Foto: ‘Ulterior epicure’ |
Bogotá (Miércoles, 07-07-2010, Gaudium Press) Bon,bon, dijo el rey de Francia cuando probó un elaborado y pequeño trozo de chocolate relleno de licor. Era cacao traído de América a Europa por los Españoles que ya habían registrado en las memorias de la conquista la existencia de este maravilloso producto, alimento de los emperadores aborígenes mexicanos y cuya semilla seca era usada como moneda de cambio y trueque entre los indios.
Pero el bon-bon francés de chocolate relleno, en nada se parecía a la extraña aunque deliciosamente aromática bebida de los mesoamericanos. Esta era un espeso brebaje color rojizo sin dulce y tomado en unas tazas de barro cocido o del árbol del totumo, con carácter ceremonial. Aunque el olor agradó a los expedicionarios, el color, la textura y el sabor amargo los decepcionó. Pero ellos eran gente que venía de una civilización acostumbrada a mejorar primorosamente todo lo que incorporaba a su ethos. Bien pronto y sin ningún tipo de introspección científica, los hombres de Cortés descubrieron que allí había un regalo de la Providencia para los pueblos de este lado del atlántico: el chocolate.
Foto: Yuichi Sakuraba |
Sin tardar le mezclaron azúcar y lo hicieron agradable. Durante mucho tiempo los españoles lo tomaron así en sus provincias de ultramar y poco a poco lo fueron llevando a la metrópoli donde ya en el siglo XVII se perfeccionaba poco a poco agregándole especias traídas de Asia como clavo y canela. Bien pronto la casa de Austria lo llevó a Viena y los Borbones a Francia. El cacao entró a Europa, se refinó hasta grados verdaderamente superlativos y generó toda una cultura que incluye recipientes para prepararlo y beberlo, fondue, delicados empaques en papeles especialmente hechos para él, mostradores, vitrinas, bombones, barras y particularmente un estilo de trato social con significado afectivo cuando se regala en bellas cajas y empaques distinguidos o cuando la gente se reúne para disfrutarlo en familia, en una chocolatería parisina o vienesa con crema chantilly y galletitas tostadas.
Y la Europa cristiana lo difundió por el mundo entero en sus versiones au lait, dark o blanco, en polvo, barras de mil formas, relleno de cremas y licores, en bombones y mezclas con sabores. ¡Bien lejos estaban los aztecas de imaginar que eso podría sucederle al preciado producto!, máxime si hemos de creerle a algunos antropólogos que aseguran que la costumbre de beber cacao entre los indígenas, venía de mil años antes de la conquista española.
Por Antonio Borda
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