Bogotá (Lunes, 28-06-2010, Gaudium Press) Sobre la cúpula del transepto de la iglesia del Voto Nacional al Sagrado Corazón de Jesús en Bogotá, está el ostensorio al aire libre más alto del mundo, algo más de 17 metros de altura. Estaría habilitado para colocar allí al Santísimo Sacramento para adoración perpetua con vista sobre gran parte del centro viejo de la ciudad.
Tiempo hubo en que al menos una ceremonia al año se realizaba, para rendirle honores a quien salvó el país a punto de hundirse en los aciagos tiempos de la última sangrienta guerra civil, llamada de los «Mil días». Se hacía con salvas de artillería y desfile de gala con todas las autoridades eclesiásticas, civiles y militares reunidas en la gran plaza que hace frente al bello templo atiborrada del pueblo de Dios y llamada de «Los Mártires», por el obelisco que conmemora el fusilamiento de varios patriotas criollos por parte de los españoles, en tiempos de la independencia nacional.
El lugar podría ser venerable, pues fue la iniciativa del propio arzobispo de Bogotá -en aquel entonces Mons. Bernardo Herrera- la que motivó al presidente de la república Marroquín, prometerle al Sagrado Corazón de Jesús la erección de un templo en su honor, si intervenía milagrosamente para que cesará ya la horrible noche de una guerra que se había iniciado a finales del siglo XIX, y que daba muestras de continuar siglo XX adentro en medio de odios heredados que parecían no apaciguarse.
El templo votivo es una bella construcción greco-romana en piedra bogotana y ladrillos de tierra cocida, materiales sacados de lo profundo de las entrañas de nuestro suelo patrio. Fue construido con las sencillas manos de cientos de hombres raizales que regaron con sudor y confianza cada palmo del terreno cedido por la fe, la esperanza y la caridad de una gran señora bogotana. Ella lo había decidido así desde 1.891, en realidad pocos años antes que estallara la guerra pero en medio de unos ánimos peligrosamente caldeados.
El arquitecto diseñador y constructor fue también un colombiano de pura cepa, y la obra iniciada en 1.902, fue concluida en 1.918. No faltaron para su decoración interior mármoles, bronces y vitrales europeos, maderas de las más finas y ornamentaciones de cristal de gran belleza y elegancia, todo aportado en buena medida por las élites de casi todo el país.
Un templo grande y una plaza amplia al frente, regada con sangre patriota, para que las dos cosas estén a los pies del gran Señor de la Ciudad, Jesús Sacramentado en la custodia más alta, si no del mundo, al menos de toda nuestra cristiana América, que no es poca cosa.
Por Antonio Borda
Deje su Comentario