San Pío X |
Redacción (Martes, 29-06-2010, Gaudium Press) Uno de los grandes temores que angustian a los hombres sin fe, fuera de duda, es el miedo de envejecer.
La visión materialista reduce la vida humana a una mera cuestión fisiológica, negándole los aspectos metafísicos y sobrenaturales. Desde esta óptica, ¿habrá mayor desgracia que volverse viejo?
El cristianismo, al contrario, reconoce esta suprema realidad que es el alma y da, así, a la existencia del hombre un carácter que transciende esta tierra y se dirige a la eternidad. Hay razones para vivir mayores que la propia vida.
Con estos puntos de vistas sobrenaturales, bien comprendemos como hombres de gran valor humano y espiritual -por ejemplo, San Juan Bosco, San Pío X o San Pío de Pietrelcina- caminaron con tanta seguridad, alegría y hasta orgullo en las vías de la ancianidad.
En cada uno, el cuerpo envejeció, pero el espíritu permaneció joven, por estar ellos siempre dirigidos al supremo ideal, que es la gloria de Dios y el bien del prójimo.
El conocido escritor americano de origen alemán, Samuel Ullman (1840-1924), en su famoso poema Youth (Juventud), supo expresar esta cautivante cuestión tan bien solucionada por la enseñanza cristiana: «La juventud no corresponde a un período de nuestra vida, sino a un estado de espíritu, una resultante de la voluntad, un predicado de la imaginación, una intensidad emotiva, una victoria de coraje sobre la timidez, del gusto por la aventura sobre el amor al confort.
Don Bosco, anciano |
No envejecemos por haber vivido un cierto número de años. Envejecemos porque desertamos de nuestro ideal.
Los años arrugan la piel; renunciar a un ideal arruga el alma. Las preocupaciones, las dudas, los temores y las desesperaciones, he aquí los enemigos que, lentamente, nos hacen inclinar rumbo a la tierra y tornarnos polvo antes de la muerte.
Joven es aquel que se asombra y se maravilla. Así como un niño insaciable, él pregunta: «¿Y qué más?» Él desafía los acontecimientos y ve sentido en el juego de la vida.
Serás tan joven cuanto tu fe; tan viejo cuanto tú duda. Tan joven como tu confianza en ti mismo; tan viejo como tu abatimiento.
Permanecerás joven mientras seas receptivo a los mensajes de la naturaleza, del hombre y del infinito.
Un día, caso tu corazón haya sido picado por el pesimismo y roído por el cinismo, ¡pueda Dios tener pena de tu pobre alma de anciano!»
P. Fernando Gioia, E.P
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