella labrada en mármol o piedra y bronce. A veces también hay panteones institucionales dedicados a guardar los restos de sus más eximios representantes, placas conmemorativas que testifican algo sobre un acontecimiento o una vida de la que ni sus restos se encontraron, pero a la que su ángel custodio o tal vez el de la de la historia, o incluso el del lugar de su nacimiento o de su muerte, inspiró moldearle aquel recuerdo.
Mármol, bronce, piedra, materiales que longevos y perennes, entre árboles y aves, nos quieren perpetuar algún difunto, no siempre insigne, pero al fin y al cabo un hijo de Dios. A veces ángeles con cara de aflicción, unos a la espera de la resurrección; pensativos, preocupados. Imágenes de santos o representando a Jesús o María; otras son escenas completas de dolor o despedida en calma. Cruces de bellísimo acabado, guirnaldas y epitafios labrados que despiertan sentimientos muy profundos entre flores frescas o marchitas, alamedas, callecitas y round-points.
El cementerio católico es la memoria de una ciudad hecha arte expresivo y grave, pero de una serenidad edificante y consoladora como solamente nuestra civilización pudo lograrlo. Recorriéndolo afirmamos la certeza de que la muerte es inevitable, que hay algo más allá de la tumba y que siempre habrá la oportunidad de descansar en paz a la sombra mansa de una forma de belleza, que no cualquiera entiende o contempla.
Por Antonio Borda
Deje su Comentario