Bogotá (Martes, 22-06-2010, Gaudium Press) Dos extremos son a evitar, en cuanto a la consideración del compuesto humano se refiere. Uno son las exageraciones del racionalismo, que desconoce o disminuye hasta la insignificancia todo lo que no sea razón. Y el otro es el del materialismo, que desconoce la existencia en el hombre de un alma espiritual, trascendente e inmortal, que anima el cuerpo y en la que radican los principios que hacen del hombre un ser específicamente humano, particularmente su facultad racional.
El papel de la piedad popular se encuentra cada vez más en foco al interior de la Iglesia Foto: Andrés Rueda |
Este último error -el del materialismo- es por demás ‘grosero’. Que muchos piensen que las ideas, que todos los significados expresos en los diversos lenguajes de los pueblos, no son sino un mero fruto de «segregaciones» corporales o movimientos físico-químicos, que la poesía y la literatura, que las múltiples manifestaciones culturales, que la filosofía, la teología y todas las ciencias son el simple resultado de combinaciones de átomos y moléculas, solo pudo ser posible en tiempos como los contemporáneos, donde abundan los hombres subyugados por la sensualidad de las pasiones desordenadas. No es de ese extremo del que nos ocuparemos particularmente en estas cortas líneas.
En sentido diverso al materialismo, pero también errado, el racionalismo absolutiza el papel de la razón, rompiendo así el equilibrio entre lo intelectivo-espiritual, lo sensitivo y lo biológico, ejes reunidos armónicamente sobre cuya elucidación y profundización se construyó la psicología-filosófica elaborada por Santo Tomás de Aquino. El racionalismo desconoce el muy importante papel que le corresponde al elemento corporal en todos los procesos de la psiquis humana. Y es que, aunque hayan pasado los milenios, el aforismo de Aristóteles no ha perdido vigencia: «Nada existe en el entendimiento que no haya pasado por los sentidos…», y quien habla de sentidos habla por tanto del elemento material que les sirve de medio. [Cuidado: entendimiento no es intelecto. Porque el hombre no es enteramente ‘tabla rasa’. En el ser humano, incluso antes de tomar contacto con la realidad a través de los sentidos, ya hay una predisposición a la aplicación de los primeros principios, como el de contradicción, identidad, razón suficiente, el primer principio moral (haz el bien y evita el mal), etc.].
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Dos hechos recientes, ocurridos en el Antiguo y en el Nuevo Mundo, muestran cómo en la Iglesia está cada vez más en foco el papel de la sensibilidad y de «lo material» en la difusión y transmisión de la Fe. Uno es la sesión del Grupo de investigación de pastoral obrera (Grepo) sobre religiosidad popular, en Lille, Francia -concluido el pasado 10 de junio- con la asistencia de más de 250 agentes de pastoral, y el otro es el reciente encuentro en Atyrá, Paraguay, del 24 al 27 de mayo, convocado por el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), sobre el mismo tema. Es el asunto de la piedad popular o religiosidad popular, tan relevante hoy para la Iglesia, que el propio Celam ha destinado todo un departamento a su estudio y desarrollo, departamento liderado por el dinámico obispo de Iquique, Chile, Mons. Marco Antonio Órdenes.
Inicio de procesión de Corpus Christi Foto: Lawrence OP |
¿Qué caracteriza, entre otros rasgos, a la piedad popular? La piedad popular se manifiesta y requiere en su expresión de signos sensibles, de elementos tangibles. Es, por ejemplo, una procesión con cantos e imágenes; un rosario ‘de aurora’, o su rezo en familia en el calor del hogar; son los pedidos de bendiciones de objetos como una casa, un carro, son la peregrinaciones a Santuarios, etc.
Como apuntó el padre Yves Wecxsteen, deán de la parroquia de Roubaix-Nord, en el encuentro de Grepo en Lille arriba señalado, hay «padres que ven en ello prácticas arcaicas», religiosos que se «erizan» ante manifestaciones o pedidos de corte «piedad popular». Bien puede ser, como ya se ha analizado, que estás reacciones emocionales de algunos eclesiásticos se deban a que en ocasiones algunas de esas manifestaciones bordean los límites de la superstición. Entretanto, y como reza el proverbio latino -y principio de jurisprudencia- ‘abusus non tollit usum’: el (posible) abuso no es un argumento contra el uso.
«Hay mucho más de lo que se cree en estas devociones populares», continuaba el P. Wecxsteen en declaraciones reproducidas por La Croix sobre ese importante asunto. «A través de esos gestos de los cuales nosotros no comprendemos siempre el fundamento, la persona se pone en ruta hacia Dios. Ese camino merece algo mejor que una aceptación: un reconocimiento de la persona en su libertad y su escogencia. Cuando una persona me pide que vaya a bendecir su hogar, yo no lo hago de prisa y corriendo. Detrás de ese pedido, hay siempre un pedido de sentido que se expresa. Hoy la verdadera apuesta es evangelizar esa religiosidad popular», expresaba sabiamente el presbítero.
Por lo demás es esa la visión de Benedicto XVI sobre el asunto, quien en Aparecida, Brasil, en el 2007, habló sobre el tema y destacó la «rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos», presentándola como «el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina». Hay que, pues, ‘evangelizar’ la piedad popular, particularmente para evitar desvíos; pero también ‘dejarse evangelizar’ por esa religiosidad, sabiendo que en ella con muchísima frecuencia e intensidad se manifiesta la acción discreta pero cuan poderosa del Espíritu Santo. Y además aprovechar su enorme capacidad de difusión, su dinamismo, porque la religiosidad popular es ‘contagiosa’, y con el contagio de las formas externas viene comúnmente aparejado el interés por las verdades doctrinarias de nuestra fe.
El propio Mesías quiso tener un cuerpo material, como el nuestro. Por lo demás, Cristo ‘usó’ con profusión de signos sensibles mientras duró su misión en la tierra. Cristo instituyó los sacramentos, que son signos sensibles que producen la gracia. Cristo curó no sólo usando el poder de su Palabra creadora, sino también con su saliva divina. Cristo alimentó los espíritus con su doctrina eterna, pero también se preocupó por los cuerpos de quienes escuchaban su Palabra. Aunque la María de Betania había escogido la mejor parte, el Mesías ciertamente no despreció los alimentos que le preparó su hermana Marta.
Además, no olvidemos lo que ya decían los escolásticos: ‘Universalia non movent’ – lo mero abstracto no arrastra…
Por Saúl Castiblanco
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