Hijo y amante de la Virgen. Su fama de autor de milagros lo precedía y ya en vida la gente lo aclamaba en los caminos.
Redacción (21/07/2022 07:58, Gaudium Press) La vida del Santo de hoy es como un brillante con muchas facetas. Se trata de la historia de San Lorenzo de Brindis, o de Brindisi, como se le quiera llamar.
Desde pequeño, se percibe su facilidad para los estudios
Su apellido deriva de la ciudad donde nace, Brindis, en el Reino de Nápoles. Su nombre de pila era Julio César.
Tenía gran memoria, que se manifestó desde chico: recordaba páginas enteras que luego declamaba, sorprendiendo a todos.
Primero fue a una escuela franciscana de su tierra natal. Luego fue al colegio de San Marcos en Venecia, donde estudió bajo la tutela de un tío suyo, quien lo incentivó a la vida religiosa. Y a los 16 años entra al convento de los capuchinos en Verona.
El superior capuchino quiso pornerlo a prueba, y le dice que la vida en la comunidad era dura, sacrificada. “Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?”, pregunta el aspirante. “Sí, lo habrá”, responde el superior. “Pues eso me basta. Al mirar a Cristo Crucificado tendré fuerzas para sufrir por amor a Él, cualquier padecimiento”.
Va a estudiar filosofía y teología en la Universidad de Padua, donde aprende con facilidad griego, hebreo, alemán, bohemio, francés, español, y donde profundiza el estudio de las Sagradas Escrituras. Hoy se diría un ‘genio’.
Aún no era sacerdote sino un mero diácono, cuando ya se distingue como gran predicador, y se le pide que predique los 40 días de cuaresma en la Catedral de Venecia, y esto por dos años seguidos.
Ya ordenado, las ciudades del norte de Italia se pelean por escuchar sus sermones: Padua, Verona, Vicenza.
Llega a Roma en 1596, y es hecho definidor de la orden capuchina, donde también el Papa Clemente VIII lo insta a que luche por la conversión de los judíos, labor que es facilitada por su conocimiento del hebreo.
Su secreto en la predicación
Un día un padre le pregunta cuál es su ‘secreto’ para obtener tan buenos resultados en la predicación. San Lorenzo le responde: “En buena parte se debe a mi buena memoria. En otra buena parte a que dedico muchas horas a prepararme. Pero la causa principal es que encomiendo mucho a Dios mis predicaciones, y cuando empiezo a predicar se me olvida todo el plan que tenía y empiezo a hablar como si estuviera leyendo en un libro misterioso venido del cielo”.
Su vida era austera. Huía de las honras, cultivaba la caridad con todos.
Estratega militar
Era vicario general de la orden, cuando el emperador Rodolfo II le pide que consiga la ayuda de los príncipes alemanes para combatir a los turcos que ya tocaban las puertas de Hungría. El santo consigue lo propuesto, al tiempo que combatía el protestantismo y difundía la fe, y es hecho capellán general del ejército que se había organizado.
Sin embargo a veces fue verdadero estratega militar, como cuando antes de la batalla de Szekes-Fehervar, en 1601, momento en que los generales le consultaron el camino a seguir. San Lorenzo aconsejó el ataque, arengó él mismo a las tropas, y fue en la parte delantera de las fuerzas de choque, sólo portando su crucifijo. Todos dijeron que la brillante victoria había sido conquistada por San Lorenzo. Se dijo también que los enemigos percibieron el papel destacado del capuchino en el combate y buscaron herirlo, derrumbarlo, pero que una mano invisible desviaba todos los golpes dirigidos contra el fraile, y que los propios soldados cristianos se refugiaban detrás de él como si fuera una muralla.
Místico
Compuso una refutación perfecta de las doctrinas luteranas, empleando para estos su conocimiento de griego y hebreo de las Sagradas Escrituras. Para redactar esta refutación, San Lorenzo investigó en las propias obras de Lutero.
Fue gran taumaturgo: los ciegos veían, los paralíticos caminaban y los mudos recuperaban su voz por intermedio de San Lorenzo. La fama se fue extendiendo y en cada villarejo se recibía de forma apoteósica al fraile santo.
Su amor por la Virgen era insigne: Decía “todo haber recibido de María y por intermedio de María”. Decía: “Si María no existiese, nosotros no existiríamos y no habría mundo”. Enseñaba: “Dios quiera que todos, todos, todos, y desde la infancia, aprendiesen bien de prisa esa verdad: aquel que se confía a María, que se entrega a María, no será jamás abandonado, ni en este mundo ni en el otro”.
Se dice que al regresar de una campaña, paró en el convento de Gorizia, donde el propio Jesucristo, en el coro, le dio la comunión.
Un día las gentes le pidieron que intercediera ante el rey español Felipe para que les cambiara al virrey Duque de Osuna, que era un tirano. A pesar de enfermo, San Lorenzo fue a Madrid, y luego a Lisboa, donde consiguió persuadir al rey que cambiara de emisario en el reino de Nápoles. Regresó al convento y murió allí, el 22 de julio de 1619. Fue enterrado en el cementerio de las Clarisas Pobres de Villafranca.
León XIII lo canoniza en 1881. Juan XXIII lo hace Doctor de la Iglesia en 1959, y se le da el título de Doctor Evangélico.
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