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Bogotá (Jueves, 17-06-2010, Gaudium Press) Sea de Baccarat, Bohemia o Murano, es cristal o vidrio y tienen la misma fórmula química; la diferencia está en las manos que los tocan para transformarlo, en los labios que lo soplan y en el estado de alma con que los trabajan para hacer delicadísimos y coloridos jarros, figurillas, lámparas, bombillas o arañas de cristal.
Dicen los químicos que hacer vidrio se puede en todas partes de la tierra pues son sus elementos los más comunes y se encuentran en todos lo cuadrantes del planeta. Aprender a mezclar las arenas y fundirlo es ciencia que viene desde remotos tiempos en Egipto y Mesopotamia. Los fenicios y los romanos también lo hicieron. Encontrar roca de cristal es menos frecuente, y entretanto la hay en muchísimas partes del planeta.
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Pero solamente una ciudad en el norte de Francia, una región en la actual república checa y una isla Italiana del adriático, dieron la habilidad casi mágica para hacer con el vidrio y el cristal las maravillosas lámparas arañas de Baccarat, de Bohemia y de Murano, para fundirlos y mezclarlos con colores suaves, delicados o intensamente densos, casi oscuros, para probar con paciencia y espíritu de lo maravilloso como solamente una civilización lo podía lograr: La misma que hizo los vitrales de las catedrales.
Preciso es reconocer que nunca antes una civilización alcanzó el grado de desarrollo en materia de trabajar vidrio y cristal como la nuestra. Chinos, egipcios y fenicios no dejaron pruebas de haber hecho las maravillas de Europa, especialmente desde comienzos del renacimiento. Y hoy día son los padrones artísticos creados por las fábricas de aquellas regiones los que se siguen copiando en diferentes partes del mundo.
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No sería aventurado suponer que este material tan delicado -salido de las manos del Creador-, estuvo esperando la Redención para dejarse moldear por manos bautizadas de artesanos mansos, que dejaron volar la imaginación hasta las puertas del Cielo. Del cristal y el vidrio de Baccarat salieron cientos de hermosas arañas con sus pendientes transparentes dando visos de colores maravillosos en todas las cortes de Europa y aún en las más distinguidas casas de gobierno en países de otros continentes. También para pender de las bóvedas de las catedrales o del techo de muchos palacios y casas de la nobleza o de élites análogas en todo el mundo. O en la medida de las posibilidades y de las calidades, en cualquier hogar de cualquier hijo de Adán.
Es más, ¿de qué hubiera servido haber descubierto el alumbrado a gas o el eléctrico si no hubiésemos tenido ya en nuestra civilización las delicadas bombillas para guarecerlo? El cristal y el vidrio se hicieron algo maravilloso y ‘feérico’ cuando encontraron un tipo humano que lo contempló con ojos agradecidos para moldearlos con manos de caridad y bienaventuranza Cristianas.
Por Antonio Borda
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