París (Martes, 22-06-2010, Gaudium Press) Una abnegada labor ejercen los capellanes militares en los muchos lugares donde desempeñan sus sagradas labores, varias veces en los propios teatros de operaciones.
«Los capellanes militares, movidos por el amor de Cristo, están llamados, por vocación especial, a testimoniar que, incluso en medio de los combates más encarnizados, siempre es posible y, por tanto, necesario, respetar la dignidad del adversario militar, la dignidad de las víctimas civiles, la dignidad indeleble de todo ser humano involucrado en los enfrentamientos armados», decía Juan Pablo II en mensaje a los Capellanes Militares en marzo de 2003. La labor de los capellanes militares no sólo beneficia a los propios involucrados en las actividades castrenses, sino que redunda también en provecho de todas las sociedades a las que los militares están llamados a servir, afirmaba por su parte Mons. Juan del Río Martín, Arzobispo castrense de España, con motivo de la Conferencia internacional de Jefes de Capellanes militares, realizada en Madrid en febrero de este año.
Entre esa digna pléyade de hombres de Dios y de uniforme, el diario francés Le Figaro ha destacado recientemente en sus páginas a un ‘Padre’ bien especial: el sobrino de jesuita, sobrino-nieto de Cardenal, y paracaidista de más de 1.000 saltos, el P. Benoît de Pommerol, capellán adscrito al 2do. Regimiento de Paracaidistas Extranjeros franceses, en estos momentos actuante en Afganistán. Allí el P. de Pommerol es el «Padre», palabra en español, pues así se les titula a los capellanes militares en el país galo.
Sobre su ministerio junto al regimiento, narra el P. Benoît que «los legionarios pertenecen a una generación que no conoce o conoce poco la religión. Pero ellos no la rechazan. Ellos han a menudo dejado extinguir la religión, pero no por rechazo, sino por falta de ocasión. Ellos no irán a ver un cura, pero si un cura viene a ellos, no dudarán en ‘reenganchar los vagones’. Es la pastoral del saludo de mano», explica el sacerdote.
«Un día uno de ellos me ha dicho: ‘Padre, yo no puedo venir a la misa, no me he confesado desde Kosovo’. No es una actitud indigna. Es más bien una señal de respeto -continúa el P. Benoit. Yo les hablo con simplicidad, que no es lo mismo que simplemente. Mi parroquia es el regimiento. Vivo en medio de mis parroquianos.»
Entretanto, entre esos rudos hombres de armas no es fácil ganarse el respeto y la admiración, como también lo refiere el capellán: «El sacerdocio ministerial no es suficiente para hacerse respetar junto a ellos. Los legionarios son personas que ha dejado todo para servir a la Legión. Ellos miran a aquellos que no han hecho la misma escogencia con reservas. Su respeto se merece. Es preciso caminar con ellos, ir al terreno con ellos, saltar con ellos.»
El P. de Pommerol, con su sotana, y su paracaidas al hombro embarcándose a su próximo salto |
Y es eso justamente lo que ha hecho el P. de Pommerol. El joven presbítero, ordenado en 1997 y capellán militar desde 1999, corre con los legionarios, acompaña a los legionarios incluso en terrenos bastante arriesgados, y hace algo que le ha merecido un especial reconocimiento; el Padre se ha convertido en un paracaidista emérito, con más de un millar de saltos en su haber, algunos incluso en caída libre… y con sotana: «No es lo ideal para estabilizarse durante la caída», confiesa él riéndose.
Entretanto, no son solo esas hazañas militares las que le han valido el reconocimiento de todos sus dirigidos espirituales, sino también sus firmes posiciones en materias religiosas: «Yo no quiero ser moderado. Además, ¿qué es un capellán moderado? Sin duda yo tengo opiniones tajantes, pero al menos soy coherente. La pasión de Jesucristo no es un ‘picnic», afirmó el religioso a Adrien Jaulmes de Le Figaro.
Todos los días, además de sus deberes cotidianos, el P. Benoît lee vidas de santos, o los escritos de prisión de Santo Tomás Moro. Admira mucho al mariscal francés Lyautey, al Beato Padre Charles de Foucault, al general de los zuavos pontificios De Sonis…
Entretanto, aunque aprecie en demasía el «terreno», él religioso halla su refugio espiritual en su capilla construida en el subsuelo, en un antiguo bunker soviético en Afganistán. Ubicada en la base francesa de Tora, al este de Kabul, la ha dedicado a Nuestra Señora de las Victorias. Las religiosas de la histórica iglesia parisina del mismo nombre le regalaron una estatua de San Miguel, que él tiene en el altar. «Él es evidentemente mi patrono», dice el padre. Y no solo el suyo, sino de los muchos paracaidistas a los cuales el padre ha regalado medallas del arcángel, que los legionarios cuelgan en su emblemáticas boínas verdes.
Si desea conocer el reportaje completo en Le Figaro, puede seguir el siguiente link: http://www.lefigaro.fr/international/2010/06/18/01003-20100618ARTFIG00509-en-afghanistan-les-legionnaires-l-appellent-padre.php
Gaudium Press / S. C.
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