Ciudad de México (Jueves, 24-06-2010, Gaudium Press) Sobre la muerte, vida y obra del famoso escritor portugués José Saramago -ocurrida el viernes pasado-, se ha pronunciado Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas en México, quien ha afirmado que Saramago hacía una interpretación «tendenciosa e históricamente incompleta del cristianismo, de la Iglesia y de la práctica religiosa. Manifestó ‘no tener fe’ y esto le trajo dividendos de fama e ingresos económicos con grandes espacios en medios de la misma tendencia. Ya murió, pero Dios, a quien él negó, no morirá jamás».
El prelado mexicano, quien expresó también que Saramago «atacó acremente nuestra fe», dijo asimismo que «mueren famosos literatos, como moriremos todos, pero nuestra fe en un Dios vivo y trascendente nos sostiene en la esperanza».
A la par de reconocer lo prolífico de la obra de Saramago, y su preocupación por las clases necesitadas, Mons. Arizmendi Esquivel, pidió igualmente el respeto «a los no creyentes». «Pero que éstos también nos respeten a nosotros -continúa el prelado. La mejor forma de contrarrestar el ateísmo es cimentando nuestra fe en la palabra de Dios y en la doctrina de la Iglesia, y sobre todo con nuestra coherencia de vida en la justicia, la verdad, la honestidad, el servicio fraterno, la opción por los pobres».
L’ Osservatore Romano
En un hecho noticiado en el mundo entero, y un día después de la muerte de Saramago, la pluma de Claudio Toscani estampaba en el diario oficioso de la Santa Sede, l’Osservatore Romano, un repaso de la vida del escritor portugués, bajo el título «La omnipotencia (presunta) del narrador».
«Fue un hombre y un intelectual de ninguna admisión metafísica, hasta el final anclado en una proterva confianza en el materialismo histórico, alias marxismo», afirmó Toscani en la ocasión.
«Colocado lúcidamente en la parte de la cizaña en el evangélico campo de grano, se declaraba insomne por el solo pensamiento de las cruzadas o de la Inquisición, olvidando el recuerdo del ‘gulag’, de las purgas, de los genocidios, de los ‘samizdat’ culturales y religiosos», continuó.
Sobre su obra El Evangelio según Jesucristo (1991), Toscani la calificaba como «irreverente» y un «desafío a la memoria del Cristianismo de la que no se sabe qué salvar».
«Por lo que respecta a la religión, atada como ha estado siempre su mente por una desestabilizadora intención de hacer banal lo sagrado y por un materialismo libertario que cuanto más avanzaba en los años más se radicalizaba, Saramago no se dejó nunca abandonar por una incómoda simplicidad teológica», decía también el artículo.
«Un populista extremista como él, que se había hecho cargo del porqué del mal en el mundo, debería haber abordado en primer lugar el problema de todas las erróneas estructuras humanas, desde las histórico-políticas a las socio-económicas, en vez de saltar a por el plano metafísico», insiste.
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