Bogotá (Jueves, 24-06-2010, Gaudium Press) «Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan». Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre». Entonces preguntaron al padre qué nombre quería que le pusiera. Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan» (…) Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?»»: de esta manera el Evangelio según San Lucas narra el nacimiento, y los días posteriores a éste, de Juan el Bautista, conocido como el precursor de Jesús, y cuya fiesta se celebra hoy en la Iglesia.
A diferencia de los demás santos -de quienes se celebra su fiesta el día de su llegada a la eternidad, es decir, el día de su muerte-, la conmemoración de San Juan el Bautista evoca el día de su nacimiento, precisamente porque fue él quien Dios envió al mundo para prepararle el camino a Jesucristo, el Salvador.
¡Cuán importante era Juan para Dios y el mundo, que, incluso, fue santificado desde antes de nacer cuando su madre, Isabel -una mujer mayor, quien no podía tener hijos-, recibió la visita de María, la Madre del Salvador! El mismo Evangelio de San Lucas narra el hecho de la siguiente manera: «En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá: entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?». El nacimiento de Juan, se dio justamente 6 meses antes de la natividad de Jesús.
El último profeta con la misión de anunciar la llegada del Salvador
San Juan el Bautista, también es conocido como el último profeta que tuvo la misión de anunciar la llegada del Salvador. La mayor parte de su vida -que fue sencilla y humilde- la llevó en el desierto, sus ropas eran de pelo de camello y vivía, prácticamente, de lo que la providencia le suministrara.
Sus ojos estuvieron siempre puestos en el Reino de Dios, el cual, para él, ya estaba cercano. Precisamente, este anuncio del Reino próximo de Dios, fue la base de su prédica; hombres y mujeres provenientes de Jerusalén, Judea y del Jordán, acudían a él y acogían su invitación a reconocer los pecados y a cambiar el modo de vida, actuando de acuerdo con la voluntad de Dios, para así, de esta manera, preparar la llegada del Salvador.
El mismo Jesús, proveniente de Galilea, acudió a Juan para ser bautizado por él. Justamente este acontecimiento marca el momento más importante en la misión de Juan, quien ese día, vio por vez primera a quien le había preparado el camino, y de quien tanto había hablado, tal como lo narra el Evangelio de Marcos: «En aquellos días Jesús vino de Nazaret, pueblo de Galilea, y se hizo bautizar por Juan en el río Jordán. Al momento de salir del agua, Jesús vio los cielos abiertos: el Espíritu bajaba sobre él como lo hace la paloma, mientras se escuchaban estas palabras desde el Cielo: «Tú eres mi Hijo, el Amado, mi Elegido» «.
Gaudium Press / Sonia Trujillo
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